Volvemos al estado de alarma en todo el país. Qué poco han durado las formales declaraciones de victoria del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, sobre la covid-19. Hemos compartido la nueva normalidad apenas una estación y media, un verano que los ciudadanos hemos vivido entre la estupefacción de lo recién vivido y el temor a lo que vendría. Y, por desgracia, ha terminado por llegar.
¿Qué ha pasado por en medio? Por lo visto, la nada. La Generalitat Valenciana vivía plácidamente confiada en unos datos estériles ante la falta de tests PCR mientras la Comunitat Valenciana real se atascaba en los centros de Atención Primaria, sin plan, ayudas o ideas por mucho que desde la oposición advertíamos con buena intención y mal resultado.
El Consell se ha hecho trampas al solitario y se ha creído sus propias mentiras. No dejaría de ser ridículo sino fuera porque detrás de ellos vamos millones de valencianos, con sus vidas y sus trabajos pendientes de unos responsables complacientes que se han pasado más tiempo mirando las encuestas electorales que los gráficos de propagación del virus de tal forma que todo un aroma de improvisación descorazonador.
¿A alguien se le había ocurrido este toque de queda que nos han impuesto hasta que lo anunció hace unas semanas Emmanuel Macron para Francia? Solo oíamos hablar de conceptos como ese ‘confinamiento perimetral’ a Madrid que fue la madre de todas las batallas (perdón por el tono bélico). Y ahora parece el bálsamo de Fierabrás. Ojalá lo sea, de verdad.
La política no es una profesión, no puede serlo. Los que aquí estamos ahora vinimos con la intención de mejorar nuestro pueblo, nuestra autonomía, nuestro país. Tampoco nos pueden exigir imaginación ni conocimiento enciclopédico o universal, porque para eso están los técnicos.
Sí que tenemos que ofrecer trabajo, dedicación y responsabilidad. Mucha responsabilidad. Ahora no se trata de vencer ni de convencer, que decía Unamuno, sino de prosperar y dejar una mejor sociedad a nuestros hijos. Achacaban a un viejo político valenciano la máxima de que “el primer mandamiento de un político es mantener el puesto”. No podemos continuar con estas máximas, tenemos que arrinconar estos viejos axiomas y centrarnos en lo que de verdad preocupa a la gente, y no a los políticos.
Pero aquí (por España, me refiero) seguimos igual, sino peor. Hemos pasado de firmar documentos de intenciones en Las Cortes y en el Congreso de los Diputados para un Plan de Reconstrucción a que las izquierdas exijan cordones sanitarios a una fuerza política, Vox, tan legítima como Bildu, CUP o quienes firman documentos de democracia junto al PSOE, Podemos y Compromís. Me parece una iniciativa tan desafortunada como la moción de censura presentada por Santiago Abascal en el Congreso y debatida la semana pasada. Los políticos no podemos estar mirándonos el ombligo todos los días porque ahí fuera nos esperan hombres, mujeres y niños que dependen de nosotros para trabajar, ir a la escuela o, incluso, saber si podrán cenar juntos en Nochebuena.
Más nos hubiera valido aprovechar este tiempo en escucharnos unos a otros, y también a los demás para planificar el hoy y el mañana. Modificar esas leyes orgánicas, como proponía Pablo Casado, para no tener que recurrir al estado de alarma hubiera dado mayor agilidad; hacer más PCR en la Comunitat nos hubiera servido para conocer mejor nuestra realidad y que Ximo Puig se hubiera sentado con Isabel Bonig nos hubiera dado una perspectiva seria de unidad, certidumbre y previsibilidad. Nunca olvidemos que extremos siempre hay dos, mientras centro solo uno y el PPCV nunca lo ha abandonado.
Nos esperan meses duros y complicados, anuncian ahora las autoridades. Hemos pasado de triunfalismos sin una base clara a una dialéctica apocalíptica trufada de llamamientos al ardor guerrero de la población. El discurso es el mismo, pero nosotros no y ahí radica la diferencia. No sé cómo se tomarán ahora los valencianos si se decreta un nuevo confinamiento domiciliario.
Estoy convencida de la responsabilidad de la mayoría de los ciudadanos. Pero también hemos visto casos de incivismo manifiesto, muchos de ellos provocados por jóvenes inconscientes de la tremenda dimensión de la pandemia. Estas situaciones me hacen preguntarme si el blindaje gubernamental a la prensa en la primera parte de la pandemia, donde no veíamos imágenes de hospitales colápsanos, pacientes entubados o ataúdes almacenados (como hizo The New York Times en EE UU o El Mundo en el Palacio de Hielo de Madrid), ha provocado un ‘efecto burbuja’ en una parte de la población, que se creían invulnerables. Pero en esta balsa vamos todos flotando y el mar anuncia tormenta.
Ahora solo espero que el toque de queda, en primer lugar, sea suficiente y no lleguemos a otro confinamiento y, en segundo, se convierta en un toque de atención a todos aquellos que han pasado la primera oleada en la confianza de que todo iba a seguir igual. Todo eso se acabó y o cambiamos nosotros o nos cambiarán ellos.
Declara inconstitucional tanto esa prórroga como el nombramiento de autoridades competentes delegadas