No era un fotógrafo normal, no estaba acoplado a una unidad de combate para sacar fotos. Él era un solado más, también combatía, y además hacía fotos. Así logró que las imágenes que registró de sus compañeros fuesen sorprendentemente naturales, todos confiaban en él y no posaban ni escenificaban nada cuando les fotografiaba. Hizo un total de ocho mil fotografías de la guerra en Europa occidental que han permanecido largo tiempo inéditas, pese a mostrar la guerra con toda su crudeza y si censuras
VALÈNCIA. Nada más usado y más devaluado al mismo tiempo que la fotografía en la actualidad. Los profesionales se las ven y se las desean para llegar a fin de mes. Han tenido que rogar a Google que elimine el botón de "buscar por fotografía", la profusión de dispositivos ha universalizado su trabajo. Su mayor éxito es que una imagen se convierta en viral, lo cual no tiene por qué reportarles un solo euro. Muchos de los que van a conflictos lo hacen en condiciones tan precarias como en las zonas donde no los hay.
Mientras tanto, no es extraño que vayamos descubriendo fotografías que han permanecido ocultas durante décadas. Es lo que tenían los formatos analógicos, se podían quedar en un baúl toda la vida. Documentales estrenados recientemente lo ponen de manifiesto. Uno sería Zimbelism, que tuvo un pase en el último festival de cine documental de Barcelona, Dart. George Zimbel, su protagonista, tenía consigo su colección de negativos en su granja cuando un incendio estuvo a punto de destruirlos. No pudo salvarlos todos. Y entre ellos, había por ejemplo fotos de Marilyn Monroe. Se había retirado al campo, entre otros motivos, porque su fotografía social estuvo señalada por el Macartismo. El fervor anticomunista americano que se ensañó con cualquier actividad con cierta sensibilidad social.
En TVE, en La noche temática se ha emitido recientemente el aclamado documental sobre un fotógrafo de guerra de los que ya no nacen, Bajo el fuego, la historia nunca contada de Tony Vaccaro. Su testimonio biográfico es de gran importancia y en los primeros minutos de la película lo explica un fotógrafo actual. A él, en Afganistán, los soldados americanos estuvieron a punto de pegarle mientras fotografiaba las consecuencias de un ataque suicida con varios muertos entre ellos. Eso era porque no tenían confianza, no sabían quién era. En el caso de Vaccaro, él estaba combatiendo hombro con hombro con el resto de soldados. Era un soldado-fotógrafo que disparaba balas y fotos.
Es alucinante un dato que da un experto sobre la eficacia en combate del ejército estadounidense. En 1944, cuando desembarcan en Normandía, solo uno de cada cuatro soldados devolvía el fuego cuando eran atacados. La mayoría, americanos medios, reclutados por la mili obligatoria, no eran capaces de matar. Tenían que aprender. Esa media fue cambiando, explica, con los años. Sobre todo tras la experiencia de la guerra de Corea. En Vietnam ya lograron que un 90% no dudase en apretar el gatillo cuando entraba en combate.
Vaccaro, sin embargo, fue uno de los "cobardes" incapaces de disparar cuando le llovían balas alemanas. Lo cuenta él mismo. La primera vez que se encontró bajo el fuego, escondió la cabeza y tiró el fusil. Eso le causó un trauma enorme. Empezó a torturarse con que era un cobarde. Se preguntaba si podría vivir lo que le quedaba de vida como un cobarde. Tanto se martilleó con esa idea que sacó fuerzas de flaqueza y se puso a disparar. Dice que desde ese momento hasta el final de la guerra ya no tuvo dudas en abrir fuego. Una catarsis.
Pero estaba en calidad de fotógrafo, lo que pasa es que iba empotrado en la unidad en sentido estricto, como ocurre ahora. No era un invitado que sacaba fotografías, era uno más que, además, hacía fotos. Por eso las 8.000 fotografías que sacó de la guerra en Europa occidental tienen tanto valor. Porque sus compañeros tenían plena confianza en él y no había ni poses ni imágenes forzadas. Era el día a día de la unidad sin escenificación alguna de lo que ocurría.
Vaccaro era huérfano. Su madre murió cuando tenía 3 años y su padre cuando solo contaba con 5. Se crió en Italia, con su tío, que era cazador. Se llevaba al crío y este aprendió los rudimento de la caza. Según su testimonio, por eso se le da bien la fotografía, porque sabe esperar y encontrar el momento justo del disparo, antes de que cambien los gestos, antes de que la persona sea consciente de que va a ser fotografiada. Algo muy parecido a abatir un animal en el bosque, explica, donde solo hay pocos segundos para apretar el gatillo y acertar.
De su paso por la guerra lo que más le afectó, lógicamente, fue fotografiar cadáveres. Captar a los soldados muriendo, como la imagen famosa de Robert Capa en la Guerra Civil española, él logró una similar pero con un mortero estallando cerca de un combatiente que no pudo contarlo. Otros aparecen muertos de forma menos espeluznante, pero igualmente dura. Es, dice él: "Renunciar lamentablemente a la vida, simplemente caes". Aún se emociona al comentarlo.
En un principio, no le permitieron entrar como fotógrafo en el ejército. Le vieron demasiado joven. Él adujo que era demasiado joven para disparar balas, pero suficientemente mayor para disparar el objetivo de la cámara.
Una vez pasado el infierno de las playas de Normandía, en su camino hacia Berlín, es curioso cómo fue revelando sus negativos, que muy bien podría haber perdido si le hubiese caído encima un mortero. En una localidad arrasada por las bombas, se puso a buscar si alguna montaña de piedras humeantes pudiera haber sido la tienda de fotografía local. Encontró una.
Mezcló los líquidos como pudo, que aún seguían ahí, en sus tanques, bajo las piedras. Colgó los negativos de las ramas de un árbol con pinzas y consiguió terminar el revelado de todo lo que había sacado hasta el momento. En el caso del mencionado George Zimbel, también hubo heroísmo para salvar sus negativos. Cuando se mudó al campo, lo primero que hizo, como en una premonición, fue acercarse al puesto de bomberos del pueblo y decirles que, si se producía un incendio en su casa, solo salvasen los negativos, que estaban en un lugar determinado. Les dio las instrucciones, años después se produjo el incendio y, aunque se perdieron muchas, gran parte de sus fotografías llegaron hasta nosotros. Solo queda pensar en la cantidad de casos por descubrir o en las que se han destruido negativos por ignorancia, dejadez o accidente.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas