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MATERIAL FUNGIBLE

Todo lo que Ale-Hop ha borrado de nuestro mundo

Camino a casa pensando en cómo hablaré de esta novela, Opus Gelber, de la escritora argentina Leila Guerriero. Se suceden las ideas mientras esquivo turistas que esperan a las puertas de un hostal en la calle La Paz. Martillean en mi cabeza las escenas que tengo que explicar, los datos que debo poner por escrito, las anécdotas del protagonista. Le petit brioche. Prieto. Halcón Viajes. Dunkin’ Coffee. Que no se me olvide nada. Que no olvide decir que Leila Guerriero es una cronista fantástica. Carrefour. Fiaskilo. Camper. Cosméticos Paquita Orts.

Tengo que decir, cuando escriba, que Guerriero forma parte de esa escuela libre y formidable de cronistas latinoamericanos que han retomado el testigo de Arlt, Martí, García Márquez, Tomás Eloy Martínez... y que desde Buenos Aires, México DF o Bogotá relatan el “nuevo” mundo con historias reales, pero no tan mágicas como en los sesenta, ni tan repetidas como las que aparecen en las revistas dominicales de los periódicos europeos: los desaparecidos argentinos, la vida en las favelas o las pasiones que despierta un Boca-River.

Opus Gelber, ese retrato de un pianista escrito por la argentina Guerriero, me ha tenido atrapado desde que Juan me la recomendara ante un pincho de tortilla, casi suplicando, deshaciéndose en elogios y poniéndome un cebo difícil de resistir: Bruno Gelber, aparte de ser uno de los mejores pianistas del mundo, vive retirado en su piso de Buenos Aires donde profesa un culto desmedido hacia Laura Hidalgo, diva del cine argentino de los años cincuenta, hasta el punto de que, incluso, ha transformado su rostro mediante operaciones de cirugía estética para asemejarse a la famosa actriz, muerta en la primavera austral del año 2005.

“Últimamente se están publicando muchas novelas sobre músicos”, me dice Juan. Pero ninguna como esta, pienso mientras subo por a acera izquierda de la calle La Paz, mirando al fondo la torre de Santa Catalina. Cómo hablaré de esta novela, de la sumersión que provoca la lectura de sus páginas en ese mundo antiguo, exuberante y kitsch de las divas argentinas de los años cincuenta, de la cascada de referencias a Beethoven, Haydn, Schubert o Chopin, de la sucesión de reseñas y críticas a conciertos de piano que tuvieron lugar hace veinte, treinta o cuarenta años.

Y es entonces, a mitad de calle, cuando observo los comercios de la otra acera y lo veo claro. Por delante pasan turistas, autobuses o ejecutivos. Nada detiene el trasiego de la zona noble de la ciudad. Veo el edificio robusto, lleno de balcones y ventanales, cuadriculado y gris. Y ribeteando los escaparates de la tienda y ocupando todo el frontal de la manzana, leo UNIÓN MUSICAL ESPAÑOLA. ANTES CASA DOTESIO. En la puerta de la tienda, asoma una vaca de plástico a tamaño real. En su interior, relucen los cachivaches de la tienda Ale-Hop, la empresa que sustituyó a la emblemática tienda de música hace cuatro años. De la antigua casa musical, solo queda ese rótulo de azulejo valenciano, el lazo de la cajita de regalo, la guinda de un pastel que ahora cocinan de manera industrial para venderlo milimétricamente cortado en Starbucks.

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