VALÈNCIA. ¿Recuerdan esa emoción cuando una novela absorbe hasta el punto de que la vida se convierte en una molestia que interrumpe la lectura? ¿O esa sensación al salir del cine, tras una de esas películas que te dejan sin respiración, de no saber ni en qué calle y casi ni en qué ciudad estás? Maravillosa, ¿verdad? Es el arrebato, que diría Pedro P. Les deseo fervientemente que sigan sintiéndolo de vez en cuando, al leer, al ver una película, una obra de teatro o al mirar un cuadro, porque es uno de los grandes servicios que nos presta la cultura, aunque da la sensación de que, conforme acumulamos años, es cada vez es más difícil de conseguir. Hay quien dice que solo pasa a determinadas edades, en la adolescencia o en la juventud, y luego se va diluyendo, cuando hemos leído o visto mucho. Pero ya les digo yo que no. Vengo aquí a confesarles la última vez que me pasó. Fue hace poco y fue con una serie. En concreto, con The leftovers (2014-2017), creada por Damon Lindelof y Tom Perrota, autor del libro en que se basa la primera temporada. Y no soy la única que ha caído arrebatada por esta obra singular.
Tráiler de la primera temporada:
Costó un poco, no se crean, que los primeros capítulos son desconcertantes, por decirlo de manera suave. Aunque hay algo indefinible que atrapa y te das cuenta de que la serie es diferente, no nos lo pone fácil a los espectadores. La premisa es simple e impactante: el 2% de la humanidad (eso son 140 millones de personas) desaparece de repente sin más, puf, ahora estás, ahora ya no estás. Pero en realidad la acción arranca tres años después de la Partida o la Ascensión (así llaman a ese terrible momento), porque lo que aquí importa no es el hecho en sí, sino el modo en que se puede (si es que se puede) lidiar con el dolor, con la pérdida y con la insoportable convicción de que la vida no tiene sentido y todo es azar, sobre todo el estar aquí o no estar.
En ese mundo roto y desconcertado, seguimos a unos cuantos personajes con los que, al principio, cuesta un poco empatizar. Lidian como pueden con la situación y eso incluye comportarse de una forma extraña o estúpida y, en general, autodestructiva, mientras intentan poner orden en el caos. En realidad, no sabemos si los sobrantes del título (que es lo que significa leftovers) son el 98% que se ha quedado aquí o el 2% que se ha ido. Ellos, los supervivientes, tampoco lo saben. ¿Sobraban los que se fueron y por eso no están o sobran los que quedan porque quienes se han ido han sido elegidos para algo y están en un lugar mejor? La única certeza es que no hay certezas.
Ante una situación como esa, inevitablemente surgen sectas y creyentes en cualquier cosa que ayude a soportar el vacío. Y claro, también florece el nihilismo y la inacción. ¿Para qué hacer nada o creer en nada, si nada de lo que hagamos va a servir? ¿Si todo es un simulacro para no llegar al suicidio? Son tiempos milenaristas, de apocalipsis anunciados y de un fin del mundo temido y deseado a la vez.
Una de esas sectas, una particularmente antipática y jodida, pero al mismo tiempo uno de los grandes hallazgos de la ficción, Culpables Remanentes (Guilty Remnant), está empeñada en que nadie olvide, y se esfuerzan en recordarle a todo el mundo y por cualquier medio, por cruel que sea, a las personas que desaparecieron. Nadie debe levantar cabeza, nadie debe pasar página, nadie debe ser capaz de seguir viviendo. Algunas de sus acciones nos dejan con la boca abierta y un terrible malestar.
Y es que la serie es, ante todo, una experiencia emocional. Nos agarra, nos voltea, nos maltrata y nos fascina. Una vez se ha entrado en ella no hay manera de salir. Para ello, cuenta con varias armas, además de esa historia extravagante y abrumadora. Una es la interpretación, a un nivel extraordinario. Justin Theroux, Christopher Eccleston, Scott Glen, esa Carrie Coon inolvidable, una Ann Down excelsa en un papel verdaderamente odioso, componen unos personajes que no olvidaremos jamás. Y otra es la música de Max Richter, tan exacta y bella.
Y así, aunque duela, aunque nos enfademos, aunque cada capítulo nos deje para el arrastre y haya que parar de vez en cuando para tomar aire, ahí seguimos. The leftovers es una serie muy arriesgada, siempre al borde del precipicio, y me refiero a aquello de la fina línea entre lo sublime y lo ridículo, ya saben. No es solo por la brutal intensidad emocional que ofrece, sino también por el modo en que está contada. Sin fórmulas y sin hoja de ruta. Capítulos, algunos de ellos entre los mejores, que se apartar del tronco principal y se centran en un personaje. Sueños o mundos paralelos. Sucesos desconcertantes. Relatos dentro de relatos. Drama pero también humor, aunque sea un humor esquinado e incómodo. Surrealismo. Desplazamientos de la acción hacia lugares insospechados. “¿Qué está pasando?” pregunta un personaje al protagonista en uno de los momentos cumbres de la serie. “No lo sé”, es la inevitable respuesta, expresando justo lo que el público siente. Los personajes andan perdidos y nosotros, espectadores, también. Pero no nos importa, porque como a ellos nos anclan la emoción y los sentimientos.
Lo cierto es que los personajes hacen lo que hacemos todos, construir un relato que dé sentido a sus vidas y al mundo, ni más ni menos. En realidad, va de eso la serie. De los relatos que inventamos para no volvernos locos, de cómo apuntalamos nuestra identidad sobre ellos, la mentira que nos sostiene. Y el maravilloso final de la serie, arriesgadísimo también, lo apuesta todo a ello de forma radical. Damon Lindelof decidió resarcirse de aquello de Perdidos y debió decir algo así como “os vais a enterar de lo que es un buen final”. Y vaya que nos enteramos. Lo siento, aquí no puedo evitar el spoiler, así que quien no la haya visto que se salte este párrafo. Volvemos a vernos en el siguiente. Tras todo lo que la serie ha mostrado, catástrofes, orgías, paranoias, locura, pesadillas incomprensibles, el fin del mundo y hasta a un león comiéndose a Dios, el final es una conversación en una mesa, nada más. Un simple primer plano de una mujer que cuenta una historia que no sabemos si es verdad o mentira, aunque sí sabemos que es necesaria. Ha tenido que aferrarse a ella para poder sobrevivir, aunque lo haya hecho en soledad y castigándose a cada momento. La aceptación y la redención por el amor. Ese baile del último capítulo. El final de la soledad. Y esa sonrisa.
Fin del spoiler. The leftovers es un precioso ejemplo del grado de libertad creativa que las series están alcanzando. Que una serie tan audaz, tan loca y tan poco complaciente como esta exista es motivo de gozo incluso para quienes no se han sentido atrapados por ella. Nos quedan 28 capítulos de una obra desgarradora y apasionante. Un tratado sobre el dolor y la tristeza, pero también sobre la capacidad del ser humano para sobrevivir, amar y conjurar la insoportable levedad del ser. Una pura maravilla.
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