La banda de Malí es, junto a Tinariwen, la principal representante musical de la resistencia del pueblo nómada del Sahel. El domingo 30 de abril presentan su nuevo disco, “Kidal”, en La Rambleta
VALÈNCIA. A pesar de su escasa eficacia como elemento de presión geopolítica, la música ha sido y seguirá siendo uno de los principales vehículos de expresión de los pueblos oprimidos. Es poco probable que los gerifaltes de la ONU se rindan ante el éxtasis metalero de System of a Down y decidan reconocer al unísono el genocidio armenio que llevó a cabo el imperio turco entre 1915 y 1923, pero qué duda cabe de que en la década de los noventa millones de jóvenes de todo el mundo conocieron su existencia a gracias a las canciones de la banda norteamericana, formada por nietos de supervivientes de la masacre.
La lógica de la fusión de estilos definió a finales de los años ochenta el advenimiento de la llamada world music, un fenómeno que en su sublimación del hecho multicultural se puede considerar más una sensibilidad que un género. Ésa es la apreciación benévola. La otra es que la eclosión del wordbeat se coció por así decirlo en los despachos de grandes casas discográficas, interesadas en explotar el jugoso nicho de mercado de los jóvenes occidentales de clase media con ganas de explicitar su conciencia social y medioambiental. Con el tiempo, las llamadas “músicas del mundo” se vieron teñidas por quienes vieron en este confuso ámbito una forma más de paternalismo postcolonial.
Pero el legado de Peter Gabriel y Paul Simon ya nos queda muy atrás, y ahora asistimos a fenómenos como el de la cantante saharaui Aziza Brahim o el de la rapera británico-palestina Shadia Mansour, cuyo activismo llega a nuestros oídos con una nueva pátina de credibilidad. También hay que agradecer este “renacer” de las músicas del mundo al surgimiento de grupos como los escandinavos Goat, cuya arrebatadora asimilación del afrobeat de Fela Kuti, la música disco y el krautrock alemán echa por tierra cualquier tipo de prejuicio.
Tamikrest son otro buen ejemplo de este proceso de revitalización. La banda originaria de Malí nunca ha ocultado que detrás de la modernización de la música tradicional tuareg anida la intención de amplificar su mensaje revolucionario, que nos llega en su lengua materna, el tamashek, y nos habla del derecho a la autodeterminación de este pueblo nómada.
A la historia ya suficientemente perversa de Malí –uno de los países africanos más pobres y azotado por conflictos armados y golpes de estado-, los tuaregs suman su condición de pueblo nómada, cuyos desplazamientos a través del Sahel se vieron limitados por que el levantamiento de las fronteras internacionales en África. Repartidos entre Argelia, Libia, Níger, Malí y Burkina Faso, los tuaregs iniciaron una lucha política y armada en la década de los sesenta del siglo pasado para exigir un estado propio. En el año 2002 lo consiguieron tras el levantamiento conjunto de los tuaregs nacionalistas del MNLA y el grupo radical islamista Ansar Dine. Pero ni esta alianza ni la república independiente de Azawad duró apenas un año. En 2013, el ejército francés intervino en el norte de Malí para frenar la expansión de los rebeldes islámicos. La población civil tuareg se vio de nuevo atrapada entre los intereses gubernamentales, la codicia de las grandes corporaciones y la imposición de la sharia islámica en sus ciudades. Muchos –entre ellos los propios miembros de Tamikrest y muchos de sus amigos y familiares- se vieron forzados al exilio.
El grupo liderado por Ousmane Ag Mossa, cuyo primer disco –“Adagh”- salió a la luz en 2009, ha conseguido llevar adelante su proyecto revolucionario de blues rock del desierto en medio de este aciago contexto. Para ello han contado con la ayuda de “agentes” occidentales como Chris Eckman (The Walkabouts, Dirtmusic), productor de sus tres primeros álbumes e introductor en Europa de esta banda, cuyo debut en España se produjo precisamente en 2013 en el Tanned Tin de Castellón.
El cuarto y último álbum de estudio de Tamikrest -producido por Mark Mulholland (Afro Haitian Experimental Orchestra) y mezclado por David Odlum (que consiguió un Grammy por el Tassili de Tinariwen)- se titula Kidal, en referencia a una pequeña ciudad del noreste de Malí que los tuaregs consideran un símbolo de su lucha. El próximo domingo tendremos la oportunidad de ver cómo lo defienden en directo en un concierto que tendrá lugar en el centro cultural La Rambleta.
Tamikrest son continuadores del legado de compatriotas como Tinariwen, quienes se le adelantaron en eso de cambiar el laúd y la flauta por la guitarra eléctrica y la batería. En la formación de unos y otros calaron hondo los trabajos de artistas como Pink Floyd, BB King o Jimmy Hendrix, cuya herencia dispar podemos ver en la perfecta amalgama de blues rock y lamentos bereberes que define sus propuestas. Las derivas experimentales de Ousmane Ag Mossa y los suyos les han llevado a incorporar sonidos de otras latitudes, como el reggae, el funk o la música magrebí, aunque las cadencias hipnóticas de Kidal y su psicodelia introspectiva y letárgica entronca por momentos con otras bandas contemporáneas seducidas por el paisaje sin horizontes del desierto, como los californianos Brightblack Morning Light. No hay pastiche en los préstamos occidentales que toma Tamikrest. Su lengua y su mensaje se ajustan a ellos como una segunda piel.