VALÈNCIA. La semana pasada afirmaba en este mismo lugar que tres de los mayores intelectuales de nuestro último tiempo –Walter Benjamin, Susan Sontag y Roland Barthes- escribieron diarios. Practicaron, pues, una escritura íntima en la que volcaban sus deseos, sueños y anhelos. Algo que resulta verdaderamente conmovedor en el caso de personas que se mostraron herméticas en vida, centrados únicamente en su desarrollo intelectual.
Susan Sontag fue una de ellas. La mujer que descubrió el concepto ‘camp’, que fue un símbolo feminista, que se casó con apenas 17 años con su profesor y que vivió algunos romances apasionados con diversas mujeres de las que nunca quiso hablar, se aliviaba en sus diarios. Unos que, según su hijo, albacea y editor de esta obra, David Rieff, ella no los consideraba como tal, sino como “apuntes de uso exclusivamente personal”. ¿Por qué entonces publicarlos?, se preguntarán algunos. Ciertamente, ahí reside la polémica: ¿traicionó David a su madre por publicar de este modo sus escritos más íntimos? Los diarios –divididos en tres volúmenes, de los que se han publicado dos- se revelan con aquella autobiografía que Sontag jamás quiso publicar.
Con apenas 14 años, Sontag comenzó a escribir su diario. Llama la atención una de sus primeras entradas:
23/11/47
Creo:
(a) Que no hay un dios personal o vida después de la muerte
(b) Que lo más deseable en el mundo es la libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la honradez
(c) Que la única diferencia entre los seres humanos es la inteligencia
(d) Que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona
(e) Que está mal privar a cualquiera de la vida
(Faltan las entradas "f" y "g")
(h) Creo, además, que un estado ideal (además de "g") debería ser fuerte y centralizado con control gubernamental de los servicios públicos, los bancos, las minas, + el transporte y la subvención de las artes, un salario mínimo satisfactorio, ayuda a los discapacitados y anciano(s). La asistencia del Estado a las mujeres embarazadas sin distinciones como las de hijos legítimos + ilegítimos
Aquí, con tan sólo 14 años, estará presente la Sontag de la vejez, aquella que apostará por la moral, la reflexión a propósito del dolor o el compromiso social. Es especialmente interesante contraponer este registro cuando Sontag tenía 14 años a este otro, diez años después:
1957
¿En qué creo de verdad?
En la vida privada
En el mantenimiento de la cultura
En la música, en Shakespeare, en los edificios antiguos
¿Qué disfruto?
La música
Estar enamorada
Los niños
Dormir
Carne
Mis defectos
Siempre tarde
Mentir, hablar demasiado
Pereza
Sin volición de rechazar
La Sontag, apasionada y apabullante, escribe en estas notas su deseo de construirse a sí misma exhibiendo una inteligencia furibunda pero también ciertas órdenes que no duda en imponerse a ella misma (“Escribir a Madre 3 veces por semana, comer menos, escribir dos horas al día como mínimo, nunca quejarme en público de Brandeis o de dinero, enseñar a David a leer”), notas de sus lecturas (“La montaña mágica es un libro para toda la vida”), listas de todo tipo y una explicación minuciosa de su vida interior y de su vida privada. De la primera es personaje secundario el sociólogo Philip Rieff, el hombre con el que se casó cuando apenas tenía 17 años y con el que tuvo a su hijo David. De la segunda, de la privada, tiene mucho que ver la homosexualidad de la que apenas habló en vida. Con apenas 16 años llega la Universidad de California y allí mantiene relaciones por primera vez con una mujer, Harriet Sohmers, de la que escribe:
6/1/58
Harriet vuelve; se reanudan los juegos del sexo, el amor, la amistad, las bromas, la melancolía. Me habla de un tiempo lujurioso, espléndido en Dublín. ¡Dios, es hermosa! Y es difícil estar con ella, incluso en el ámbito de su propio doblez. Egoísta, nerviosa, burlona, aburrida de mí, aburrida de París, aburrida de sí misma.
El segundo volumen de tales diarios muestra a la intelectual en todo su esplendor pero, sin embargo, exhibe de nuevo sus heridas. La principal estaba provocada por su madre, Mildred Rosenblatt, una mujer con ciertos problemas de alcohol que se despreocupó de sus hijos. Para Sontag, fue una presencia que siempre le marcó:
M. no respondía cuando yo era niña. El peor castigo –y la mayor frustración. Siempre estaba ‘distante’- aunque no estuviera enfadada. (La bebida era síntoma de ello). Pero yo seguía intentándolo
Una herida que fue ensanchándose y a la que echaban sal sus desengaños amorosos. De hecho, gran parte de este segundo volumen está destinado al desamor:
Nunca voy a sobreponerme meramente a este dolor. Estoy helada, paralizada, con los engranajes atascados. Solo se aliviará, disminuirá si de alguna manera puedo trasponer la emoción – como del dolor a la ira, de la desesperación a la conformidad. Tengo que activarme. Mientras me siga sintiendo como paciente este dolor insoportable no me abandonará-.
La lectura de estos diarios resulta tan arrebatadora, tumultuosa y caótica como la propia Susan Sontag, de la que es imposible no adoptar esta entrada como lema en la vida:
Honor. Honor. Honor. Dar lo mejor de sí misma siempre.