TIEMPOS POSTMODERNOS  / OPINIÓN

Saber o no saber, esa es la cuestión

Es urgente que se trate a los ciudadanos como a adultos y se despolitice la educación

27/05/2018 - 

VALÈNCIA. Cada vez que se percibe la inminencia de una revolución tecnológica, renace el miedo, tanto en los ciudadanos como en los dirigentes, a la obsolescencia. Con la mecanización de los telares y la producción en fábricas, frente a la artesanal, muchos temieron perder su modo de vida y algunos creyeron que destruyendo dichas máquinas podrían evitar el cambio.

El reto que se plantea en la actualidad es la robotización. Los empleos en las manufacturas industriales se han ido reduciendo paulatinamente desde los años 90, al desplazarse una parte importante de la producción desde los países avanzados a las economías emergentes. Mientras tanto, la mayor parte de la riqueza se genera ahora en el sector servicios, cuya composición se reparte entre los que son intensivos en mano de obra menos especializada, centrados en la atención personal al consumidor, y los altamente especializados, como los servicios financieros y la asistencia técnica. 

En un continente europeo en el que la evolución demográfica señala al progresivo envejecimiento de su población, es fundamental que exista la mayor adecuación posible entre los empleos disponibles y la formación de los que buscan trabajo. Además de ello hay que generar dichos empleos, crear las condiciones para que la población tenga la oportunidad de trabajar. Sin embargo, lo que sí marcará la diferencia entre trabajar y ser sustituido por una máquina es la formación, que la persona esté capacitada para desempeñar trabajos o profesiones, del tipo que sea, que tengan valor en la sociedad del futuro. La diferencia, en los próximos años, no estará tanto entre los que tengan formación universitaria y los que no, sino entre los que dispongan de habilidades y los que no. Evidentemente las “habilidades” se adquieren mediante la formación, pero acreditar esta última no será suficiente para optar a trabajos cada vez más exigentes y competitivos. Se ha acuñado un término para referirse a esta futura fuente de desigualdad: “skill divide”, lo que podría traducirse al español como “brecha en la cualificación”.

¿Cuál es la situación en la que se encuentra España? Podemos recurrir a diversas fuentes de información. La primera, un informe del McKinsey Global Institute (2012) sobre las tendencias del mercado de trabajo a nivel mundial. En dicho informe se clasifica a los países en 8 grandes grupos (o clusters) atendiendo al nivel de formación y a la edad media de su población. En el gráfico 1 puede apreciarse que España quedaría agrupada con Portugal, Grecia e Italia, países con un nivel de formación semejante a economías emergentes como Méjico o Brasil, pero mucho más envejecidas. En mejor situación se encuentran Francia, Reino Unido o Canadá, cuya población en edad de trabajar es tan envejecida como la nuestra pero con mejor formación. Asimismo, con información también del mismo informe, puede hacerse una comparación entre la tasa de desempleo en 1999 y en 2010 dependiendo del grado de formación (como aproximación a la cualificación) en las principales economías europeas. Aunque en España las cifras de desempleo son sistemáticamente más elevadas, todos los países tienen en común el aumento experimentado en poco más de una década entre las tasas de desempleo atendiendo a la cualificación. Los menos cualificados tienen una tasa de desempleo que duplica e incluso triplica la de los menos formados. Y esta tendencia se ha agudizado como consecuencia de la globalización y la crisis financiera internacional.

 

Más allá de estos datos, resulta crucial conocer el grado de capacitación que se logra en España en comparación con los otros países de nuestro entorno. La OCDE ha realizado un estudio sobre las habilidades lingüísticas, numéricas y resolución de problemas en entornos tecnológicos de los adultos y jóvenes europeos, más allá de los resultados de PISA. El informe se denomina PIIAC, lo que se ha traducido como “Evaluación de Competencias de Adultos”. Se trata de un informe muy interesante, con acceso a una demostración del tipo de pruebas que realizan. Consisten en ejercicios de diverso nivel de dificultad, donde se evalúa, básicamente, la lectura comprensiva, la capacidad para realizar cálculos sencillos y procesar información para llegar a conclusiones de utilidad en el trabajo o en la vida diaria. Los resultados se clasifican de cero a cinco, siendo este último el de las pruebas de mayor nivel de dificultad. De forma semejante a PISA, existen resultados agregados por países y también desagregados, distinguiendo por sexo, edad y nivel formativo. Si elegimos a los titulados superiores (deberían ser los que salen del sistema educativo con mayor formación y capacitación) un indicador clave sería saber qué porcentaje de ellos obtendrían la calificación más alta (nivel 4/5) en habilidades literarias y numéricas (España no se ha evaluado en competencias tecnológicas). El resultado es descorazonador: sólo Chile y Turquía obtienen peores resultados que nosotros: tan sólo un 12% de los españoles con estudios superiores alcanzarían el máximo en capacidad lingüística y un 9% en la numérica. La media de la OCDE es de un 21 y un 23%, respectivamente, pero Japón, Finlandia y Suecia superan el 35% en alguna de las dos. En Alemania serían, respectivamente, un 20 y un 32% (prueba, probablemente, de la dificultad de su idioma). El mismo ejercicio puede hacerse para niveles de formación inferiores, pero las diferencias con los países de nuestra área se mantiene. 

 

A pesar de los esfuerzos hechos por mejorar e incentivar la formación profesional, nuestro sistema educativo sigue pidiendo a gritos medidas para que los españoles salgamos de él con mayores garantías de éxito personal y como sociedad, pues poder trabajar y prosperar depende cada vez más de lo que sepamos hacer. ¿Qué clase de señal se envía a nuestros jóvenes cuando se vuelve a rebajar a un 5 “pelado” la nota media necesaria para recibir una beca? Pero, además, ése no es el problema real, sino la baja calidad del sistema educativo. Reducir el grado de exigencia y no mejorar el sistema es un fraude para la sociedad. Como ha dicho esta semana Ana Botín, “la educación si no lo es todo, es casi todo” y un sistema educativo público de calidad es el mejor mecanismo de promoción social. Es urgente que se trate a los ciudadanos como a adultos, se despolitice la educación y se nos recuerde que para formarse hay que esforzarse y trabajar duro, pues competir en un mundo global no es fácil. Cuanto antes nos enteremos, mejor.