El monólogo Humanity de Ricky Gervais para Netflix ha generado polémicas de todo tipo, especialmente en las redes sociales. El humorista pretende transgredir los límites desafiando lo que se denomina como "políticamente correcto". Entre algunos chistes valientes, luego lo que colaba era darle cera al tentetieso de Caitllyn Jenner. Todo con un mensaje aún más moralista que el de sus críticos ofendidos de redes sociales, el de que si te ríes de cosas malas, no eres mala persona ¿Y por qué no? No parece realista negar lo evidente: sí somos malas personas
VALÈNCIA. Como todo el mundo sabe, nunca quien quiera imponer algo a los demás se presentará en sociedad como un ser superior con derecho a gobernar todas las almas, sino como algo mucho más frágil: como víctima.
Esto ha sucedido siempre en la política. Por ejemplo, durante el proceso de gestación del clima apropiado para el golpe de estado del 18 de julio de 1936, se cometieron atentados destinados a provocar una reacción a la que agarrarse para que los rebeldes pudieran imponer, presentándose como víctimas, sus soluciones radicales para resolver la situación que ellos mismos habían creado. Idéntico planteamiento ha tenido siempre ETA. Incluso estos días, en su retirada.
Pero en la actualidad el victimismo también se manifiesta en la gente de a pie. Dudo que se aspire a imponer nada sólido presentándose constantemente como víctima de algo, pero sí que se manifiestan por esa vía ciertos deseos de atacar a los demás. Hay un espíritu pasivo-agresivo. A veces, da la sensación de que sentirse víctima es una autosugestión que se produce mediante la profecía auto-cumplida. Es algo que se busca para reafirmarse en una posición radical para la cual no hay motivación alguna, pero apetece, por lo que sea, instalarse en ella.
Si hubo un maestro en su día para descojonarse de todas estas conductas anti-inteligentes ese fue Lauzier. Sus cómics, sobre la izquierda en efervescencia ideológica salida del 68 en Francia, leídos hoy dan fuerza para vivir a tenor de que el fenómeno ha brotado con fuerza tras la crisis económica de 2008
Pero Lauzier murió, perdiéndose todo el festival de las redes sociales. Al menos nos queda Ricky Gervais, el actor y cómico británico que, en su último monólogo, Humanity, arremete contra este tipo de personajes sin pudor alguno. Algo que en sí mismo es una liberación, porque si algo quieren generar los nuevos moralistas es pudor. Un control de los mensajes y formas de expresión ajenas mediante la autocensura.
El cómico no deja títere con cabeza cuando se refiere al tipo de respuestas que se encuentra en Twitter, caldo de cultivo ideal de este perfil de conductas. No hay nada que defina mejor el boom moral actual que una respuesta que recibió cuando, criticando las corridas de toros en un tuit, le respondieron "¿Y los niños de Siria?"
Más hilarante aún resultan sus peleas con quienes se ofenden por el humor sobre las alergias o las discusiones que puede llegar a mantener con integristas religiosos. Aunque en este último caso, el humor pierde un poco de fuelle porque ya sabemos de hace muchos años que los que se toman muy a pecho la religión suelen estar tocados del ala. No así una persona con alergias, que ahora se está convirtiendo en una figura para la que se reivindica protección emocional.
Menos facilón, y por ello más divertido, son los chistes que cuenta a costa de padres y madres de familia. Estamos acostumbrados a que la crianza de churumbeles se presente como lo más sagrado y profundo, la más noble aspiración del ser humano, por lo que es de agradecer un poco de aire fresco punk en una retahíla de chistes despreciando tener hijos.
En estas digresiones, Gervais aprovechaba para recordar lo rico que es y el dinero que gana. A veces con ironía, otras con no tanta, la menos ese tipo de humor es un contraste con los que van de pobres sin serlo, algo que al fin y al cabo es una impostura más desagradable que la del que presume de sus marcadores sociales.
Una tercera parte del monólogo era meritoria por lo arriesgada, pero mediocre por el ingenio. Es cuando se cebó con Caitlyn Jenner y su cambio de sexo. Jenner es el padrastro de las Kardashian y televisó su conversión en mujer en el reality I´m Cait. El personaje ha aparecido en South Park, siempre con la lengua fuera y un ojo cerrado, y Gervais aprovechó la tesitura para señalar que él en realidad se sentía chimpancé.
Cualquiera que conozca la trayectoria de Jenner sabe que hay mil aspectos para bromear sobre ella más allá del hecho del cambio de sexo en sí, pero eso supondría hilar fino y esta parte del monólogo iba por lo procaz. Lo que sí es gracioso es que a su vez Caitlyn ha sufrido linchamientos por todo el orbe tuitero al reconocer su ideología republicana o por bromear sobre un tiroteo ocurrido en Washington DC.
El extraño experimento que intentó Gervais era, en sus propias palabras, demostrar a la gente que "puede reírse de cosas malas sin ser mala persona". Es un punto de partida un tanto erróneo, a mi modo de ver. Cualquier persona con un mínimo de inteligencia es consciente de que, por lo general, somos egoístas y lo que se conoce por malas personas. De hecho, no habría necesidad de buscar pretextos para no sentirse mala persona si no fuésemos puñeteras malas personas.
El ser humano es repugnante, no hay por qué avergonzarse. De hecho, ser conscientes es más práctico que pretender que no lo sea, porque por esa ambición de virtud llegan muchas tropelías, precisamente.
El error se halla en la universalidad de toda manifestación actual. Pretender darse a todo el planeta es algo completamente absurdo. Si Ricky es blanco, rico, británico y heterosexual y le gusta hacer humor desde esa óptica, adelante. No le faltará público. Desde luego con más posibilidades de remunerarle los chistes que los niños africanos sin recursos de los que se mofa. Pero la idea de reclamar que aunque haga ese humor es buena persona, es la que no encaja en la ecuación. Más moralismo del ofendidito de Twitter es el del que lava conciencias de forma complaciente. South Park en ese aspecto no pide perdón. Muy al contrario, recomiendan ellos mismos que no vea nadie su programa.