VALÈNCIA. Sergio Algora falleció por un problema cardíaco el 9 de julio de 2008. Durante estos años, su figura ha ido generando un mito, no sin motivo. Excéntrico, incontrolable y poseído por el talento, el fundador del grupo zaragozano El Niño Gusano fue único. En unos días se estrenará en el Contempopránea, Champán para todos, un documental sobre él dirigido por Lola Lapaz.
Apenas tuve contacto con Sergio Algora. Lo conocí menos de lo que me hubiese gustado. Mi relación con él fue sobre todo a través de su música, de las canciones que hizo con El Niño Gusano –grupo que compartió con Sergio Vinadé, Andrés Perruca, Mario Quesada y Paco Lahiguera- , Muy Poca Gente y La Costa Brava, el grupo que montó con Francisco Nixon. Hablé con Algora allá por 1998, cuando le entrevisté junto a los otros componentes de El Niño Gusano. No recuerdo si hubo alguna otra ocasión (tengo el neblinoso recuerdo de una breve charla nueve años después, en el Black Note de Valencia, tras un concierto de La Costa Brava), pero poco más.
Sí que recuerdo en cambio la primera vez que tuve noticias de Algora y de El Niño Gusano. A mediados de los noventa Javier Corcobado y yo hicimos juntos una serie de reseñas de discos para la revista El Europeo. La cosa consistía en que nos proponíamos discos el uno al otro, quedábamos y los comentábamos con la grabadora conectada. Después esa conversación se transcribía y editaba. Para la primera de aquellas sesiones, Corcobado se trajo dos singles de dos nuevos grupos españoles de los que yo no tenía noticia. Uno era Señor Chinarro. El otro era El Niño Gusano. Si a Javier le gustaban había que prestarle atención. Ya de entrada, el nombre de El Niño Gusano me parecía un enorme acierto. Entonces Javier colocó el disco en el plato y me dijo: “Fíjate en las letras”.
Llamo a Víctor Gomollón, el hombre de la editorial Jekyll & Jill. Le pregunto por Algora. "Me gustaría escribir algo en el décimo aniversario de su muerte", le digo. Me remite a Pedro Vizcaíno, alguien en quien debería haber pensado desde el principio. Nos conocimos durante aquellos primeros años noventa, cuando me fui a vivir a Madrid y el concepto de música independiente empezaba a bullir con sellos como el suyo, Grabaciones en el Mar. Hay otras voces más que autorizadas para hablar de Algora, pero me consta que andan desarrollando sus propias narraciones, así que prefiero no interferir.
Pedro conoció a Sergio en 1986. Les gustaban los mismos grupos, Pink Floyd, The Zombies, The Kinks. Su primer grupo se llamaba Tras el Francés, me cuenta Pedro. Luego abrieron juntos una tienda de discos, Plasticland, la antesala de Grabaciones en el Mar. “Sergio era un tipo que no llamaba la atención por ser extraño –comenta Vizcaíno-. Lo que ocurre es que su actitud ante la vida era diferente, vitalista. Siempre tuvo una gran personalidad. A mí de los grupos lo que me importa es que tengan canciones. El Niño Gusano las tenía y además eran increíbles. Por su parte, Sergio aportaba una cuota importante de surrealismo al pop español. Tenía una visión alucinógena de la vida. No pensaba que lo que contaba fuese tan extraño”.
Hace más de 20 años, un escarabajo volaba despreocupadamente por un bosque de Francia en una tarde de verano. Una mano le propinó un involuntario golpe, tan fuerte que lo derribó. El insecto cayó al suelo. Los cinco maños que en ese momento estaban jugando a la petanca se olvidaron de todo y rodearon al bicho. Uno de ellos exclamó: “¡Mirad, mirad, es el escarabajo más grande Europa!” El escarabajo remontó el vuelo, dejándoles como regalo a los componentes del grupo la coartada para el título del que sería su siguiente disco, El escarabajo más grande de Europa. La historia me la contó el grupo en aquella entrevista de 1998 y siempre me ha parecido muy representativa de ese mundo suyo, hilarante y estrambótico. Vizcaíno recuerda que Algora siempre se consideró más escritor que músico. Pero su aportación musical, además del surrealismo, trajo al rock del momento también una oleada de melodías al estilo de los años sesenta. Algora era el cruce entre lo yeyé y la oleada noise que caracterizó a la música de los primeros años noventa.
Tras su muerte en julio de 2008, comenzó a crecer el mito alrededor de Sergio Algora. Un mito que en algunos casos ha desarrollado una imagen alejada del irrepetible Sergio. Tenía algún parecido con otro Sergio, el francés Gainsbourg, señala su amigo Pedro. “Era de esta clase de personas que bebía pero nunca iba borracho. Era un cruce entre Serge Gainsbourg y Fernando Esteso. No tomaba drogas, pero bebía. Y tenía miles de aventuras con mujeres que acababan convirtiéndose en líos para nosotros”.
Hace un tiempo, Vizcaíno proyectó realizar un documental sobre su amigo junto a Óscar Sanmartín, el artista que creó las inconfundibles portadas de El Niño Gusano. Durante una temporada, Vizcaíno tuvo en su casa una vitrina que Sanmartín creó para la portada de uno de los discos del grupo. Un día, dos chinos entraron por error en su casa y eso dio pie, tiempo después, a una idea cinematográfica. Cien chinos –ni uno más ni uno menos-, entrando en una casa para contemplar la vitrina llena de extraño objetos que representaban el mundo de El Niño Gusano. También pensaron en rodear el estudio del grupo, que estaba en una granja, con un rebaño de ovejas. Maravillosas ideas, fieles a la idiosincrasia de Algora y de El Niño Gusano, pero imposible de llevar a cabo sin un presupuesto desahogado.
Sergio Algora era escritor. Escribió poesía, teatro, narrativa. Tenía un círculo de amigos poetas en Zaragoza que superaba con creces sus propias extravagancias. Yo creo que también era un personaje literario. Gravitando en una órbita más allá del pop, dibujando con su lírica imágenes que la música en castellano jamás tuvo antes. La mujer portuguesa quiere tener bahía, ella quiere bañarme y que mi piel caiga a tiras. Me gusta más que desayunar olerte, olerte sin nariz. Hay tantos metros que no miden nada, están mis dedos para contar. El sol de mi cabeza es de muchos colores. Hay personas que nacen con el don de poder contemplar la realidad como nadie más puede hacerlo. Sergio Algora tenía esa bendición. “Fíjate en las letras”, dijo aquella tarde Corcobado mientras colocaba el disco en el plato. Una parte de mí todavía gira en un recoveco del cielo en el que Algora sigue vivo.