VALÈNCIA. Hoy el oráculo parece repartido entre la familia, la escuela, las redes sociales y las consultas de salud mental, pero en la Grecia Clásica eran los filósofos los que enseñaban a vivir. Adela Cortina (Valencia, 1947) es la pensadora valenciana más mediática y ha conseguido que la ética aplicada se cuele en todos los foros sociales e instituciones. Contagia la energía de un coacher cuando es preguntada por el manual de vida y la senda para una sociedad justa y que viva en paz. Menuda, sencilla, de ojos francos y asertos valientes que enseguida jalona de citas bien traídas, esta catedrática de Ética y Filosofía Política y ensayista premiada (Premio Nacional y Premio Jovellanos de ensayo) desglosa de forma sencilla los temas más intrincados. Clara y pertinaz, se la sigue con tanta facilidad como a una cocinera apasionada hablando de su mejor receta.
En estos tiempos convulsos ha sido interrogada sobre casi todo y no se agota de repartir réplicas en las que, enseguida, brota una sonrisa templada y una apelación a la ética. Ética de la educación, de las finanzas, del desarrollo humano, de la Inteligencia artificial, bioética o neuroética: ningún campo de la vida social se resiste para ella. Su versatilidad habla de la vocación que tiene por lo multidisciplinar. Pertenece a la Comisión de Expertos que asesoran al President Ximo Puig y, a través de la Asociación IDEA (International Development Ethics Association), trabaja codo a codo con pensadores que comparten su proyecto. Muchos de ellos anclan su formación en la ética dialógica, enraizada en la Escuela de Frankfurt, y está muy orgullosa de haber formado alumnos que conectan a Habermas y Apel con los pensadores de Latinoamérica.
Hace treinta años, el entonces director de Bancaja, Emilio Tortosa, le pidió una charla sobre ética de los negocios y ella se negó a quedarse en un simple encuentro. Quería un grupo de empresarios y académicos trabajando juntos “porque los empresarios son quienes están en la brega y los académicos no podemos inventar la ética de la empresa desde nuestros despachos”. Pensaban que aquello iba a durar “un telediario” pero su Seminario Permanente de Ética Económica y Empresarial dura ya tres décadas y es pionero en España. Desde 1994 está institucionalizado a través de la Fundación ÉTNOR, de la que es directora académica. Destaca que “fue apasionante porque las conclusiones deben transmitirse a la sociedad. Partíamos de la base de que una buena sociedad necesita una buena economía, una que se vuelque al servicio de la sociedad”. En 2001 trajeron para su congreso al Nobel de Economía Amartya Sen.
A su amigo José Antonio Marina, con quien compartió la columna de Creación ética en el ABC Cultural, le fascina de ella cómo prioriza la inteligencia práctica sobre la teórica. La describe como la única pensadora española que cree en la ética. Quizá ese sea el secreto de su confianza en que la racionalidad triunfará. “¿Cómo dices ‘progreso’? ─le preguntan los alumnos─ Y no me sabe mal decirlo: lo creo”. ¿Cómo puede una persona en la séptima década de su vida pensar más “joven” que sus propios alumnos?
Culturplaza acude una tarde de septiembre a la sede de ÉTNOR en Navarro Reverter para charlar con ella y contagiarse de ideas para la reconstrucción moral que tanto se necesita estos días. Aporofobia, el rechazo al pobre (Paidós, 2017) es su última publicación y propone un neologismo con el que se pueda atajar el rechazo al pobre. En los 90, cuando ella acuñó el término, ni siquiera existía una palabra para esta aversión natural a los desfavorecidos, los “nadies”, y las actitudes contra ellos se confundían con racismo o xenofobia. Cortina reflexionó que no se despreciaba a los futbolistas millonarios de cualquier etnia ni a los orientales que compran equipos de fútbol sino a la gente sin recursos. Según su admirado Cubells “las cuestiones de palabras son solemne cuestión de cosas” y de esta forma sacó este mal social del anonimato para verlo incluido en el diccionario de la RAE y favorecer a los legisladores en la tipificación de “delito de odio”. Hoy día, el Ministerio de Interior monitoriza estas conductas que han salido de la invisibilidad. Cortina es el ejemplo insólito de una pensadora cuyo trabajo se traduce en la práctica de una forma relativamente rápida.
- Con el uso del neologismo, la defensa del “áporos” (pobre, sin recursos) se ha podido organizar. El libro también propone fórmulas de cómo acabar con la pobreza en el mundo y muchos lectores lo empezarán precisamente por ese capítulo, por el final. ¿Cuánto nos falta para lograrlo?
- Si hacemos caso a Hegel, el concepto debe entrar en la historia y eso va a funcionar. Yo no recuerdo el nombre de los ministros de este país, pero sí a los intelectuales que pusieron en la historia conceptos e ideas que indicaron el camino. Habermas y Apel, Rawls, Walzer, autores que han ido pensando nuestra historia con seriedad. Una tradición que es fantástica y está ahí, yendo y viniendo, es la Dialéctica, pero creo que la racionalidad va a ir triunfando en la historia, ¿por qué lo creo? Porque lo he visto. Hace treinta años se hablaba poco de la ética y la empresa pero ha ido prendiendo. En 1999 Kofi Annan lanza un Pacto Global en el que propone que los empresarios protejan 9 derechos humanos y más tarde, que se comprometan a no entrar en prácticas corruptas. No era una ley, sino una invitación. Después se creó el Departamento de Empresa y Derechos Humanos de la ONU. En 2000 nacieron los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio, y en 2015 se redactaron los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible, muy bien pensados. Sirven para todas las instituciones: empresas, estados, políticos, universidades. Se habla de acabar con la pobreza, mejorar la educación, alcanzar la paz, una alianza común.
- ¿El cambio del 2000 al 2015 expresa un fracaso o una visión más detallada y ambiciosa?
- En el 2000 Naciones Unidas redactó los objetivos muy encerrada en sí misma. Después abrió el diálogo con diversas instancias de la sociedad civil, se dispuso a escuchar y consensuar con todos los sectores. Es en las buenas prácticas donde hemos de encontrar acuerdos entre las diferentes culturas, en derechos humanos, medioambientales, sanitarios, de la mujer.
- En un mundo capitalista y global, si no incluyes a las empresas en los Objetivos de Desarrollo, se está haciendo un brindis al sol
- Exacto. Tienen una responsabilidad a nivel de justicia.
- ¿Y se tuvo en cuenta la opción de acabar con los paraísos fiscales?
- Claro, cada vez piensan más en los elementos que hay que subsanar, se hacen estudios cualitativos para ver dónde se encuentra cada empresa respecto a los Objetivos de Desarrollo.
- ¿Hará falta que esto se traduzca en sanciones o desgravaciones?
- Es que la ética no solamente consiste en cumplir la ley, sino también en sacar a la luz lo inadmisible. ¿Los paraísos fiscales? Son ilegales, está clarísimo. Pero además se necesita cultivar en la sociedad la actitud moral de rechazo, de que “eso no es admisible”.
- ¿Y cuál es hoy la situación de la democracia?
- Las sociedades democráticas son clave y es peligroso que haya una recesión democrática. Hoy están prosperando países con democracias de tipo iliberal (también llamadas democracias vacías o guiadas). Se celebran elecciones pero no se respetan derechos civiles y políticos: Venezuela, Turquía, Cuba, Brasil, Polonia, Rusia… En ese sentido a Trump no le temo porque en Estados Unidos no piensan en cambiar la Constitución para que él se perpetúe, pero en países tradicionalmente demócratas ha amainado el entusiasmo democrático porque se prefiere la seguridad por la pandemia. Y, sin embargo, la democracia es nuestro mejor valor y debe ser de corte europeo. Es una oferta de democracia liberal-social. Si no, sólo hay capitalismo estadounidense y chino. Debe haber una oferta potente de tradición ilustrada. La de la economía social de mercado.
- Los diversos tipos de democracia están muy bien explicados en tu Aporofobia: la democracia tolerante (modelo EEUU y con acento en la libertad), la intolerante (de corte europeo y con prioridad en el honor) y la militante (en la que la Constitución no se toca bajo ningún concepto)
- Sí, esa es la distinción de Loewenstein, y la menciono a cuento de los discursos del odio: cómo evitarlos sin coartar la libertad de expresión. Ha sido ahora el aniversario de los atentados del Charlie Hebdo y es preciso entrar de nuevo en ese asunto.
- Tu amor por vivir en València es conocido, pero también lo es tu doble raíz: la hispana y la alemana. Venías de tu tesis en metafísica cuando llegó el paso a la democracia en los 70 y cambiaste el rumbo hacia el estudio de la ética. Fuiste con tu marido (Jesús Conill, igualmente catedrático de Ética y Filosofía Política) a Múnich para dar con Apel y Habermas.
- Nos preguntábamos si habría una ética común para todos los españoles. La religión era la que había fundamentado la ética hasta entonces y se decía que al caer el nacionalcatolicismo no habría posibilidad de una ética común. El libro de Apel La transformación de la filosofía me abrió los ojos a la ética del discurso, que Apel compartió con Habermas, y trata de descubrir lo que significa justicia. Para decidir si una norma es justa, es necesario entablar un diálogo con los afectados por ella, celebrado en condiciones de libertad de información y simetría. Lo más importante es potenciar las capacidades materiales y culturales de las personas para que puedan dialogar desde sí mismas. Hay una obligación de mejorar a la sociedad para que pueda pensar por sí misma. Se diría “qué largo me lo fiáis”, pero no: vamos avanzando poco a poco. Esa ética dialógica creada por Apel y Habermas, representante de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt (en la primera: Adorno, Marcuse, Horkheimer), tiene hoy dimensión internacional, con pensadores muy potentes de Europa y América Latina.
- Hoy se trabaja la ética en muchos campos (bioética, ética de la empresa, del desarrollo), ¿cómo se abarca tanto?
- Porque las claves que se aplican en cada uno son semejantes: no dañar, beneficiar, respetar la autonomía y hacer justicia. Ayer me pidieron una charla de ética financiera, que también ha de atenerse a esos principios.
- La gente mayor no tanto, pero la joven reclama ese diálogo en la consulta médica, esa toma informada de decisiones.
- ¿Ves como va calando? El principio de autonomía no es “haz lo que quieras”, es dialógico. En desarrollo humano sucede igual, ¿se trata de imponer un modelo a los países en desarrollo, o de dialogar con ellos? Se impuso el Consenso de Washington y no funcionó. Hay que ir al país, conocer su cultura y dialogar. Como decía Hölderlin, “somos un diálogo”.
- En esta sociedad polarizada y de Big Data, ¿cómo vamos a dialogar de forma fundada con el exceso de información y el imperativo de crear opinión rápida que te ayude a alinearte?
- Hay que seguir el consejo de Kant: atrévete a usar tu propia razón, no te valgas de andadores. Hoy hay infinitamente más datos que en el siglo XVIII, pero si queremos seguir siendo autónomos, no debemos alinearnos a ningún grupo. Eso es difícil, porque como recordaba Maslow, nuestra necesidad de pertenencia es grande. El grupo me acoge y soy feliz. Eso es letal. Si lo hago, vendo mi razón, ya no soy autónoma sino heterónoma.
- Pero tú señalas que la motivación moral tiene una base biológica.
- Sí, pero somos bioculturales. Si no, no hubiéramos llegado a la Declaración de los Derechos Humanos. Culturalmente hemos progresado mucho. Echas la vista atrás y existía la esclavitud, la sumisión de las mujeres… Pero es lamentable que acabemos partidizándonos, porque los partidos al final hacen sus argumentarios y llegamos a la partidización de la vida pública.
Y sobre las cuestiones fundamentales de la vida: tampoco hay tantas: la libertad, la justicia, la igualdad, la felicidad. Hay muchos datos, pero las cosas fundamentales son sólo esas. Y hay que propiciar el diálogo interno también. Elementos cruciales como el amor, la amistad, la prudencia, son los mismos aunque los vayas adaptando a lo largo de la vida. Es inteligencia de la intimidad, pero vivimos en la extimidad. Los estoicos aconsejaban hacer examen de conciencia, y en el templo de Apolo en Delfos aparecía “conócete a ti mismo”.
- Esto se le pide hoy día a los médicos y psicólogos.
- Exacto, porque se necesitan grupos humanos en los que te puedas expresar abiertamente y no estar alineada. Es más importante tener afinidades que identidades. Aristóteles recordaba que la amistad es lo más importante. Y que no te sientas etiquetado.
- ¿Cómo ha sido el diálogo en interdisciplinareidad? ¿Qué tal el Comité de Expertos?
- Te nutre enormemente. La vida es interdisciplinar, no hay un solo problema en la vida que no se resuelva así. He oído a virólogos, gente de salud pública, de datos, de economía, de inteligencia artificial, de psiquiatría. Con una meta: construir respuestas generales a una situación mala. Las respuestas se quedan siempre cortas porque la situación era tremenda. Se debería trabajar siempre así, yo lamento mucho la división ciencias-letras-técnicas. Y me asombra lo poco que sabemos de los virus.
- ¿La gente ha aprendido la importancia del I+D?
- La gente sí, lo que no sé es si los políticos también. Pero si lo reclamamos, tendremos éxito. Hay que reclamar para la ciencia pero también para las humanidades.
- Para que la gente desarrolle su espíritu crítico.
- Criticar no es discutir ni tampoco insultar. Es discernir. Mi rama hispánica incluye a José Luis Aranguren y Javier Muguerza, y en Latinoamérica, sobre todo, a Guillermo Hoyos.
- Hablábamos de cómo cada cultura puede tener un diálogo distinto, ¿son los filósofos latinos más viscerales?
- Yo he intentado proponer una Ética de la Razón Cordial. Una vertiente cálida en la ética del discurso. Soy valenciana, absolutamente mediterránea. Creo que vivir aquí es un regalo. Siempre pensé que a Habermas le faltaba lo emocional. Propongo que en el diálogo se reconozca al otro como persona con sentimientos, persona vulnerable, que se alegra, se entristece, que puede despertar compasión. Pero también puede comprometerse para ayudar: la compasión activa.
- ¿Cómo ha sido la solidaridad valenciana en la pandemia?
- Lo interesante de la solidaridad es que permanezca. El Mare Nostrum, ese mar tan tranquilo, invita a la amistad, la cercanía, el diálogo. Pero la compasión no puede ser algo momentáneo, de pronto aplaudimos, de pronto nos vamos al puerto a acoger al Aquarius. Compasión es compromiso continuado de por vida. Y debemos prepararnos para que no vuelva a sufrirse tanto dolor.
- Pero no es lo que se oye en la calle.
- No. Porque la crispación ya estaba ahí antes y los partidos la rentabilizan para sus votos. Aquí en València, un cierto meninfotisme no va mal. Lo contrario podría acabar con vidas. Pero debería convertirse en tolerancia y en respeto activo.
- Tu generación, la de la democracia, fue tolerante, muy abierta. Salió al extranjero y se empapó de muchas corrientes. Has hablado a menudo de la riqueza que encontraste en Múnich, en el 77, un mundo filosófico distinto. Un momento de esplendor en el que cargaste pilas en esa riqueza para venir aquí a introducir toda esa influencia.
- Conocimos muchas corrientes y dialogamos con las más posibles. Esa generación fue decisiva, sí, dispuesta a abrir ventanas.
- ¿Los jóvenes alumnos tienen esa misma apertura?
- Me gustaría que fueran más ambiciosos y no se limitaran a hablar siempre de los mismos autores. Que fueran más rompedores, interdisciplinarios, en un mundo en el que se necesitan filósofos para la reflexión científica, técnica, vemos la filosofía integrada en las instituciones, en la Unión Europea. No hay filósofos en esos comités porque se quedan en la repetición de autores. A los autores hay que conocerlo muy bien, pero cuando los pones al servicio de resolver problemas es cuando se aprecia su fecundidad.
- Te caracteriza la vertiente práctica de tu trabajo, la ética aplicada.
- Lo aprendí en Alemania: la obsesión por presentar una propuesta y lanzarla al “mercado de las ideas”. Con modestia, creo que lo hemos conseguido. La gente de la filosofía se resistía porque era como mancharse las manos. Dimos el paso y ahora la ética aplicada es un campo increíblemente boyante, ¡lo reclama la gente!
- El interés creciente: ¿ha surgido de forma natural como triunfo de la razón? ¿O estará conectada con la creciente deriva corrupta o depredadora de la sociedad neoliberal?
- Afortunadamente, podemos decir que surge del triunfo de la razón moral, del sentido de justicia de las gentes que reclaman buenas prácticas en todos los ámbitos de la vida social. Se trata de una ética cívica, cada vez más transnacional, que se enfrenta al neoliberalismo y a los totalitarismos y les siega la hierba bajo los pies. Y lo que me gusta es que se reclame desde la base, las instituciones, la Unión Europea. Hegel va a tener razón: está muy bien indicar lo que debe ser, como quería Kant, pero se debe plasmar en la realidad, en las instituciones y las costumbres.
- Hablas con pasión de tu trabajo y de lo que disfrutas contagiándote de otras disciplinas. ¿Fue difícil decantarse por la filosofía?
- Empecé el bachiller de ciencias pero las letras me tiraban demasiado para dejarlas. Y en la facultad de Letras, Fernando Cubells era un genio. Teníamos asignaturas comunes (literatura, historia, pedagogía…), pero él nos hablaba de Platón, del mito de la caverna, de Aristóteles, los presocráticos, y era un genio; si hubiera sido alemán sería internacionalmente conocido, pero cuando uno es de Alberique, pues no hay nada que hacer. Además, yo de niña andaba siempre leyendo, siempre un libro en la faldita y mi madre “¡tendrás que comer…!” Leía cuentos, colecciones de los clásicos para niños, la Ilíada, la Odisea, la Biblia. Y escribía en cuanto podía. Creo que los libros han sido fundamentales en mi socialización. Cuando leí del cerebro y supe que es un procesador de historias más que un procesador lógico, entendí por qué esas historias fueron básicas en mi socialización. Leo mucha novela, aparte de filosofía.
- Me encantaría saber algún título favorito.
- ¡No sabes lo que has dicho! Leer novelas me ha apasionado desde que me recuerdo y hay una gran cantidad que forman parte de mi vida. Pero si hay que elegir unas pocas, cosa dificilísima, recordaría de Unamuno La tía Tula, con su defensa de la sororitas como complemento de la fraternitas, El mundo feliz de Aldous Huxley y su hallazgo de que lo que dirige las sociedades es la hipnopedia, más aún que la genética, Frankenstein de Mary Shelley, un relato estremecedor sobre la desgracia que significa no encontrar un semejante, Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán y su denuncia de un enfangado mundo político, esa Nubosidad Variable que es la vida humana, como cuenta Carmen Martín Gaite, El disputado voto del señor Cayo, esa obra genial en que Miguel Delibes nos recuerda que el mundo agrario es un sector esencial, como se ha comprobado con la pandemia, La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina, un relato sabio de la guerra civil, La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura o Ya nadie llora por mí de Sergio Ramírez, cuatro críticas sobrecogedoras de la tiranía insufrible, La mujer habitada de Gioconda Belli … ¿Seguimos?
Seguimos. O, más bien, ella sigue. Resulta difícil cansarla. El diálogo absorbe a Adela Cortina y la arrastra como un rápido en el que sabe remar con destreza y reflejos. Y todo ello para redundar en la manera en la que vamos a mejorar este mundo, un mundo que parece perplejo entre plaga y plaga. Adela Cortina se levanta flexible y se despide con una franca sonrisa. Nos ha convencido de que la ética puede abrirse camino. Resulta un antídoto perfecto contra la negrura del telediario.