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entrevista

Rafael Argullol: "La pandemia ha perdido la épica que tenía al principio"

20/12/2020 - 

MURCIA. El pensador, novelista y filósofo Rafael Argullol acaba de publicar Las pasiones según Rafael Argullol (Acantilado), un compendio de treinta y cuatro conversaciones que el autor mantuvo con Félix Riera en Catalunya Ràdio en una especie de sección improvisada sobre las verdaderas pasiones de la vida. El resultado es un libro bello y lúcido que podría convertirse en un regalo excelente para pensar a propósito del año que dejamos atrás, uno de los más convulsos y complejos que hemos vivido en las últimas décadas. Es por ello que hacemos con Argullol balance de año, es decir, de vida. Porque los buenos libros son, ante todo, fascinantes conversaciones.

-¿Cómo podríamos definir el término 'pasión'? El diccionario dice que es un sentimiento tan vehemente que es capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón. No sé si está de acuerdo con esa definición.
-La pasión es una focalización, como los focos del teatro sobre un determinado ámbito de la vida de uno. Es decir, en el momento en que se focaliza ese territorio, los otros territorios tienden a oscurecerse. Por tanto, las energías positivas y negativas se dirigen hacia este territorio y por eso el límite de la pasión es siempre la obsesión. Llega un momento en el que uno puede quedar encerrado en ese territorio focalizado. La pasión es una especie de hiperdosis de vida pero centrado en un determinado territorio.

-¿Y la compasión?
-La compasión es la capacidad o la sensibilidad que tenemos para compartir la pasión, tanto el goce de la vida como el sufrimiento. En ese sentido, veo la compasión como lo contrario al poder. Mientras el poder es una pulsión que nace fundamentalmente del egoísmo individual, la compasión es la capacidad de ponerse en lugar del otro, salir de tu piel para intentar comprender el lugar del otro. Lo cual, desde luego, no es fácil. A veces hablamos de compasión de una manera muy genérica y abstracta. La compasión auténtica es casi una forma sensorial y eso es muy difícil que suceda a no ser que haya una empatía o afinidad especial con una persona. 

-¿No sé si en estos tiempos complicados que vivimos el ser humano parece más desapasionado que nunca?
-La falta de pasión como elemento visible en el terreno social es anterior a la pandemia. Viene dado en que lo utópico deja de estar en el centro y se impone una visión más pragmática y utilitaria. No es exclusivo de este último año pero sí es cierto que ha habido tendencias contradictorias: al principio de la pandemia hubo un despertar de la pasión bastante notable y ahora estamos en una mezcla de miedo, indiferencias, apatía, fatalismo. La pandemia continúa pero ha perdido la épica que tenía en la primera fase.

-En las treinta y cuatro conversaciones que ha mantenido en el libro, probablemente es el amor la pasión a la que dedica más tiempo. ¿Por qué y desde cuándo el amor se ha alzado con la gran pasión y es un fenómeno sólo de Occidente?
-El amor es la utopía al alcance de todos: ricos, pobres, sanos, enfermos, jóvenes, viejos... todos tienen un anhelo de amor y a él le fían, en cierto modo, la plenitud de sus vidas, se cumpla o no. El amor tiene estas características democráticas y siempre se ha visto como la reconstitución de la integridad que en la vida humana no tenemos. Hay una palabra castellana casi en desuso que me gusta mucho: “tener entereza”. Es muy curiosa porque el ser humano tiene siempre la sensación de estar escindido, de estar separados o divorciados de la naturaleza o de los otros. El amor es el puente utópico que nos presenta la posibilidad de una unidad.

-El reverso del amor sería el odio. No sé si es una pasión tan potente pero lo que sí dice usted es que es una pasión más ordenada, menos caótica. Para odiar bien hay que ser metódico.
-El odio es una especie de amor invertido y en ese sentido, como el amor, necesita ser cultivado. Yo he sido poco odiador, no porque sea una virtud, sino porque he sido poco constante en el odio. Para que haya odio tiene que haber constancia. Y esta constancia implica un método y racionalidad en el odio. Creo que lo que más sobresale es el resentimiento, una forma de odio más moderado pero con mayor extensión social. Un estado del espíritu colectivo. En nuestro país se nota mucho.

-Me gustaría saber sus impresiones en torno a la bondad y cómo se vincula con la belleza.
-La bondad es una de las grandes pasiones y, además, hay que descubrirla. Cuando uno es muy joven puede llegar a tener fascinación por el mal, pero con el paso del tiempo te das cuenta de que el mal es limitado y trivial. Lo que realmente es heroico es la bondad, el bien. Es un arte. La bondad es un valor imprescindible del que ahora no siempre se habla adecuadamente y que, naturalmente, va vinculado con la belleza. Para los griegos antiguos, por ejemplo, no había diferencia entre belleza y bondad, hasta el punto que utilizaban la misma palabra para las dos cosas.

-Usted ya plasmó en La razón del mal, la novela que ganó el Premio Nadal de 1993, cómo un a pandemia azotaba a una ciudad como la Barcelona olímpica y utópica. ¿Habría posibilidad de que después de esta distopía actual lleva una utopía en la que creer? Y no sé si alguna vez imaginó que usted mismo viviría una pandemia como la que predijo en la ficción.
-Desde luego jamás lo pensé. Lo que entonces fue dibujé una pandemia de tipo espiritual y después esto sí se puso en evidencia. En mi novela, los afectados por esa pandemia se llaman exánimes. En cuanto a la salida de esto creo que habrá tres tipos de actitudes distintas: una primera de intento de celebración epicúrea de la vida, contra las privaciones; por otro lado, una actitud de intensificación de la vigilancia y algunas medidas que se han impuesto se quedarán; por último, tengo la esperanza de un tercer movimiento de actitud creativa. Me guio por lo que sucedió en Florencia tras la peste negra: surgió en Renacimiento. Es decir, a veces, este tipo de situaciones pueden desencadenar nuevas fuerzas creativas. Probablemente se dará todo al mismo tiempo.

-Es curioso porque precisamente, la espiritualidad y esa religión de la que hablábamos antes parece haber estado ausente en esa crisis. Y, por otro lado, ha hablado también cierta ausencia de la cultura y de nadie que la salve. ¿Cómo saldrá la religión y la cultura tras la crisis?
-En el caso de la religión ha sido la culminación de u proceso que llevaba décadas porque la Iglesia apenas ha dicho nada y lo que en otras épocas, los templos hubieran sido lugares de rezo, esta vez ha brillado por su ausencia. Lo cual no quiere decir que la alternativa a esto que es la ciencia no sea también la limitada. La ciencia nos puede dar respuestas a medio y corto plazo pero a largo plazo el problema de la muerte y de la trascendencia no lo sabe responder. La ciencia llega a esa figuras del horizonte pero no hace que el hombre traspase el horizonte, el enigma. Y prescindir de este enigma acaba creando más soledad. Y sí, lo que dice sobre la cultura es cierto, pero la cultura es la creación cultural y artística. A veces creemos que la cultura son las redes o gestores de la cultura. Pero lo realmente importante es saber si hay creación y producción cultural y esto sucede incluso si la situación social es mala. Por ejemplo, en dictaduras y tiranías puede haber habido una gran creatividad. Es importante presionar para que las instancias públicas tengan en cuenta el papel nuclear de la cultura, pero todavía es más importante que el creador sepa que él estará solo creando y acepte tal desafío.

-Quería volver a la compasión: ¿ha habido falta de compasión con todos los ancianos que han fallecido, que casi hemos dejado morir?
-A principios de la pandemia yo defendía una tríada de medidas contra la epidemia: coraje, compasión y espíritu libre. Viendo retrospectiva, coraje ha habido pero hemos de valorar individualmente; compasión hubo al principio pero ahora ya no existe en este clima de apatía y, por último, el espíritu crítico y libre no es que haya desparecido pero se ha aceptado con normalidad nuestra privación de libertad. Lo de los ancianos fue una especie de genocidio y hubo una alta indiferencia ante esto no solo en España, también en otros países. Pero aquí fue sorprendente la indiferencia ante la muerte ajena. Lo escandaloso fue que no supuse ningún escándalo. Yo creo que cuando esto pase habría que hacer una autocrítica sobre esta falta de compasión colectiva.

-Este libro, finalmente, surge como fruto de unas charlas radiofónicas improvisadas con Félix Riera. A su juicio, ¿cuáles son las claves para mantener una buena conversación?
-Así es, fueron unas charlas muy divertidas y estimulantes. La gran conversación siempre es cara a cara. Cuando hay una tercera personas tendemos a representar. Para conversar en la intimidad es muy importante el cara a cara. La conversación es todo. Lo que llamamos pensamientos íntimos son conversaciones con uno mismo. Dentro de nosotros hay una polifonía y de la conversación nace todo, incluida la cultura y la civilización humanas. Y de ahí la importancia extrema del lenguaje y de no mentir con él o gracias a él.

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