El autor de 'Supersize me' vuelve con un documental sobre ratas más orientado a la experiencia terrorífica del cine fantástico que a un buen reportaje sobre la vida de las ratas en las ciudades
VALENCIA. Alguna vez se ha escuchado al típico cocinero de relumbrón reivindicar el papel de la rata en la gastronomía local. No es para menos, este simpático roedor acabó en nuestros platos en múltiples ocasiones en toda la geografía española. Lo hicieron los castellanos, anteponiendo que se trataba más bien de “topillos de la ribera”, y lo hicieron también los valencianos echándole a sus paellas rata de marjal de la Albufera. No se libró ninguna región.
Hace poco le comentaba a quien esto escribe un compañero periodista que había estado tentado de hacerse con un par de ratas. Originalmente quería solo una, pero los que las criaban le advirtieron de que o cogía dos o nada, puesto que es un animal muy sensible y en soledad se deprime, me explicó. Al final, sus compañeros de piso se negaron y no le permitieron adoptarlas, pero él insistía en que es un animal de extrema sensibilidad, profundamente afectuoso con el que se puede confraternizar.
Sin embargo, para la mayoría de los ciudadanos a día de hoy la rata es un monstruo repugnante contra el que vale todo. Es un mamífero pero a nadie le importa que se le envenene y persiga, que se desraticen lugares y, si nos encontramos una, gritamos, lloramos y echamos mano de lo que haya al alcance para matarlas. Algo habrá dentro de nuestra memoria genética que produce esas sensaciones, que nada tienen que ver con el tomate, la cebolla y el pimiento de la receta castellana que las acompañaba rehogadas.
De estos escrúpulos, pánicos y miedos ha echado mano el documentalista Morgan Spurlock para abordar el mundo de estos roedores. Le recordarán por el estéril e incluso absurdo, Supersize me, en el que un hombre se alimentaba solo de comida del McDonalds hasta coger no sé cuántos kilos y enfermar solo para demostrarnos que eso no es sano, o por haber llevado al cine documental Freakonomics, el famoso libro de Steven Levitt. Ahora, para Discovery Channel, ha filmado Rats, un documental estrenado el pasado mes de diciembre y que está más orientado a acongojar y hacer pasar un mal rato que a estudiar a estos bichos, que es lo que se supone que haría un documentalista. Pero en fin, el asco también puede documentarse.
En los primeros compases aparece un desratizador como si se tratara de un personaje truculento de True Detective, mismas caladas al cigarro a cámara lenta, mismos colores ocres y verdes apagados por detrás. El caballero habla del control de plagas, una charla que en España no te la tragarías en una televisión local ni aunque todas las demás cadenas estuviesen dando teletienda,. Pero le pone un dramatismo e intensidad como si se tratara de la eliminación de competidores en el mundo de las peleas de gallos clandestinas. Se supone que hemos de verle como un personaje de leyenda, pero la cosa da risilla.
Cinco millones de virus en cada pata, llevan nuestras amigas las ratas de alcantarilla. Saltan al pecho si les tocas las pelotas y te pueden morder en la cara. Todo esto se explica con una banda sonora que ni Saw. El objetivo, más que analizar el control de plagas en la Gran Manzana, es mostrarlo como si de una película de terror se tratara. No estamos en Nueva York, dice el desratizador jefe, sino en Ratopolis. Y las basuras no son cubos cualesquiera, sino verdaderos restaurantes para ellas. Se flipan que da gusto aquí con sus metáforas y analogías. Muy americano.
La parte más embriagante de la primera mitad, sobre todo para los turistas que tengan pensado alquilar un glamoroso apartamento en alguna zona recientemente gentrificada de Nueva York, es cuando explican que una rata lo tiene chupado para plantarse en la taza del váter de tu casa.
El tipo que lo explica es el personaje del puro, el que sale al principio. Lo hace tan bien que perfectamente te haces la composición de lugar de que muy bien puedes estar sentado en el baño cuando asome una rata. Y entonces explica: “Las ratas cuando muerden, giran el cuerpo”. Y ponen más imágenes de la taza del WC con la rata nadando.
Sí, todo para que entiendas que una te puede arrancar las bolsas testiculares sin que te lo esperes e irse buceando de vuelta con el escroto entre los dientes hecho jirones. El tipo duro este te lo advierte: “las ratas muerden a todo el mundo, les da igual si eres pobre, rico…” Son transversales en su mordedura y se la pela la hegemonía de masas.
Lo que sí que es original es una autopsia a una rata, en la cual vemos todas las pulgas que tienen en el pelo y los parásitos que viven en sus pulmones, que se pueden transmitir a las personas. Producen fiebres hermorrágicas, así que estupendo.
También tiene lombrices, quistes en el hígado. Las larvas que les sacan de debajo de la piel son de tamaño guateque. Parecen cosa de ciencia ficción. Llega un punto en el que, al contrario de lo que pensaba lograr el director, la que da pena es la rata.
Pero, raudo, con la intención de evitar que el enemigo despierte simpatías, una serie de fotos sobre las enfermedades que las ratas le pueden transmitir a las personas le vuelven a poner a uno alerta. No desayune mientras ve este trabajo.
La siguiente parada es en Mumbai, India. Encontramos personas hospitalizadas por enfermedades que transmite la orina de las ratas. Aquí la gente no tiene un sofisticado control de plagas, las mata a palazos o las atrapa con redes. En el peor de los casos, las cogen con la mano y les parten la columna. Es bellísimo este documental, pero parece que este tipo de batidas son más rápidas y eficaces que las trampas y el veneno. De hecho, los encargados cobran por cabeza.
En Camboya la cosa no mejora. Aquí encontramos a un comprador de ratas, pero vivas. Las paga al peso, por kilos. La finalidad, como habrán podido imaginar, es papeárselas. En el restaurante que visitan los documentalistas, resulta gracioso encontrar ahí los ingredientes para el sofrito del que les hablaba al principio, los de la receta castellana.
En fin, hay un momento dado en el que el tío del puro comenta que un día crió un montón de ratas en su casa, en plan experimento. De repente, les quitó la comida y vio cómo se comían las unas a la otras, empezando por las crías. Eso sí, a la jefa de la manada ni la tocaban. No me digan que no, por el trato que le damos al planeta y lo violentos, pero serviles que somos, que no somos hermanos de las ratas. Desde lo alto, la vida humana no debe verse muy distinta, con la salvedad de que nadie controla nuestra plaga.