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opinión

Plácido Domingo y la triste guinda que ha puesto en su carrera

15/10/2019 - 

VALÈNCIA. Aún no se conocen los resultados del estudio que la Ópera de Los Ángeles ha encargado sobre los supuestos casos de abusos (o acosos, o “comportamientos inadecuados”, según quien los relate) atribuidos a Plácido Domingo. Los hechos, investigados en primer lugar por la agencia americana Associated Press, se referían a tocamientos, besos o insinuaciones que el cantante prodigaba, supuestamente, a atractivas cantantes o bailarinas. Tras dos meses de denuncias, declaraciones, dimisiones y cancelaciones, Domingo se encuentra en la picota americana a la espera del estudio mencionado. Europa, mientras espera también, opta por seguir aclamándole.

Un condicionante, frecuente en estos casos, enreda más la espinosa cuestión: ninguna de las dos partes parecen querer dilucidarla en el ámbito judicial. Conviene insistir: ninguna de las dos partes, ni las mujeres que han sufrido los abusos, ni Plácido Domingo. Por otro lado, en buena parte al menos, los delitos habrían prescrito.

Tampoco él, que se sepa, ha puesto ninguna demanda por difamación, a pesar de que las acusaciones, incluso sin pasar por los juzgados, le han obligado a dimitir de todos sus cargos y compromisos de actuación en EEUU. Algunos centros operísticos han postergado sus decisiones respecto al cantante a que se conozcan los resultados del estudio encargado por la Ópera de Los Ángeles. Esta investigación adquiere, pues, una gran relevancia, a falta de un procedimiento ante la justicia ordinaria.

Las mujeres afectadas

Los motivos para no acudir a la justicia son fáciles de suponer en el caso de las afectadas, pues responde al patrón que se verifica en muchas víctimas, cuando sufren similares (o peores) experiencias por quien ostenta algún tipo de poder sobre ellas. En el caso que nos ocupa, su capacidad de respuesta habría disminuido ante un nombre tan famoso -y con tantísima influencia en el mundo de la ópera- como el de Plácido Domingo. Fama que, como cantante, es absolutamente merecida, al menos hasta que la edad causó en su voz los lógicos estragos.

Se trataría de un miedo mezclado con respeto y admiración, ante la influencia indudable que tenía y tiene Domingo en el ámbito donde estas chicas se movían y querían prosperar. La componente de admiración incide especialmente en profesiones artísticas como la música, el cine o el teatro. La del temor al poder es común a todos los sectores: sea la secretaria de una empresa ante un alto ejecutivo, la trabajadora de limpieza  ante el encargado, o la investigadora ante el jefe de un departamento universitario. O, a lo que íbamos: la de una cantante que se inicia en la ópera ante uno de los divos más importantes a nivel mundial. 

El poder ligado al sexo no atenaza sólo a las mujeres. Puede ponerse todo en masculino en el caso de los acosadores homosexuales. Y pueden vestirse de entrenadores deportivos, lucir sotana o ejercer de cariñosos profesores cuando los afectados son niños o adolescentes. En todos los casos, el abusador utiliza el hecho de estar “por encima de”-al menos visto desde la óptica del abusado-, no sólo para hacer lo que quiere, sino para que el otro no lo cuente. Y para que las instituciones, del tipo que sean, no se enteren. Y, para que si se enteran, no se muevan. 

A Domingo se le acusa de ejercer su influencia para obtener favores, sobre cantantes jóvenes y atractivas, aunque también hay una bailarina y una trabajadora de Sony, según informaba Levante el 12 de septiembre. Son 20 mujeres, en total, las que lo han denunciado. Todas ellas, posiblemente, temerían perjudicar sus carreras si hablaban en su día, Muchas temerían las consecuencias, incluso ahora, si salen del anonimato. Quizá no se las creyera ante la falta de testigos, o quizá les ocasionara problemas con su propia familia (esa larga historia donde la víctima se convierte en acusada). No sería cuestión menor, tampoco, la dificultad de afrontar las costas de un proceso que podrían perder si no hay pruebas. Mientras tanto, el tiempo pasa, y los hechos han prescrito.

En estos y otros casos, es muy difícil demostrar lo que ha sucedido realmente cuando dos personas están solas en una habitación. Y quizá haya sido la gran ola del “Me too” la que haya llevado a hacer públicos, a pesar de todo, los besos, tocamientos, invitaciones inconvenientes y demás “comportamientos inadecuados” que se atribuyen a Plácido Domingo. Se ha dicho que muchas de estas mujeres buscan notoriedad. No cuadra tal afirmación cuando la mayoría oculta, todavía hoy, su nombre. 

La mayoría, pero no todas. De las veinte, dos han dado el nombre, y hasta algún detalle de los hechos: Patricia Wolf, en la primera tanda de nueve mujeres denunciantes, y Angela Turner Wilson, en la segunda, de once.

Las razones de Plácido Domingo

Tocaría también examinar la posición de Domingo. ¿Por qué no ha puesto una denuncia por difamación, al menos contra las dos mujeres que sí han dado el nombre? En su caso no podría hablarse de miedo al poder de esas mujeres, ni de falta de medios económicos para afrontar, con los mejores abogados, una querella judicial, ni de correr un riesgo laboral a causa de la denuncia. ¿Por qué, entonces, se limita a unos comunicados, bastante ambiguos, y –después- a las dimisiones de todos los compromisos y cargos que tenía en Estados Unidos? ¿Por qué debería dimitir si se trata de mentiras?

Tras negarse a cantar Macbeth en la Metropolitan Opera de New York (negación acordada, en el último momento, con la empresa), se produce su dimisión como director de la Ópera de Los Ángeles (que ostentaba desde 2003), y la cancelación de los conciertos que tenía allí programados, sin esperar a los resultados de la investigación en curso que la propia ópera encargó. Previamente, se habían cancelado las actuaciones comprometidas con la Orquesta de Filadelfia, la Ópera de San Francisco y la de Dallas.

Sus defensores acuden a la presunción de inocencia, pero este es un derecho que funciona en el ámbito judicial hasta que no hay sentencia firme. Y Domingo tampoco parece querer entrar en él.

Sí que ha habido, desde el principio, comunicados. Del propio cantante, aunque, sin duda, aconsejado por abogados. El primero –quizá el que más luz arroja- se dio con el texto siguiente: “Las acusaciones de estas personas anónimas, que datan de hasta 30 años, son profundamente preocupantes y, tal como se presentan, inexactas. Aún así es doloroso escuchar que pude haber molestado a alguien, o haberles hecho sentir incómodos, sin importar cuánto tiempo hace de esto, y a pesar de mis mejores intenciones. Las personas que me conocen o que han trabajado conmigo saben que no soy alguien que intencionalmente dañaría, ofendería o avergonzaría a nadie. Sin embargo, reconozco que las reglas y valores por los que hoy nos medimos son muy distintos de cómo eran en el pasado. He sido bendecido y privilegiado de haber tenido una carrera de 50 años, y me ceñiré al más alto estándar” [publicado en El Español el pasado 13 de agosto] 

Este comunicado se desliza, sutilmente, desde el terreno de los hechos al de las intenciones y los buenos propósitos. ¿Por qué no indica cuáles son las “inexactitudes” de las acusaciones? ¿Por qué se defiende del “querer ofender” cuando nadie la ha acusado de ello, sino de “haber ofendido”, aunque no tuviera voluntad de hacerlo?. Falta la negación concreta de los hechos, no de las intenciones. Pueden consultarse, al respecto, las declaraciones de Angela Turner Wilson,  describiendo cómo Domingo intentó besarla (El Mundo, 6 septiembre 2019), o el relato de  Melinda McLain, coordinadora de producción de la Ópera de Los Ángeles en 1980, cuando explica que se procuraba no dejar solo a Plácido con una mujer atractiva, labor en la que colaboraban otros trabajadores y artistas del teatro. Este relato se ha reproducido en numerosos medios. 

También se utilizaba en Los Ángeles el recurso de invitar a su esposa. Por lo visto, así  el tenor se comportaba. Lo que se visibiliza con todo ello es que los responsables de los centros tenían constancia de los hechos, y nadie le decía “basta”, aunque procuraran evitarlos con algunas tretas. Cosa distinto ha sido cuando el asunto saltó a todos los medios, precisamente en un momento que tiene ya una sensibilidad mucho más acusada contra este tipo de cosas.

Por eso en Nueva York se aceptó (o es posible que se aconsejara), con gran rapidez, la cancelación, a un día del estreno, de su actuación en Macbeth. ¿Qué temía el tenor (ahora barítono), y que temía la dirección del centro operístico neoyorkino? El coro y la orquesta habían explicitado su malestar por actuar junto a él. Y aunque antes se toleraba casi todo entre bambalinas, tampoco entre el público de hoy resulta aceptable la costumbre de abusar ni la de encubrirla. Tras Nueva York, el asunto se repite en otras ciudades americanas.

“...Todo el mundo lo sabía...”, se dice ¿Y por qué nadie hacía nada? ¿Será, acaso, porque con Plácido se cuelga casi siempre el cartel de “no hay entradas”? 

Mientras tanto, se había puesto en marcha la investigación encargada por la Ópera de Los Ángeles. Lo dirige Debra Wong yang, abogada especialista en protección de la reputación. Wong solicitó el contacto con todos los trabajadores de esta ópera, garantizándoles que no habría represalias. A día de hoy, no se sabe en qué punto se encuentra este estudio, pero ya se ha visto que Domingo decidió no esperar a los resultados, dimitiendo de su cargo como director y de todos los compromisos de actuación que tenía en la ciudad californiana. 

Europa apoya o espera

En Europa, sin embargo, no se mueve nadie, y se dice “estar a la espera” de la investigación de Wong, manteniendo todos los compromisos con Domingo. Así lo han manifestado el Teatro Real y el Palau de Les Arts. Los mantienen asimismo –o los han llevado ya a la práctica-  Salzburgo, Szegred (Hungría), Zurich y Moscú. Europa, de momento al menos, no se mueve. Es más: los aplausos recibidos en algunos recintos (por ejemplo, este domingo en Zurich) no parecían referirse sólo a los méritos artísticos, sino a una especie de “desagravio” ante las recientes acusaciones. Hay, sin embargo, algunas decisiones menos claras: la cancelación, por la Ópera de Viena, de su participación en los Premios europeos de la Cultura, o la denominación, en los carteles de las pasadas celebraciones del Nou d’octubre valenciano, del Centre de Perfeccionament “Plácido Domingo” como “Opera Studio”, aunque en ambos casos se niega que tengan algo que ver con el tema de los abusos.

Pero sigamos con los apoyos: en México le concedieron el 5 de octubre el Premio Batuta a la excelencia en la música clásica. También le han apoyado incondicionalmente dos divas del canto: Anna Netrebko y Ainhoa Arteta. La primera, en su cuenta de Instagram, manifestaba el 18 de agosto (cuando las investigaciones de Associated Press ya eran públicas: “So happy to return to Metropolitan Opera in September to perform one of my favorite Verdi role – Lady Macbeth- and share stage with fantastic Placido Domingo!”. Ainhoa Arteta se posicionaba, asimismo en agosto: "No tengo ni idea de si habrá flirteado y ligado. Esas cosas se hacían también antes y se siguen haciendo ahora, pero sé que no es un acosador, pondría la mano en el fuego”.

Ha tenido Domingo más defensores en España, aunque alguno de ellos le han hecho un flaco favor, con manifestaciones que, muy posiblemente, el propio Domingo habría rechazado. Es el caso de Albert Boadella, cuyas declaraciones avergüenzan a cualquiera. Escribió en un tweet al respecto: “Las manos de un macho no están para estar quietas. De lo contrario los humanos no existiríamos como especie” (!).

Tampoco le ayudan los fans que, en foros y redes sociales, parecen negarse a aceptar que una voz tan admirada pueda coexistir con los hechos denunciados. Sin embargo, no se trataría del primer gran escritor, gran pintor o gran cantante con éticas dudosas en el terreno sexual. Y es que el arte no ejerce milagros en la vida de sus creadores.

Denunciar esos “comportamientos inadecuados” no significa rechazar las versiones emocionantes que Plácido Domingo ha dado de personajes como Otello, Don José, o incluso Siegmund. No es necesario que sus admiradores inicien una cruzada defendiendo su voz: está sobradamente encumbrada por la historia, y no es su manera de cantar lo que se cuestiona ahora, sino ciertos aspectos de su conducta. Y le convendría, para acabar honrosamente una carrera sobresaliente, pedir perdón, sin subterfugio alguno, a las mujeres afectadas, pedírselo pública y personalmente. Todos esos comunicados ambiguos, esas “dimisiones” que se hacen bajo presión –y que, de hecho, parecen despidos encubiertos- no ayudan a mejorar su imagen, ni inducen a pensar en su inocencia. 

Sólo son, en definitiva, la triste forma de concluir una brillantísima carrera. 

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