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Pedro 'El Granaíno': "Llegué a echar de menos el mercadillo. Eran igual de duras las giras que estar esperando llamadas"

26/01/2018 - 

VALÈNCIA. La madurez en el flamenco se adquiere cuando la palabra se desprende de todo lo que le sobra. El adorno no hace otra cosa que entontecer el relato y, en resumen, el adjetivo mata. Con ese aplomo canta Pedro 'El Granaíno', directo, con ese buscarse por dentro para encontrar un motivo que haga que un teatro lleno se levante. Le ha ocurrido ya tantas veces que la casualidad queda descartada. 

Pedro Heredia (Granada, 1973) lo observa todo como por primera vez, aunque se ha ido haciendo sitio impulsado por una estela de promesa feroz que pajariteaba por los ambientes flamencos para anunciar un talento. Una cierta añoranza sin voluntad suele terminar prendiendo en risa en su rostro al recordar cómo se convirtió en uno de los cantaores más seguidos, aplaudidos y respetados de los últimos tiempos. 

"No pienso mucho más allá de lo que estoy viviendo ahora.  Me gusta estar pendiente del presente, aunque es verdad que echo muchas cosas del pasado", explica Pedro El Granaíno tras haber cosechado otro de sus éxitos en el Teatre Talía de València. A su manera, puso en pie una forma de descubrir el cante. De manifestarse distinto. De enfocar el arte con una mirada propia sacando astillas de cualquier palo. Tras participar en el último trabajo de Vicente Amigo, Memoria de los sentidos, con una bulería a Talavante, cintura y compás, clara y natural, como los pases personalísimos del diestro, se ha alzado con el trofeo Peña el Taranto. 

— Qué líos montados llevas. ¿Te acostumbras? 

Ha ocurrido todo en el momento que tenía que ocurrir, cuando me he visto preparado. A veces, me sorprende tanto cariño y tanto trabajo, pero hay que seguir estudiando.

—¿De dónde sale todo esto? Porque, en tu familia, cantar, poco.

En mi familia siempre se ha cantado por diversión, como pasa en muchas de gitanos en las que no hay ningún artista.

—Ninguno profesional, porque artistas seréis unos cuantos...

(Ríe) Sí, sí, artistas hay muchos. Pero a mí me pica la curiosidad, de verdad, cuando me subo a un escenario y veo que a la gente le gusta, le interesa. Y, sobre todo, cuando aparecen en mi vida, a parte de Camarón y Enrique Morente, Tomás Pavón. Cambió totalmente mi sentido y me enganchó al flamenco. A partir de ahí empecé a estudiar y a escuchar de otra manera. 

— Con Patrocinio Hijo a la guitarra ha llegado la explosión.

Es un tocaor al que le gusta el cante. Eso es muy importante para un cantaor, porque hay guitarristas que tocan muy bien, son unos virtuosos, pero no les gusta el cante. Así, acompañar es muy complicado. He tenido muy buenos compañeros y ahora tengo un bicho como Patrocinio.

— Incluso ha cambiado tu forma de cantar...

Me ayuda muchísimo y ocurre todo sin proponérnoslo. Nos encontramos un día en un festival. La organización me puso un guitarrista, que era él, y desde aquel día dije pa mí. Este me lo quedo. 

Con el tiempo vas descubriendo tu voz, los palos que mejor te van. Porque te pones a estudiar, pero, claro, cada maestrillo tiene su librillo y cada referencia te llega de una manera. Cantamos más pausados, con otra tranquilidad. Eso te lo enseña el escenario. El hecho de estar trabajando de forma continuada.

— Las soleás, por cierto.

La soleá me costaba mucho encontrarla, pero la encontré. Sobre todo la de Alcalá. Me identifico más con la siguiriya, porque es un palo más de desgarro, de fatiga, me identifico con los palos más dramáticos. A parte de escuchar a Juan Talega, a Manolito de María... cuando dominas la soleá te ves capaz de estudiarlo todo, pero necesitas a alguien al lado que comprenda dónde va, dónde viene. 

Siempre les digo a los compañeros que vienen por detrás que es el tiempo el que te hace encontrarte a ti mismo. Esto no es una carrera de 100 o 200 metros lisos. Como decía el maestro Morente, yo no voy a ganar una medalla o un trofeo. Vas aprendiendo constantemente, un día de uno, otro día de otro... Hay que escuchar a todo el mundo y sacar la parte buena. Todos, antiguos y modernos, tienen algo que decir. 

— Machado dejó escrito que se canta lo que se pierde. ¿Qué has perdido para encontrarte a ti mismo en el cante?

Lo difícil es decir que no a muchas cosas. El hecho de que estés en tu casa, que te llamen de compañías y tengas que rechazar trabajos... a veces, es muy difícil mantenerte en tu sitio, seguir tu camino, aunque no tengas para comer. A mí esto me ha llegado en el momento justo. Tengo muchos compañeros que están intentando dar el salto, pero no hay que forzarlo. El público y el tiempo son los que te dan la razón.

— ¿En qué momento te das cuenta de que ha entrado tanta gente en tu vida que te tapan y no puedes ver lo que dejas atrás?

Te empiezan a llamar para peñas flamencas, festivales, recitales en solitario... Yo trabajaba en los mercadillos y mi ídolo era Juan, Farruquito. Le veía algo especial en su manera de bailar. Es un fenómeno. Lo conocí porque, después de un espectáculo de Antonio Canales, me invitan a una fiestecilla a la que iban los Farrucos. Me dijeron: "Primo, cántate un poquito, que te escuchen". Imagínate cómo estaba sin haber cantado en mi vida. Canté, les gustó mucho y me propusieron irme con ellos, pero ni estaba preparado ni era el momento.

Un tiempo más tarde, su hermano Farruco me lo propone y le digo que sí. Así que me fui a Madrid durante dos meses con un equipo en el que todo era gente nueva para montar un espectáculo. Al volver es cuando tuve que tomar la decisión más complicada. No sabía qué hacer, si dedicarme al cante, seguir en los mercados... Había que sopesar muchas cosas: los viajes, la familia, estar mucho tiempo lejos de casa. Llegué a echar de menos el mercadillo, qué fatigas: a los 20 días de estar fuera todo me daba fatiga, no quería más escenarios. También es verdad que cantando atrás no ves el fruto de tu trabajo. Y los parones son mu malos: cuando te tiras un mes sin que nadie te llamo. Quería volver al mercado.

— Pero te quedas y te presentas con un guitarrista en el escenario.

Una de las cosas que no se me van a olvidar nunx es la primera vez que salgo y veo un pedazo de teatro hasta la bola, con una ovación tremenda, no me lo creía. El guirarrista Juan Requena me miraba y me decía: "La que has formado, Perico". 

Donde más a gusto me encuentro es en mis recitales. No me cierro a nada, pero, de momento, quiero disfrutar de lo que tengo. Haré lo que tenga la oportunidad de hacer, pero, por ahora, lo que me apetece es cantar por soleá, acordarme de los grandes en el escenario y darlo todo con una guitarra y mi voz. 

— Tres bienales, colaboraciones, tus recitales... el lío que te decía.

Mira, una cosa que me pasó. Yo soy de dormir con pinganillo. Me suelo poner la radio para escuchar flamenco. Recuerdo que una noche estaba ya medio dormido y me escuché a mí mismo lo que horas antes había cantado en el teatro: una zambra de Manolo Caracol. Los nervios se me salían por todas partes. Al día siguiente empezaron a enviarme recortes de periódico, me llamaron muchos críticos... Ahí es dónde te empiezas a plantear hacia adónde quieres ir. 

— Menos mal que no le hiciste mucho caso a tu padre. 

Mi padre no quería que me dedicara al cante. "Pero si todos los artistas están desmayados, recogiendo cartones", me decía.

 

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