vals para hormigas / OPINIÓN

Paseo por Carrús Este

23/01/2019 - 

Los ciudadanos tenemos tendencia a no ver todo aquello que aparece a simple vista a los ojos de un extraño. No solemos visitar ese pueblo de al lado que viene recomendado en todas las guías turísticas, por el mero hecho de que lo tenemos cerca y podemos ir cualquier día. No sabemos cómo se decoran las azoteas de los edificios de nuestro entorno porque vamos caminando con prisa, con un propósito o con un problema por resolver, siempre mirando hacia el suelo. No conocemos la vida de nuestros vecinos porque un viaje en ascensor apenas da para charlar sobre el frío que hace en este enero de bufandas y gripes y porque léase la frase anterior. Y no caemos en las virtudes y los defectos de nuestro barrio hasta que alguien nos pregunta, porque la vida consume mucho tiempo y los pocos ratos que nos quedan los dedicamos a construir esas rutinas con las que parece que todo cobra sentido.

Pasé la semana pasada por Carrús Este, en Elche, con el objetivo de averiguar cómo se vive en el barrio con la renta media más baja de España, según los datos que maneja la Agencia Tributaria. Un entramado de calles extendido entre dos plazas que se construyó a toda prisa durante el aluvión de los sesenta y el desarrollismo, cuando llegaban a la capital del Vinalopó los inmigrantes españoles que querían trabajar en el calzado. O en cualquier industria que les diera un jornal. Y, como suele ser habitual, vi cosas que algunos ilicitanos no ven. No las descubrí, porque están al alcance de cualquier mirada. Las vi. Vi un barrio humilde, desatendido y cansado, repleto de pensionistas e inmigrantes. Vi un barrio que se recoge poco antes de que se vaya la luz, con niños que juegan en los parques, ancianos que pasean sus perros, familias que buscan los ultramarinos más cercanos para hacer la compra de la semana y unos cuantos bares de los que sirven las cervezas por la ventana para los clientes que solo quieren fumar mientras ven el partido en canales que no pueden pagar.

Carrús es como un dormitorio de familia de clase media, no hay adornos, no hay distracciones, no es más que un lugar para poder descansar después del ajetreo de todo el día. Hay paro y rentas bajas. Hay negocios que maduran demasiado deprisa porque casi nadie consume con la tranquilidad de un sueldo fijo. Hay muchos locales cerrados en los que los vecinos aseguran que se cosen miles de zapatos a la hora y sin cotización que valga. Hay basura en las calles, algo de trapicheo en los zaguanes cuando el barrio se llena de sombras. Pero nadie se siente inseguro, salvo los que tienen miedo de lo diferente. Hay dejadez, desconchones y ropa tendida a deshoras. Y hay una amenaza extranjera o la posibilidad de convivir rodeado de cientos de culturas diferentes, según sea tu origen, tu voto electoral, tus expectativas y el tiempo que dediques a transitar por el barrio. Escuché a una comerciante ilicitana, con parque móvil de lujo y residencia en otro lugar, y a un español de origen subsahariano con los impuestos al día y ganas de pasear. Los dos dijeron lo mismo, pero con diferentes perspectivas. La del que solo está de paso mientras hay luz y la del que siente el latido del barrio cuando ya se han cerrado todos los negocios. En Carrús se vive bien, asegura hasta el párroco. Siempre que no pretendas vivir mejor. Siempre que tengas acceso a ayudas o subsidios. Siempre que te conformes con una casa antigua sin ascensor. Siempre que te conformes con un empleo mal pagado. Siempre que no tengas más remedio que tolerar las imposiciones de quienes viven en los mejores barrios.

Conté que en Carrús había paro, gente obrera, desidia institucional, economía sumergida e inmigración. Hasta el alcalde, Carlos González, lo reconoció. Pese a ello, hubo ilicitanos que me encomendaron darme una vuelta por el Carrús que acababa de visitar, para saber de lo que hablaba. Porque cuando miramos hacia el mapa de nuestra ciudad, la pasión nos nubla el entendimiento como sucede con el equipo del que somos hinchas. Tiene que venir un extraño, o la mismísima Agencia Tributaria, a indicarnos dónde están las carencias. Y si las desconocemos o miramos hacia otro lado, seremos incapaces de exigir que alguien las solucione. Si es que nos importa lo que sucede al otro lado del río.

@Faroimpostor