El artista francés, ganador de un Goya el año pasado por la banda sonora original de El Reino, es uno de los protagonistas de la XV Muestra de música en directo y cine que se desarrollará en Castelló del 6 al 9 de febrero. Arson comparte cartel con Alberto Lucendo, Fernando Vacas y Raül Refree, representantes de una nueva generación de músicos que llegan al cine desde escenas alternativas.
VALÈNCIA. En combinación con la imagen, la música -o la castración deliberada que supone su ausencia- es un potentísimo modulador de frecuencias emocionales. Posee el extraño poder de transformar una escena dramática en una comedia negra, y viceversa. Es el agente emulsionante al que se recurre cuando hay que redondear personajes, buscar el clímax, salir de valles narrativos con elegancia, incluso enmendar fallos de rodaje. Los buenos compositores de bandas sonoras llevan a cabo una labor quirúrgica sutil, capaz de obrar milagros en la psique de los espectadores. Con su batuta invisible, anticipan nuestras reacciones y manipulan los ciclos circadianos de nuestro disfrute cinematográfico. Olivier Arson (París, 1979) es uno de esos buenos compositores.
Formado en la cultura de la música electroacústica (a la que su padre era un gran aficionado), el ambiente y la música industrial, y con un largo bagaje en el ámbito de la experimentación electrónica y la investigación de texturas y sonidos, Arson entró en el mundo de las bandas sonoras por la puerta grande. Sus colaboraciones con el director Rodrigo Sorogoyen -que comenzaron cuando éste le pidió varios temas de su grupo, The Folding and The Point, para el largometraje Stockholm de 2013- le han granjeado muchas alegrías. Después de componer la BSO de Que Dios Nos Perdone, llegó El Reino; y con él, la gloria. Desde entonces, este artista francés, afincado en España desde hace 14 años ha creado música para series televisivas como La Zona y películas como Madre, ambas también firmadas por Sorogoyen.
En su faceta como músico independiente, Arson es conocido por su proyecto Territoire, con el que ya ha actuado en varias ocasiones en el Sonar y otros festivales. Después de grabar durante tres años con una constelación de artistas del underground español y el productor Abel Hernández (Migala) bajo el sobrenombre de The Folding and The Piont, Arson publicó en 2012 un disco llamado Mandorle bajo el nuevo alias Territoire. El último trabajo publicado dentro de este proyecto fue Alix (Humo, 2018), un disco lleno de drones norcturnos y beats industriales creado junto el veterano productor de techno Óscar Mulero.
Su trayectoria profesional, muy alejada de la de un compositor de bandas sonoras convencional, explica la incorporación de Olivier Arson al cartel que ha preparado Cinemascore para celebrar su XV edición. Este año, el festival que organiza el aula de Cine y Creación Juvenil de la UJI y la promotora Born Music ha planteado unas sesiones especiales en el Paraninfo de la Universitat Jaume I de Castellón, en las que se invita a cuatro jóvenes compositores a interpretar en directo sus propias bandas sonoras originales durante las proyecciones de las películas. Así, Alberto Lucendo lo hará con Gregarios: maravillosos perdedores, de Aruñas Matelis (6 de febrero); Olivier Arson con El Reino, de Rodrigo Sorogoyen (7 de febrero); Fernando Vacas con Tu Hijo, de Miguel Ángel Vivas (8 de febrero), y Raül Refree con Entre dos Aguas, de Isaki Lacuesta.
-Hace justo un año recibiste un Goya por la BSO de El Reino, así que ya puedes hacer balance. ¿Sirven estos premios para trabajar más y mejor?
-Sí, la verdad es que he recibido muchas ofertas desde entonces. Mucha gente me ha confesado que este reconocimiento les daba seguridad para ofrecerme proyectos.
-¿Interesantes?
-Sí… Un poco de todo. Por ejemplo, me llamaron para componer e interpretar en directo un espectáculo en la fachada del Museo del Prado con motivo de su bicentenario. Es la típica cosa que igual no me hubiesen ofrecido de no ser por el Goya.
-Llevas vinculado a la música desde muy joven con tus proyectos personales (The Folding And The Point, Territoire), pero la de El Reino era una de tus primeras incursiones en el mundo de las bandas sonoras originales para cine.
-Sí, el premio me pilló muy rápido. Había compuesto música anteriormente para cortometrajes, también un poco en el sector de la publicidad… pero esta era mi segundo largometraje con Rodrigo Sorogoyen, después de Que Dios Nos Perdone (2016).
-¿Ser buen músico garantiza ser un buen compositor de bandas sonoras? No sé si es fácil transitar desde la creación libre e independiente de un grupo o un proyecto personal, a hacerlo en un contexto donde tu música tiene que ponerse al servicio de otro producto artístico, que es la película.
-Efectivamente, la clave para hacer bien una banda sonora reside en entender que estás trabajando para una obra que no es tuya. Siempre existe esa lucha por intentar que tu música funcione dentro de la película y se adapte a la visión del director. Pero, dicho esto, también pienso que, si solo cubres esa parte, al final te estás limitando a crear música funcional, a la que le faltará profundidad y un ángulo más personal. Yo siempre intento que las bandas sonoras en las que trabajo funcionen, pero que también formen parte de mi discurso personal.
-Supongo que esto implica tomar decisiones arriesgadas. Que quizás no gusten al director de buenas a primeras.
-Bueno, en ese sentido creo que el hecho de venir de un ámbito de la música más experimental me ayuda a no tener miedo a riesgo. Creo que el riesgo y las bandas sonoras son una buena mezcla.
-Muchas veces, el compositor de bandas sonoras comienza su proceso creativo en las fases finales del rodaje. De hecho, como ya has explicado en alguna ocasión, los montadores trabajan a menudo con música preexistente, lo que puede condicionar enormemente la labor creativa del compositor que llega después, que tiene que “encajar” su música original sobre aquella en la que se ha basado el montaje. Tú, sin embargo, eres partidario de involucrarte en la película desde el principio.
-La suerte que tengo con Rodrigo Sorogoyen es que trabajamos siempre desde el guion. Así fue con El Reino, por ejemplo. Compuse mucha música antes de que se rodara la película, y de hecho más del ochenta por ciento de ese material se quedó en la edición final, al menos en la intención de las ideas. Esta manera de trabajar es de gran ayuda para el director, sobre todo a la hora de montar. O incluso en el rodaje. A mí, como compositor, vincularme con la película tan pronto no solo me permite adelantar trabajo, sino también probar cosas distintas. Es difícil experimentar cuando te llaman con una película terminada y te dan un mes para componer la banda sonora. Otro aspecto positivo de trabajar con Rodrigo es que no hemos utilizado la música para solucionar cosas que no funcionaban. Muchas veces, la BSO se utiliza para resolver algo que no se entiende bien en el guion, o para levantar una escena que se ha quedado sin ritmo, o que ha quedado mal en el rodaje por la razón que sea. Cuando lo bonito de una banda sonora es que la música aporte un color distinto; algo que no está necesariamente en la imagen. Completar, más que subrayar simplemente.
-Sin duda, ese método de trabajo “mano a mano” con el director permite un trabajo de fondo y forma mucho más profundo. Esto se ve muy claramente en El Reino. Por ejemplo, con la idea de que haya momentos en los que la música tape deliberadamente los diálogos.
-Sí, eso ocurre al principio de la película. Por ejemplo, Manuel [político corrupto al que da vida Antonio de la Torre] está en el coche hablando con su chófer. Su conversación es trivial; no nos interesa tanto como ver que el protagonista está en su salsa: es un tío que va a toda ostia a todas partes. La evolución de la música a lo largo de la película acompaña en su viaje emocional a Manuel, que es un señor que vive sin reflexionar en las consecuencias de sus actos; hasta que al final se estrella con esa pregunta final que le hace el personaje de la periodista de Bárbara Lennie: “¿Se paró usted alguna vez a pensar en lo que estaba haciendo?”. Esa es la razón por la que al principio de la película hay mucha música, y al final no hay casi nada.
-Parece que hubieses querido recrear una rave… de corrupción política. Una fiesta sin fin de frenesí y excesos, pero con todo lo que también lleva adherida: la ansiedad, el caos, el bajón. Parece también como si hubieseis querido arrastrar a los espectadores por ese barro.
-La intención era no dar ningún respiro y -por si me lo ibas a preguntar-, sí, me inspiré mucho en la música de la Ruta del Bacalao, aunque en la película no se haga alusión a ella en ningún momento. Y no solo opté por crear una música machacona porque lo pidiera el hilo narrativo, sino también para impedir que el espectador pudiera pensar. La idea era situar al público en el mismo lugar que a Manuel, para que empatizara con él de forma muy visceral. Es una estrategia de manipulación (ríe), pero muy interesante.
-Vas a compartir cartel en Cinemascore con Alberto Lucendo, Fernando Vacas y Raül Refree. La sangre fresca -y muy masculina, por lo que veo- del mundo de las bandas sonoras. Perfiles que no proceden tanto de la composición clásica como del llamado indie o la electrónica ¿Podemos hablar de una renovación generacional en el sector?
-Sí, creo que hay una explosión ahora, no en España, sino a nivel global. Se ha ido produciendo una gran apertura de mentalidad en el sector, lo que ha facilitado la entrada de perfiles que procedían de otros géneros y ambientes, como es el caso de Jonny Greenwood [Radoohead] o Jóhann Jóhannsson [fallecido en 2018]. Y esto no ha hecho más que empezar. Incluso compositores clásicos como Alberto iglesias también están utilizando medios electrónicos en sus bandas sonoras. Creo que cada vez van a aparecer más bandas sonoras de ese tipo, porque consigues timbres y texturas que son casi imposibles de conseguir con una orquesta.
-De todos modos, imagino que entre tus referencias también tendrás a compositores canónicos de bandas sonoras, como Morricone, Hans Zimmer, Vangelis…
-¡Pues fíjate que no soy nada fan de Morricone! Reconozco que ha hecho cosas increíbles, pero ha trabajado en muchísimas películas, y se ha repetido mucho. Me gusta más la gente que trabaja menos, pero sorprende más. Mi principal referencia, el compositor que más me ha influido sin ninguna duda, es Bernard Herrmann. Su trabajo para películas como Taxi Driver, Pshyco, etcétera, son lo máximo para mí. También me gustan mucho otros compositores como John Adams. Pero no soy nada partidario del discurso de “lo de antes era mucho mejor”, así que entre mis principales referencias está también Mica Levi, que para mí es genial. Soy muy fan. Me siento afortunado de ser testigo de cómo alguien contemporáneo a mí redefine el lenguaje musical dentro de las películas, que es lo que está haciendo ella.
-Por si nos lee… ¿con qué director de cine te encantaría trabajar?
-Te podría citar muchos nombres, porque soy muy cinéfilo desde niño. Por ejemplo Joanna Hogg, una directora increíble, todavía poco conocida, pero con películas buenísimas como The Souvenir. Y también Yorgos Lanthimos, porque creo que me llevaría a un sitio donde no he estado. Me gustan mucho este tipo de películas en las que no sabes muy bien qué es lo que estás viendo; en las que el género es poco claro. Ocurre también con Madre, la película de Sorogoyen donde también trabajé. Este tipo de proyectos dan al compositor una gran oportunidad para sacar algo muy personal. Lo más alejado posible a la música funcional.
-Para terminar, ¿en qué otros proyectos cinematográficos estás trabajando ahora mismo?
-Ahora mismo tengo dos proyectos entre manos. Uno de ellos es una serie de televisión para Movistar, dirigida de nuevo por Rodrigo, que se titula Antidisturbios y se estrenará el año que viene. El segundo es un proyecto muy especial. Se llama La Mala Familia y es el primer largometraje del colectivo de directores y artistas BRBR, liderado por Nacho Villar y Luis Rojo. Este colectivo hace videoclips, publicidad, cortos.. pero muy vinculados al mundo del vieoarte. De hecho, los dos últimos videoclips de mi proyecto Territoire están realizados por ellos, y me parecen una joya. Concretamente, La Mala Familia es una película que está a medio camino entre la ficción y el documental, porque está basada en hechos reales. Cuenta la historia de un grupo de amigos adolescentes del extrarradio de Madrid, durante las 48 horas previas a un juicio que tienen pendiente después de una pelea que terminó con un herido muy grave. Se enfrentaban a penas de cárcel. Lo llamativo es que la historia está contada casi en tiempo real, porque el juicio se celebró en noviembre, y la película se empezó a rodar justo antes. A nivel formal va a ser muy interesante, porque va a ser visualmente muy potente, con secuencias cercanas al videoarte, pero con guion. Además, los personajes están interpretados por los protagonistas reales, que por supuesto no son actores. A nivel musical estamos buscando soluciones muy sensoriales, utilizando sonidos directos, para crear una simbiosis total. Creo que esta película va a dar que hablar.
Territoire “Exil”. Videoclip realizado por el colectivo BRBR