El tejido de espacios autogestionados en la ciudad de València crece con la voluntad de ensanchar su base social y llegar a público de todas las edades. En algunos casos, con el objetivo añadido de constituirse como una alternativa a la gentrificación y la masificación turística
VALÈNCIA. Un no-lugar en medio de la huerta valenciana. Una nave industrial que funcionó como almacén de alimentos, después como estudio de animación stop motion, y ahora ha sido reconvertida en un centro de creación y exhibición al margen de las servidumbres de la industria cultural y sus instituciones. Hace un mes nacía oficialmente Nvcli, una asociación cultural especializada en arte sonoro, música experimental y performance impulsada por Martí Guillem -promotor a su vez del ciclo itinerante PinPanPun-; Antoni Baus -el hombre detrás del proyecto de música industrial de vanguardia Bavs- y Eric Perera, creador británico que reside desde hace años entre Londres y València.
La razón de ser de Nvcli es la música, pero esto no es una sala de conciertos ni un club. Su objetivo fundacional es eminentemente didáctico y de difusión cultural. “El concepto que nos gusta es el de taller interdisciplinar que se utilice durante toda la semana. Con cursos enfocados en el sonido, la tecnología y el hazlo tú mismo. Talleres para construir instrumentos, circuit bending, programación…”. Otra de las líneas de actuación que les gustaría implementar en un futuro próximo es la de las residencias: “Por ejemplo, que venga alguien de fuera, se quede dos o tres días a desarrollar una pieza y la interprete con antes de volverse a su ciudad o su país”.
Esporádicamente, Nvcli quiere ser también un punto de encuentro que albergue eventos sonoros, siempre relacionados con la experimentación. Sin embargo, Guillem aclara que no tienen ninguna intención de trabajar solo para el “gueto”. “Más bien al contrario, queremos tener también talleres para niños o ver a gente de la edad de mis padres asistiendo a sesiones de escucha, que serán de corte más atmosférico, siempre tocada en directo, para escuchar sentados y con los ojos cerrados”.
En este espacio periférico, donde se conjuga de forma prodigiosa la oscuridad impenetrable del interior con la luminosidad del horizonte plano del paisaje de caballones, ya han sucedido cosas interesantes. Como las “sesiones terapéuticas” que ofrecieron el pasado fin de semana Reserva Espiritual de Occidente o los británicos Sly & the Family Drone (que presentaron una mezcla infernal de improvisación, free jazz, noise).
Baus y Guillem destacan que la elección de un lugar apartado de la ciudad no es en absoluto azarosa. “Nos gusta la idea de descentralizar y salir de los barrios de moda de la ciudad. También era importante encontrar una ubicación donde no molestásemos a los vecinos”. Es la eterna dicotomía entre buen sonido o los conflictos vecinales.
Ultramarins 154
Los fundadores de Nvcli comparten este afán de descentralización con otra conocida asociación de la ciudad, Ultramarins 154, convertida en el mayor foco dinamizador del barrio de Benicalap. “Apoyar las actividades culturales fuera de los barrios de moda ayuda a que la cultura llegue a más gente y es una alternativa a la gentrificación y la masificación turística”, sostienen. Este colectivo, impulsado hace cinco años por un grupo de amigos, tiene intereses muy diversos. “Desde un taller de postres saludables hasta una charla de estibadores”, resume Juanma Rodilla, uno de los miembros de Ultramarins 154.
El tejido de los proyectos culturales autogestionados en la ciudad de València cada vez es más amplio, pero no necesariamente se resuelve bajo la forma jurídica de asociación cultural. Pongamos como ejemplo El Colector, colectivo de diez personas con sede en la calle Trinidad, que está constituido como una empresa. La razón es que su método de financiación no son cuotas mensuales de los socios -como en el caso de Ultramarins 154-, sino los ingresos procedentes del alquiler de algunas de sus salas. La gestión se lleva a cabo mediante comisiones (de Relación Vecinal, Comunicación, Gobernanza, Gestión) que se reúnen cada dos semanas para tomar decisiones que finalmente ejecuta la comisión General.
Nos habla de ello José Aguado, responsable de Comunicación. “Este es un espacio de innovación, experimentación y trabajo abierto al público. Tiene dos vertientes; la de coworking y alquiler de espacios, que tienen lugar en la planta de arriba, y que es con la que financiamos las actividades de innovación urbana y cultuales que tienen lugar en la sala de abajo”. Este próximo fin de semana, por ejemplo, albergarán el festival de autoedición gráfica y sonora Flama Hama, que incluye puntos de venta de discos y fanzines, pero también talleres de serigrafía, charlas o conciertos de bandas como Rockmore o Pequeño Mulo.
Precisamente uno de los componentes de Pequeño Mulo es Raúl Abeledo, coordinador de Proyectos Europeos de Econcult de la Universitat València, una de cuyas líneas de investigación es precisamente la de los ecosistemas culturales que subsisten al margen de las instituciones públicas. Aprovechamos para lanzarle algunas preguntas: ¿Qué proyectos autogestionados en Europa se lo montan mejor? Este experto cita a Belle de Mai, en Marsella (Francia), y Avtonomna Tovara Rog, en Ljubljana (Eslovenia). Son dos ejemplos a seguir, tanto por el beneficio de sus iniciativas culturales sobre el contexto local, como por el modo en que los gobiernos locales han sabido convivir con estos centros autogestionados aplicando la filosofía de la “permacultura”.
“La permacultura es una filosofía de trabajo que promueve el desarrollo del ecosistema cultural, facilitando las bases de su desarrollo de manera autónoma. No se trata tanto de intervenciones directas y tecnócratas como de observar, analizar y comprender la lógica de su funcionamiento para influir manera indirecta, impulsando su autoregulación”, indica Abeledo. “No tiene sentido, por ejemplo -nos explica Abeledo-, que se quiera convertir València en la ciudad de la música, pero al mismo tiempo se pongan multas a quien toca en la calle con su guitarra”. “La política más innovadora muchas veces es la que sabe hacerse a un lado y facilita que los procesos sucedan por sí mismos. Todos esos procesos acaban teniendo impacto en la cultura oficial”.
En otras palabras, la mejor forma que tienen las instituciones públicas de ayudar al tejido cultural a crecer y desarrollarse es dejándolos en paz. De hecho, en muchos casos este tipo de colectivos jamás se plantean pedir ayudas públicas de ningún tipo; prefieren la libertad de acción absoluta a recibir dinero a cambio de ingerencias y contraprestaciones.