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todo da lo mismo

No quiero oler a nada

6/09/2020 - 

VALÈNCIA. Ya no se escriben diarios, se escribe de uno mismo en las redes sociales. Cuando se escribían diarios, no se hacían para ser leídos por los demás. Su finalidad era que quien los escribía se entendiera mejor a sí mismo (y de paso, desvelara al mundo algo más sobre sus misterios, en el caso de que algún día alguien los leyera). Escribir un diario tiene mucho que ver con contrarrestar lo efímero. Salvo que trabajes en política, lo que pones en las redes sociales se olvida a los dos días. Pero si escribes tus pensamientos o tus experiencias en una libreta, tardará más en ser olvidado, por la única razón de que nadie lo ha leído. Esto que estoy escribiendo y que tú estás leyendo es el resumen de lo que serían varias páginas de mi diario en caso de que escribiera uno. Le he titulado como una de mis canciones favoritas en español. Una de Astrud que, más o menos, viene a decir que todo da igual en esta vida pero que para poder seguir adelante, no hay que sucumbir ante esa certeza, hay que apartarla y hacer como si nunca hubiésemos llegado a ella. Y sin embargo, no terminar de olvidar nunca dicha conclusión para evitar fatales decepciones. Una reflexión muy vigente, sobre todo después de ver cómo funcionamos los seres humanos en momentos decisivos como es una pandemia.

Los artículos de regreso de las vacaciones suelen consistir en un balance de las mismas. Las mías han consistido en leer, pensar, ver a mis amistades y acariciar la posibilidad de no hacer absolutamente nada que no proporcione felicidad, tranquilidad o placer. Ser como un molusco o un matojo de L’Albufera. Tiene gracia que, persiguiendo el estado ideal de no hacer nada, haya ido a descubrir a Pablo Katchadjian, concretamente la novela Qué hacer (Hurtado & Ortega). Una novela sin argumento que tiene un poder hipnótico. No hace falta entender nada, solamente hay que dejarse llevar por ese bucle surrealista. Empeñarse en no hacer nada hace que me apetezca hacer lo que en otras circunstancias no puedo hacer. Enamorarme de algunos discos nuevos que por culpa de la confusión del confinamiento casi me pasaron desapercibidos. Como el de Nap Eyes (Snaphot of a Beginner, Jagjaguwar/Popstock!), que de repente me he dado cuenta de que el vocalista canta muy parecido al Lou Reed de mediados de los setenta. Me gusta por otros motivos más, pero he llegado a la conclusión de que la mejor manera de escribir sobre música es decir lo menos posible. Pero por encima de todo, el verano es el momento ideal para atrapar ideas. Apuntar cosas. Es el momento idóneo para salir, como dice Manuel Baixauli, a buscar algo que no sabes qué es, y no me refiero a ir al supermercado sin la lista de la compra hecha. Me he pasado todo agosto pensando en qué escribir cuando llegara el momento de escribir esto. Pero no podía precipitarme porque se supone que esto es algo parecido a un diario y ha de estar hecho más o menos en tiempo real. Así que me dije: deja que las cosas ocurran. La realidad siempre da mucho juego. No hay más que prestar atención.

Hace unos días salió el nuevo single de Chico y Chica. Hacen una música muy inteligente con una apariencia muy frívola. En este país siempre eso es siempre un peligro. Aquí, en el momento en que una manifestación cultural no es seria y circunspecta, sospechamos que igual nos quieren tomar el pelo y vamos a hacer el ridículo. A Chico y Chica les da absolutamente igual todo eso y creo que eso alimenta su importancia. Me parece un milagro que hagan esas músicas tan bonitas, tan a su aire, con esas letras que son como un rompecabezas que quieren decir muchas cosas. Ponerla a una canción un estribillo que diga no quiero oler a nada es la mejor declaración de principios que he escuchado en una canción en castellano desde La funcionaria de Vainica Doble (yo quisiera ser un vegetal del jardín de un cementerio / o simple mineral); o desde Todo da lo mismo, de Astrud. No querer oler a nada se parece mucho a conseguir al fin no hacer nada. Como suele pasarme con las canciones de Chico y Chica, al escucharlas me olvido de las cosas que me preocupan o me ponen de mal humor. Con ‘Mosquita muerta’ me olvido de todas las mascarillas negras con la bandera española que he visto este verano (han marcado tendencia en todo tipo de barrios). Me pregunto si la gente que las usa lo hace por si de repente caen en un agujero del espacio-tiempo y aparecen en Manaos. Para que, en caso de pérdida, se sepa de dónde son. Made in Spain. El otro día vi una de esas mascarillas tirada en la arena y lo primero que me vino a la cabeza fue una frase de Peret: una lágrima cayó en la arena. Esto forma parte del salir a caminar para buscar cosas inesperadas. Miras al suelo y ahí está, la información. Como dice Andrea Camilleri al final de Háblame de ti. Carta a Matilda, no hay bandera que no destiña al sol. Sobre todo si te cae en la playa y eres incapaz de recogerla o tirarla a una papelera.

Durante un paseo reciente se me ocurrió que los gustos musicales ya no significan lo que significaron antaño. Uno desarrollaba unos gustos musicales (o literarios, o cinematográficos) y estos le servían como emblema: eran como un estandarte de su personalidad. Los gustos musicales te hacían ser tú mismo y a la vez, diferente al resto, incluso si preferías grupos o discos que también disfrutaba otra gente. Eso ya no es posible. A todo el mundo le gusta todo, o puede gustarle cualquier cosa en cualquier momento. Se tienen gustos musicales igual que se tiene un coche o una moto. Puedes adquirir un coche más grande o una moto más veloz, pero desengáñate, nadie va a mirarte por eso, de la misma manera que nadie va a quedarse boquiabierto porque digas que te gusta tal grupo novísimo o tal disco. Lo único que conseguirás es abrir una cadena de comentarios -pienso en las redes sociales, claro- en los que cada persona te dará su opinión sobre lo que a ti te gusta. O te pondrán un corazoncito. O te dirán que ellos prefieren el disco anterior porque era mucho mejor que este. Nadar entre opiniones e intentar no ahogarse pensando que todo lo que dicen los demás da lo mismo. ¿Quedará alguna foto inédita de David Bowie o de Debbie Harry, alguna que no haya sido difundida en redes sociales? Acepto que los artistas actuales no puedan tener un aura de misterio porque en esta época el misterio es sinónimo de aburrimiento. Pero me pregunto si desde el presente podremos acabar aniquilando cualquier posibilidad de mística o misterio surgido en la edad de oro de la cultura pop. Quizá sea que la edad de oro de la cultura pop estaba destinada a esto. No tengo ni idea. Sólo sé que, ahora y durante los domingos que están por venir, no quiero oler a nada.

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