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LA PANTALLA GLOBAL

Nicolas Winding Refn: por una estética de la violencia

Se estrena en España la polémica ‘The Neon Demon’, que en primavera suscitó sonoros abucheos a su paso por Cannes

25/11/2016 - 

VALENCIA. El estreno en España de Drive, a finales de 2011, supuso el descubrimiento de un director hasta entonces desconocido en nuestro país, pese a que contaba con siete películas anteriores y era presencia habitual en festivales como Gijón o Sitges. Sin embargo, los distribuidores no habían encontrado suficientemente atractivos los anteriores trabajos de Nicolas Winding Refn, un danés que esta vez se había alzado con el premio al mejor director en Cannes y además contaba con Ryan Gosling como principal protagonista. Reclamos de sobra como para apostar por el film y permitirle el acceso a las salas comerciales. Curiosamente, no era el primer título que rodaba en Estados Unidos, pero sí su primera cinta de producción norteamericana. Y también la primera en que no firmaba el guión, basado en una novela de James Sallis. De hecho, ni siquiera era el director inicialmente escogido para realizarla, ya que Refn sustituyó a Neil Marshall (The Descent, Centurión) por expreso deseo de Gosling.

Pero así se escribe la historia. Un proyecto en el que probablemente nunca hubiera tenido nada que ver hizo de Winding Refn el director de moda aquel año. Fueron solo unos pocos quienes le acusaron de preocuparse más por el envoltorio que por el contenido, y el grueso del público (y de la crítica) se rindieron a las luces de neón, su romanticismo exacerbado, un personal modo de representar la violencia, la banda sonora de reminiscencias ochenteras, el lacónico personaje principal y una propuesta visual estilizada y llena de detalles destinados a alimentar su propia mitología (como la cazadora con el escorpión, guiño directo a Kenneth Anger). ¿Quién era este tipo y dónde había estado hasta ahora?, se preguntaba una nueva legión de seguidores que no había tenido acceso a su trabajo previo.

Un debut impactante

En realidad, Drive era la segunda película de Winding Refn que se estrenaba en España. Pusher (1996), su opera prima, había llegado a nuestros cines dos años después de su realización, en 1998, con el título de Pusher: Un paseo por el abismo. Pero claro, por entonces su director era un desconocido, la cinta no contaba con actores famosos y su procedencia (Dinamarca) no invitaba a hacer cola en las salas. Según datos del Ministerio de Cultura, solo 3.050 personas pagaron entrada por verla. Eso sí, es muy posible que todos la recuerden. Porque Pusher era un puñetazo en el estómago. Una película que agarraba por los pelos la cabeza del espectador y la metía en un barreño de agua helada una y otra vez, hasta dejarlo al borde de la inconsciencia. Un thriller sobre traficantes de droga, ambientado en los bajos fondos de Copenhague, donde la cámara se movía como si la sostuviera Martin Scorsese pasado de cocaína y la presencia física de los actores (entre ellos, Mads Mikkelsen) contribuía a propagar una tangible sensación de asfixia y miedo.

Fue un descomunal éxito de taquilla en su país de origen, pero casi nadie en el resto del mundo se enteró de su existencia. Tres años después rodó Bleeder (1999), que pasó por el Festival de Gijón, pero ya no llegó a las pantallas comerciales españolas, situación que se repetiría con todas sus películas hasta Drive. Sin embargo, Winding Refn seguía trabajando. Y tras un segundo film que algunos consideraron continuista (la violencia, la mezcla de acción y mirada social, los personajes inadaptados), se embarcó en un proyecto tan ambicioso como suicida, que a punto estuvo de costarle caro. Y eso que, a priori, Fear X (2003) lo tenía todo para triunfar: Guión escrito a medias con el gran Hubert Selby Jr. (Última salida: Brooklyn, Réquiem por un sueño), música de Brian Eno y un estupendo John Turturro dando vida a un agente de seguridad de un centro comercial que se dedica a investigar obsesivamente el asesinato de su mujer. Aunque el danés lo negara a su paso por Sitges, la película bebía de las atmósferas enrarecidas de David Lynch, pero por encima de sus referencias más obvias era un apreciable thriller psicológico independiente que mereció mejor suerte. Refn llegó a empeñar su casa para poder financiarlo, y una vez estrenado, estuvo al borde la bancarrota.

Muerte y resurrección

El cineasta debía hacer frente a una deuda que superaba los cinco millones de coronas danesas, y la única manera de salir del atolladero que se le ocurrió fue aprovechar el éxito que había tenido Pusher y realizar una secuela que, con suerte, volviera a obtener beneficios. Ya metidos en harina, Refn decidió que también rodaría de manera simultánea una tercera parte, y se puso manos a la obra con el apoyo del Danish Film Institute y Nordisk Film, sabiendo que, si fracasaba, quizá nunca podría volver a dirigir una película. Las tensiones de aquellos rodajes, con el director en el set a punto de grabar una escena mientras habla por teléfono con el banco para que no le embarguen la casa, aparecen reflejadas en Gambler, (2006), el excelente documental de Phie Ambo sobre Winding Refn y sus apuros económicos. Por suerte, Pusher II. With Blood On My Hands (2004) y Pusher III. I’m The Angel of Death (2005) no solo rindieron bien en taquilla, sino que además no dañaron en absoluto su creciente reputación como cineasta.

Más que funcionar como secuelas, lo que hacían Con las manos ensangrentadas y Pusher 3: Soy el ángel de la muerte (los títulos con que llegarían directamente al mercado doméstico español) era retomar a algunos de los psicóticos personajes que aparecían en el primer film y continuar contando sus andanzas, cada vez más violentas y desquiciadas, a causa de sus problemas con bandas rivales y su adicción a las drogas. El salvaje estilo visual de su debut se mantenía inquebrantable en dos cintas extremas, que planteaban dilemas morales de aliento shakespeareano, pero al mismo tiempo no estaban exentas de sentido del humor, y completaron una trilogía de culto, varios pasos más allá de Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese, 1990) en su descripción del modus vivendi de la mafia. Con ellas, Refn saldó sus deudas y se dispuso a encarar un nuevo proyecto: la biografía de Michael Gordon Peterson, un exboxeador extremadamente violento, apodado Charles Bronson, que lleva más de treinta años en prisión, y aunque nunca ha sido sentenciado por asesinato, está considerado el hombre más peligroso del Reino Unido.

Con un impresionante Tom Hardy bordando el papel del convicto, Bronson (2008) volvía a demostrar el talento de su director para representar la violencia, al tiempo que ofrecía un retrato demoledor del sistema penitenciario británico, que propició abundantes lecturas críticas donde se emparentaba la película con La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1973), aunque Refn aprovechaba la distancia con el personaje para ofrecer una mirada alejada del biopic tradicional, presentando al preso como un artista de variedades, salpicando la historia de humor y eludiendo el enfoque literal de los hechos. ¿Qué si se estrenó en España? Por supuesto que no. A estas alturas del partido, el cineasta danés era un bicho raro circunscrito al circuito de festivales (incluso Cinema Jove le había dedicado un ciclo en 2007, después de que Pusher II compitiera previamente en el certamen), y el asunto tampoco cambiaría con su siguiente película.

En Valhalla Rising (2009), Refn cambió las sombrías cárceles inglesas por los parajes naturales escoceses, lugar donde recreó el siglo X, la época en que vive One-Eye, un enigmático guerrero (de nuevo Mads Mikkelsen), poseedor de una fuerza sobrehumana, que ha permanecido esclavizado durante años, pero logra asesinar a su amo y escapar con la ayuda de un niño al que lleva consigo. Tras enrolarse en un barco vikingo, juntos emprenden un viaje que los lleva a una tierra desconocida, donde reinan, como no podía ser de otra manera, el dolor y la sangre. Explosiva combinación entre Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, Werner Herzog, 1972) y Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), Valhalla Rising es una auténtica experiencia sensorial, muy cercana al viaje lisérgico (al parecer, algunas secuencias se rodaron bajos los efectos de las drogas), que propone una serie de interesantes reflexiones sobre guerra y religión a través de sus hipnóticas imágenes.

Hágase la luz (de neón)

Parecía condenado a ser un cineasta de culto de por vida, hasta que Ryan Gosling pensó en él para reemplazar a Neil Marshall en Drive y las cosas dieron un giro radical. A todos los niveles. No solo pasó a ser considerado un autor y competir en Cannes, sino que su estilo cambió. La sangre se mantuvo, pero el barro y la mugre dejaron paso a las luces de neón, los colores brillantes, la música sintetizada de Cliff Martínez (su compositor de cabecera desde entonces) y la entrada por la puerta grande (y no por la trasera, como en Fear X) en el mercado estadounidense. No obstante, los parabienes que recibió Drive resultarían efímeros. Quienes se asomaron por primera vez al cine de Nicolas Winding Refn disfrutaron de la contención y estilización de Drive, pero una cosa era que el danés refinara sus formas y otra que renunciara a sus principios. Así que, en cuanto pudo, empezó a rodar su siguiente proyecto, de nuevo con Gosling, pero esta vez sobre un guión propio.


Y, claro, Solo Dios perdona (Only God Forgives, 2013) se le indigestó a más de uno. Cuando se presento en Cannes, los titulares señalaban que el film había cosechado “grandes abucheos por su desmedida violencia”. Algo así como protestar porque en una película Disney haya canciones. Violencia es, probablemente, la palabra que más aparece en este texto, simplemente porque es un elemento indisociable del cine de Winding Refn. Quizá el que más lo define. Pero, al parecer, no se habían hecho los deberes. Y después de Drive, que contenía pocas (aunque contundentes) escenas sangrientas, más de uno debió pensar que su siguiente película tenía exceso de hemoglobina. Obviamente, eran quienes no conocían su trayectoria previa. Otros, probablemente con más argumentos, empezaron a señalar que la forma empezaba a comerse el fondo de manera alarmante, subrayando que quizá se habían lanzado las campanas al vuelo demasiado pronto, lo que, de nuevo, era un error, ya que volvía a circunscribir el curriculum de Winding Refn a Drive.


Si hay algo que está claro es que a él le importan bien poco las reacciones negativas que suscitan sus películas, porque quienes renegaron de Only God Forgives tienen una nueva ración de Refn en The Neon Demon, que ya levantó ampollas a su paso por Cannes el pasado mes de abril. Sin embargo, hace unas semanas recibió el Premio de la Crítica en Sitges, como si la prensa especializada en cine de género supiera apreciar mejor sus cualidades. La cinta, que cierra una trilogía (probablemente involuntaria) marcada por la progresiva estilización visual de Refn, la música de Martínez y la utilización de una refulgente paleta de colores, es un cuento cruel ambientado en el mundo de la moda, una versión lynchiana de Showgirls (Paul Verhoeven, 1995) marcada por la frialdad emocional y la competencia feroz. El cineasta retrata el fatuo universo de las modelos de alta costura como un circo de fieras, y lo hace de manera tan literal, subrayando de manera tan obvia sus conexiones con el canibalismo y el crimen (la sesión de fotos que abre el film) que no han sido pocos quienes se han sentido insultados y le han acusado de onanista, entre otras cosas.


La sofisticación formal de Refn alcanza en The Neon Demon sus cotas más altas, de la mano de la directora de fotografía Natasha Braier, que sustituye al habitual Larry Smith y saca el máximo partido a las actrices y los asépticos entornos en que se mueven. Ese tratamiento esteticista y cosificador ha sido otro de los problemas con que se ha encontrado el film, acusado de glorificar lo que supuestamente critica, aunque conviene recordar que el sentido del humor siempre ha sido un elemento clave en el cine del danés. Es cierto que los comentarios sobre el carácter depredador de la moda de élite, el miedo a envejecer, la presencia constante de la muerte (la maquilladora que también adecenta cadáveres) o la competencia no son novedosos, pero Winding Refn (que recomendó a Elle Fanning, la protagonista, ver Más allá del valle de las muñecas para preparar su papel) se las ingenia para presentarlos con un nuevo look, llenando la película de espejos (en una trama que gira en torno al valor de la imagen), introduciendo el elemento fantástico (vampirismo, juventud eterna) y destruyendo cualquier expectativa que el espectador pueda crearse a partir de esta glamurosa perversión de la Cenicienta. No se la pierdan y decidan ustedes mismos.

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