VALÈNCIA. Hace más de veinte años que comenzó la saga de Misión: Imposible. Surgió con la intención de recuperar el espíritu de la serie de televisión de los años sesenta que se insertaba dentro de la moda de las películas de espionaje durante la Guerra Fría y de paso servir de alternativa al universo Bond, que por aquel entonces se encontraba en su etapa Pierce Brosnan.
Tom Cruise enseguida se dio cuenta de que había encontrado por fin su gran vehículo de lucimiento, el papel de su vida, así que tanto en su faceta como intérprete como productor, siempre ha intentado que cada capítulo se convirtiera en el non plus ultra del cine de acción. Por eso siempre lo ha dado todo en las secuencias, sobre todo en las más físicas y más peligrosas, y también por eso encargaba las películas a los directores más importantes del momento dentro del género.
En ese sentido, casi se podría trazar una cronología del cine de acción a través de las películas de Misión Imposible. La estilización formal de Brian de Palma en la primera parte; el estilo hipercinético y chiflado de John Woo en la segunda, del año 2000; la perfecta sincronización de todas las piezas con cliffhanger incluido de la tercera entrega firmada por J.J. Abrams en 2006 y la sensación de estar viendo una película animada gracias a Brad Bird en Protocolo fantasma (2011). Hasta llegar a Nación secreta (2015), en la que fichó a Christopher McQuarrie. El ganador del Oscar al Mejor Guion original por Sospechosos habituales (1995) coincidió por primera vez con Cruise en Valkiria (2008), en la que también firmaba el libreto y su relación terminaría de estrecharse en Jack Reacher (2012), su segunda película como director tras Secuestro infernal (2000).
McQuarrie sabría adaptarse a la perfección a las necesidades del actor, a su forma entregada y física de rodar la acción en la que la pirotecnia visual no está reñida con el aspecto más tradicional a la hora de filmar persecuciones y peleas. De alguna manera, con Nación secreta, el tándem consiguió renovar la saga y darle un nuevo sentido a base de malabarismos escénicos y algunas escenas antológicas, como la que se desarrolla en la ópera de Viena.
Ahora Cruise vuelve a reclutar a McQuarrie para la primera secuela de la saga. Los episodios anteriores apenas tenían un vínculo entre sí, aunque se heredaran personajes y alguna que otra pincelada relacionada con el universo personal de Hunt. Pero Misión Imposible: Fallout es una continuación en toda regla de Nación secreta ya que hereda el tono, la limpieza en la ejecución, el hilo conductor de la trama y sus protagonistas esenciales. Pero hay algo más interesante que la singulariza: Es una especie de grandes éxitos de la saga. Por una parte, la acción regresa a los elementos esenciales, a las peleas cuerpo a cuerpo, a las persecuciones en coche o moto, las escenas aéreas, los accidentes aparatosos, las acrobacias imposibles e incluso un homenaje a la escalada vertical con la que se abría Misión Imposible 2. Una apoteósica sinfonía de vertiginoso entretenimiento en la que no hay prácticamente ningún momento de descanso y en la que se lleva al límite cada escena hasta elevar por las nubes los niveles de tensión y adrenalina. Si creíamos que habíamos visto a Tom Cruise haciendo los malabarismos más imposibles, nos equivocábamos. Aquí se supera hasta límites insospechados.
¿Es Misión Imposible: Fallout la mejor película de la franquicia? Al menos es la que mejor conjuga una acción apoteósica con un guion bien engrasado que recoge muchos de los elementos que se encontraban diseminados a lo largo de las anteriores películas para cohesionarlos, dotarlos de consistencia y darles un sentido más cerrado. En ese sentido, se pone punto y final a líneas argumentales, se recuperan personajes, aparecen otros nuevos, pero todo se encuentra enfocado a un clímax final en el que pasado y presente se dan la mano mientras asistimos a la marcha atrás de una explosión atómica.
Los secundarios vuelven a tener un peso primordial en la trama, como venía ocurriendo en las últimas entregas. Simon Pegg ofrece de nuevo el contrapunto cómico con su entrañable Benji, Ving Rhames aporta diligencia y emoción con su Luther, Alec Baldwin sigue siendo una presencia simpática y Sean Harris repite como el villano de la función, un auténtico psicópata lunático que está obsesionado con Hunt. En esta ocasión destaca el fichaje de Henry Cavill, que durante parte del metraje parece protagonizar con Cruise una buddy-movie y de Vanessa Kirby, pérfida y retorcida en su papel de la Viuda Blanca. Pero si alguien vuelve a acaparar todo el interés es Rebecca Ferguson, que ya se convirtió en el foco de atención en Nación secreta.
Las mujeres en este capítulo adquieren un protagonismo especial. Son motores activos de la trama y son ellas las que imponen sus reglas. Hay momentos que Ethan Hunt se siente incluso acorralado por ellas (también por la nueva jefa de inteligencia interpretada por Angela Basset). Aunque por supuesto la película se encuentra confeccionada para que Tom Cruise brille, volviendo a demostrar que se no tiene rival como héroe de acción.
Dejaremos en el aire la respuesta de si esta entrega es la mejor de la franquicia, pero sí que podríamos afirmar con toda seguridad que esta es la mejor saga de acción de Hollywood desde hace más de veinte años, la más exigente, la que sigue sorprendiendo más, la que apuesta a jugar al más difícil todavía.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres