Una conversación sobre crear en las fronteras, tricotar identidades y narrar nuestras propias vidas
VALÈNCIA. ¿Cómo? ¿Que todavía existen problemáticas humanas que van más allá del coronavirus y sus periferias? ¿Que hay otras miserias, otras desgracias, otros mundos en ebullición? Pues sí, estimada audiencia lectora de Culturplaza. Resulta que la vida sigue su curso, en ocasiones luminosa y benevolente, en otras implacable y cruel. Y de esas otras esquinas de la existencia que últimamente estamos dejando de lado versa precisamente la charla Línea de flotación. Flujos migratorios y miradas mediterráneas, en la que la artista visual Rocío Villalonga (València 1966), expondrá cómo aúna práctica creativa y denuncia social a través de sus obras. Ese encuentro, en el que estará acompañada por el profesor de Historia del Arte, Jorge Sebastián, tendrá lugar el próximo 20 de noviembre tanto en formato online como presencial y forma parte de la 25ª edición de los Coloquios de Cultura Visual Contemporánea organizados por la Fundación Mainel.
Docente de la Universidad Miguel Hernández, la trayectoria artística de Villalonga lleva más de 15 años ligada al cosmos de la denuncia social y la reflexión sobre las relaciones humanas: “Es mi forma de intentar mejorar la realidad y de llamar la atención sobre aquellas ideas creo que es necesario difundir”, apunta. Esa pulsión ha quedado reflejada durante las últimas dos décadas en proyectos como Sin límites. (De)construcción artística de las fronteras, exposición que ha comisariado recientemente y que recoge el trabajo de 16 autores jordanos que abordan el concepto de frontera desde diversos ámbitos, la muestra El extraño flujo de la monarca, que aborda los desplazamientos no voluntarios de personas; o Memoria del desarraigo, en la que desarrollaba un discurso crítico con la sociedad urbana moderna y ahondaba en cuestiones como el aislamiento, la soledad y la dispersión de los rasgos identitarios en las grandes ciudades.
En los imaginarios trazados por Villalonga, persiste la idea universal de una identidad poliédrica, confeccionada a base de retazos, un constructo heterogéneo que cada uno va hilando con sus propias rutinas. “La cotidianeidad está fragmentada y son esos fragmentos los que conforman al individuo en una unidad. Es algo extrapolable a cualquier ciudadano del mundo, pero está especialmente acentuado en las personas migrantes, ya que en ese acto de migrar ya sufren cierta pérdida de identidad”, señala. Y es que, para la docente, la idea de la ‘integración’, pasa casi siempre por lograr que estos recién llegados “renuncien a una parte de su pasado, que se desliguen del lugar al que pertenecen. Y eso puede resultar muy doloroso. No se facilita una integración plural que facilite mantener las raíces y evitar esa desmembración”.
En las propuestas de Villalonga las fronteras no se piensan como espacios yermos, sino como coordenadas permeables al intercambio, rebosantes de vida en ebullición. Y es que, para la artista visual, estos lugares son sinónimo “de mezcla, diálogo e intensidad, lo cual supone una gran riqueza para cualquier sociedad. Lamentablemente, las políticas migratorias actuales han hecho que en esos puntos del planeta se alcen muros y ahí la idea de frontera cambia y se vuelve más opaca”.
Quien lo probó lo sabe: siempre es un buen momento para citar a Walter Benjamin. Así que toca recordar que, para el filósofo alemán, la fotografía podría contribuir a la construcción de conciencia, una opinión compartida por la propia Villalonga. No en vano, a pesar de haberse formado en el campo de la escultura, se considera fotógrafa “por deformación” y ha canalizado a través del formato audiovisual muchos de sus trabajos más comprometidos. “Mi acercamiento a la fotografía fue más bien casual y por cuestiones prácticas. En un inicio, la utilizaba como una nota aclaratoria en las instalaciones, una forma de guiar al espectador. Poco a poco la fui incorporando más a mi obra. En cualquier caso, yo no me desligo de la escultura, está muy presente en mi forma de concebir las piezas y buscar que se adapten al espacio que las alberga”, apunta la profesora de la UMH. Además, Villalonga explica que, en proyectos como los suyos, que llevan un grito de reivindicación social atravesado en la garganta, “el valor visual de la fotografía es mucho más inmediato, lo cual facilita mucho tu tarea cuando deseas lanzar un mensaje y que llegue a una gran cantidad de gente”.
La autora trabaja un arte en cuyo ADN vibra la denuncia social, así pues, ¿qué opina de esas otras propuestas que dicen huir de cuestiones políticas y críticas? “No creo en el arte concebido como pura decoración, pienso que debe tener un concepto detrás y estar ligado a algún tipo de compromiso con la sociedad. El arte entra en el mundo de las ideas y refleja, de una manera u otra, con la realidad de una sociedad”, afirma tajante.
Cuando se trata de relatar la otredad, de hilvanar historias de sufrimientos ajenos y desesperanzas en tercera persona, sobrevuela siempre un peligro: acabar cayendo sin red en el paternalismo y la condescendencia, en patético complejo de salvador blanco vestido aquí con los ropajes de la inspiración creativa. Una bestia parda a la que Villalonga intenta mantener atada y bien atada. “Ahora me mido mucho hasta qué punto retrato las historias de los demás y construyo propuestas artísticas a través de sus testimonios. En los últimos tiempos, prefiero ejercer de mediadora entre esas personas y nuestro entorno. Como artistas, considero que podemos crear propuestas de mediación que pueden ser muy útiles para los participantes”. El punto de inflexión llegó en 2016 cuando visitó campo de refugiados de Zaatari como parte de una residencia que realizó en la Galería Nacional de Bellas Artes de Jordania. “Estaba todo lleno de medios de comunicación captando imágenes de las personas que habían escapado de la guerra y ahora vivían en la miseria. Al mismo tiempo, veía a muchos de esos refugiados intentando esconderse de las cámaras. Me cambió el chip: decidí dejar de grabar, dejar de recopilar testimonios y, en lugar de ello, montar un taller de producción y de edición de vídeo a través del teléfono móvil”. La obra realizada por los participantes pudo verse más tarde en un espacio facilitado por ACNUR.
Durante ese curso, Villalonga propuso a los participantes grabar lo que quisieran de sus vidas y se encontró con testimonios decididos a vivir en presente: “hablaban de la tienda de reparación de biciletas que había montado su tío en el país en el que vivía, de cómo asistían a clase y tomaban apuntes… Pero no mencionaban el pasado. No tenían ninguna intención de mirar hacia atrás porque si lo hacían perdían para fuerza para luchar por el futuro”. La posibilidad de expresar anhelos a través del arte se convertía así en un “vehículo terapéutico” para sanar heridas invisibles, “es una forma de que saquen esas pulsiones contenidas que tiene y, además, siento que el arte es también una forma de generar empatías en los espectadores. Es muy fácil dialogar a través del arte porque en él entran símbolos universales, aunque haya una distancia idiomática o cultural, logra trazar ligazones. La cultura eleva el alma”, subraya la creadora de proyectos como There is life in Limbo, Vi-turvio, A la meva alcoba y Memoria perdida.
Y aunque la crisis del coronavirus se ha convertido en emperatriz absoluta de la actualidad, en gobernadora de titulares y preocupaciones colectivas, el Mediterráneo sigue ejerciendo de fosa común para quienes huyen de un destino terrible en sus países de origen y acaban atrapados en un naufragio. Sin embargo, ha desaparecido de nuestros horizontes informativos más mainstream. “En realidad —acota Villalonga –, ya llevaba mucho tiempo olvidado, desde que comenzaron las devoluciones a Turquía. Pero no es cierto: siguen llegando pateras y siguen muriendo personas en el Mediterráneo. Pero es un simple goteo de números, se banaliza y para muchos es como si ya no existiera”.
Un silencio ante el horror ajeno que rima bien con gran parte del discurso sobre la migración que va calando por estos lares: “Hay una gran falta de empatía y creo que en parte se debe a los relatos que reciben sobre el ‘otro’. Cuando se habla de inmigrantes, se les que suele representar como seres amenazantes y peligrosos; no hay apenas información sobre ellos y cuando aparece sobre todo se centra en si han cometido algún delito, pero no conocemos su pasado, el entorno del que vienen, las circunstancias que les han hecho llegar hasta aquí. Esa imagen acaba provocando que muchos ciudadanos se creen una impresión errónea” expone la artista. Pasamos así de Benjamin a Orwell para grabarse a fuego eso de que, también en mitad de una pandemia, en mitad del miedo y las dudas, en mitad de la debacle económica, “lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”.
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