La autora elabora un retrato de la dictadura y la Transición en el que las mujeres son las protagonistas; a través de ellas se articula una reflexión sobre la culpa y la posibilidad de perdonar
VALENCIA. Verano de 1950. Cinco chicas adolescentes juegan a “Acción o Verdad” en su habitación de un colegio de monjas; las cinco viven internas, dos de ellas están a punto de abandonar la institución. La vida allí la recubre una pátina de soledad de la que no se pueden deshacer, por distintos motivos sus familias las han recluido en el centro, o ni siquiera eso: algunas de ellas son huérfanas y no conocen nada más. En el exterior la sociedad soporta un régimen que ha dado carta blanca al clero para imponer su doctrina mediante los métodos que considere necesarios, y así se dan a diario todo tipo de abusos en nombre de la fe, castigos atroces e injustificados por los que nadie tiene que rendir cuentas. De las cinco, Julia es la única que tiene que trabajar para poder mantenerse en el internado. Ella no proviene de una familia pudiente; el camisón con el que se tapa esa noche tiene un agujero que la avergüenza, las bragas que tiene que ofrecer como prenda para el juego las sujeta con un cordel porque la goma se rompió hace ya tiempo. Olga, la oronda dictadora púber que ejerce de maestra de ceremonias ya ha decidido cuál será la prueba: entrarán a hurtadillas en el cuarto de Vicentín -el gigantón con la mente de un niño al que las monjas acogen desde que lo abandonasen- y le cortarán un mechón de pelo con unas tijeras doradas, una travesura que se convertirá en un punto de inflexión entre la vida infantil y la adulta.
El día de la boda de Lady Di, el veintinueve de julio de mil novecientos ochenta y uno, cinco mujeres han quedado para reencontrarse tras tres décadas sin verse. Cada una ha seguido un camino distinto, todas han visto como los planes que una hace antes de conocer las exigencias reales de la vida, rara vez se cumplen. Olga dejó a un lado sus estudios de medicina tras haber sido pionera en una época en la que hacía falta valor para emprender esa carrera, entonces reservada casi en exclusiva a los hombres. Marta es escritora pero no novelista; en el internado conseguía olvidar los muros del colegio mediante los diarios que llenaba día tras día en pos de este sueño, que ahora ve alejarse y diluirse en la bruma de los años cumplidos. A Lola ser paciente en el amor le ha regalado solo unos años de felicidad a cambio de un presente de amargura e incertidumbre. Su habilidad para la quiromancia no ha evitado que Nina haya acabado teniendo la sensación de ser la protagonista de una vida hecha a base de retazos y capítulos caprichosos. En el caso de Julia, hay todavía más que contar. Entre aquella noche de “Acción y Verdad” y su responsabilidad actual como diputada defensora de los derechos de las mujeres e impulsora de la recién aprobada Ley del Divorcio, existe un abismo de negrura que apenas nadie conoce. Desde el momento en que puso el pie en aquella habitación, se abrieron puertas oscuras, umbrales que nunca habría deseado cruzar.
En Media vida, el perdón viene de la mano del tiempo; ambos factores dan forma a las páginas de la novela, uno se va gestando en el eje del otro. Así como Woody Allen afirmaba que la fórmula de la comedia era drama más tiempo, el perdón también requiere de esta misteriosa dimensión que escapa a nuestro control para aparecer. A veces hace falta casi una vida para que el perdón llegue. En otras ocasiones, incluso más: determinados conflictos precisan de varias generaciones irreconciliables hasta dar con una tregua y finalmente, una paz. España sabe de eso. La novela de Santos es también un relato de mutaciones, de evoluciones, de mutatis mutandis. Cambios personales y colectivos fruto de la necesidad o de la coyuntura. Si bien las mujeres de la historia de Santos se ven forzadas a modificar su hoja de ruta por las circunstancias en ciertas etapas tempranas de sus vidas, el verdadero cambio, el purificador y expiatorio llega con la “media vida” que da título al libro y al restaurante con aroma a escenario teatral en el que transcurre parte de la historia: “Es el «efecto media vida» […] Sientes que ha llegado el momento de hacer las cosas de otra manera, de reconciliarte contigo misma, tal vez de saldar deudas personales”.
De la última fecha en la que conviven los personajes de Media vida hasta hoy han pasado casi cuarenta años y sin embargo, todavía sufren las mujeres fuera de la ficción como sufren las mujeres del libro: aún luchamos contra el terrorismo machista, un cáncer difícil de extirpar y que hace metástasis a poco que se baja la guardia, aún hablamos del techo de cristal, aún somos blandos con el acoso, aún el irritante y cotidiano mansplaining, la condescendencia y el maltrato en el lenguaje, la desigualdad laboral y la discriminación. El paternalismo en los medios. La incomprensión. Ficción literaria para que no olvidemos el largo camino que queda por recorrer.