VALÈNCIA. Antes de que llegue diciembre, los medios donde colaboras ya te están pidiendo tu lista con los mejores discos del año. Los medios han de hacerlas y los les entiendo a todos, y si puedo, colaboro, aunque es una tarea que me aburre sobremanera. Yo últimamente me veo más partidario de hablar de lo que más me ha gustado a mí, fundiendo subjetividad y objetividad en una lista que empiece donde le dé la gana y acabe cuando quiera. Sin un orden concreto, una lista en la que el último disco mencionado podría estar también al principio, o en el medio. Una lista que se parezca más a lo que les diría a mis amigos cuando me preguntan si hay algo que les recomiende de entre el río de novedades que salen cada mes. O lo que les digo yo sin que me pregunten. No siempre puedo escribir de todo aquello que es más o menos nuevo y me parece interesante. Tengo sobreabundancia de información y a veces, por algún motivo que no sé explicar, me pongo a recomendar y no hay quien me pare.
Tengo un montoncito de discos que he elegido de cara a escribir este artículo. Están ordenados tal cual han salido de los estantes donde tengo las novedades del año. El primero que ha salido es Joy Comes In Spirit, de Vicktor Taiwò. Un solista negro que no hace la música que uno espera cuando se encuentra con un artista negro, y que lo sitúa en un plano donde también se mueven artistas muy diferentes entre sí como Yves Tumour, Serpentwithfeet o Moses Sumney. Le tengo especial aprecio al nuevo disco de Bill Ryder-Jones, que rara vez hace discos feos sino todo lo contrario. Como entiendo que estos artículos los lee básicamente gente que por edad y background cultural comparto una serie de códigos, creo que no hace falta extenderse mucho más. John Grant sacó disco este otoño. En lugar de seguir haciendo Queen Of Denmark una y otra vez, va renovando su lenguaje sonoro cada vez que se mete en el estudio. Este tiene canciones muy chulas y otras chulas pero menos amables. Mudhoney, que es uno de esos grupos que, como Teenage Fanclub, te alegra que sigan existiendo, publicaron Digital Garbage, que suena exactamente como uno desea que suena una banda como esta más de 30 años después de nacer.
A primeros de año Franz Ferdinand sacaron Always Ascending. Son el típico grupo con el síndrome de la popularidad del nuevo milenio. Molaban todo con su primer disco y unos años después nadie les hacía ni caso. Este disco es muy bueno, por las canciones y por el sonido que les han dado, fiel a lo que son pero aderezado con electrónica. Mi grupo nuevo y mis debut favoritos de 2018 son Confident Man, un cuarteto australiano que me chifla. Suenan a Manchester en 1988 y a Deee-lite: una joya. También me enamoré del primer disco de The Orielles, un trío muy joven de Glasgow que hace lo que viene siendo el indie original pero aglomerando etapas dentro del mismo, pop, disco, punk. Marlon Williams igual os suena más porque los medio musicales le han dado bola. Lo que había oído de él hasta ahora me parecía música country, con la cual no puedo, lo admito. Pero en Make Way For Love, se aparta un poco de ese camino para convertirse en una especie de baladista con el corazón roto que tiene vozarrón pero n plan bien. También es muy recomendable el nuevo de Villagers, como todo lo que han hecho hasta ahora. The Art Of Pretending to Swim es sencillo, acogedor, un disco de esos que te hace compañía desde el primer instante.
A Janelle Monáe se la suele mencionar porque es una estrella, pero ojo, porque pertenece a esa liga de estrellas que combina lo comercial con lo personal, el R&B con lo que se tercie Como Beyoncé cuando se pone brava, Santigold o Solange. Dirty Computer es uno de esos discos que aparecen en el gran mercado para contagiarlo de una inteligencia musical y conceptual digna de otros tiempos pero muy necesaria para estos que corren. Y ya que estamos, destacar el trabajo de otras mujeres. Tune-Yards, que a principios de año publicaron un disco estupendo, I Can Feel You Creep Into My Private Life, en el que, una vez más, África y el pop blanco se encuentran para bien. Otro proyecto femenino, US Girls, también tuvo disco destacable en estos meses: In A Poem Unlimited, otro caso de cruce entre melodías pop y estructuras poco habituales. Christine & The Queens revalidaron el prestigio que les proporcionó su primer álbum. Con Chris quedó claro que la atención recibida hace un par de años no la ha convertido en un espejismo. Pop-funk electrónico que saca a relucir la mejor cara de los años ochenta, cimentando un poderoso discurso proderechos LGTB+.
Laurie Anderson colaboró con Kronos Quartet en Landfall, un álbum que usa los desastres naturales como metáfora para hablarnos de la pérdida y lo que esta conlleva. Aunque nunca es mencionada, la muerte de su marido, Lou Reed, está presente a lo largo de un álbum hermoso y melancólico. Y para terminar un repaso que podría extenderse algunos folios más, otra de mis heroínas, Joan As Police Woman. En febrero sacó Damned Devotion, otra obra fiel a la sensibilidad de una creadora que suele construir discos llenos de claroscuros, como esa imagen suya que decora la portada y que parece remitir al tenebrismo. Joan Wasser –nombre real de la artista- es una mujer imprescindible en la música actual. Si quienes confeccionan las listas oficiales la ignoran o la olvidan, allá ellos y sus conciencias. La música importante hoy en día no es únicamente la que tiene un eco global, a nivel comercial o artístico, también es la música que nos atrapa y nos hace cambiar por dentro.