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EN FRANCIA ACUMULA RECONOCIMIENTOS Y ESTRENOS DE SU OBRA

Lola Blasco, la princesa comprometida con el teatro

Escogida por los franceses como una de las promesas de la dramaturgia europea, la autora alicantina acumula reconocimientos para destacar este año. Su compromiso político la ha llevado incluso a ser voluntaria en una acción contra el Gobierno de Israel y a denunciar los abusos del machismo

19/08/2018 - 

ALICANTE. Princesa en su palacio, así representamos a Lola Blasco, la dramaturga alicantina de más éxito. Tras ganar el premio Nacional de Literatura Dramática en 2016 con Siglo mío, bestia mía, este año ve impulsada su carrera en Francia, donde ha estrenado montaje y traducción de nuevas obras, y en España, donde ha retomado su carrera como actriz en el Español de Madrid y ganado el premio de la Crítica Valenciana por En defensa y Fuegos.

Es en el país galo donde ha ido encontrando mucho apoyo a sus propuestas escénicas. Allí estuvo dirigiendo el pasado abril en Le Panta Théâtre la versión francesa de Canícula, en la que era su primera experiencia con un equipo extranjero. Este julio ha ampliado su presencia en el festival de Aviñón como ponente en un encuentro sobre la nueva dramaturgia europea, una cita que repitió tras la exhibición de ese montaje.

Un ejemplo de ese trabajo novedoso por el que la destacan los especialistas en Europa sería Música y Mal, el montaje que ha presentado este junio en el madrileño Pavón Teatro Kamikaze. Es un concierto en el que une los conceptos del título y que «partía de una frase conocida de George Steiner, en la que se venía a decir que uno puede levantarse por la mañana escuchar a Schubert e ir por la tarde a trabajar a Auschwitz». Con esa cita  el autor quería denunciar como en una de las naciones más educadas, «la de la Alemania nazi, en la que todo el mundo sabía de música, tenía una cultura exquisita y, sin embargo, se produjo el mayor de los horrores». A partir de esa reflexión «y otras surgidas del libro El ruido eterno, hemos planteado un concierto donde nos detenemos en las anécdotas históricas que podían empañar esa idea de bien y belleza que tenemos asociada a la música porque no siempre fue así».


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Ejemplo conocido de ello es Wagner, señala, «era muy celoso de un compositor judío de la época y se dice que, cuando saca la cuestión judía en un momento tan sensible, hasta qué punto una autoridad como lo es no influye en el antisemitismo que vendrá después. Y a la vez es capaz de escribir obras tan maravillosas como  Tristán e Isolda».

De Alemania saca también otro de los ejemplos que ha manejado para este trabajo, esta vez en una de las etapas más oscuras, la Segunda Guerra Mundial. Dietrich Fischer-Dieskau, a quien compara con la soprano Maria Callas por su fama y calidad, «fue nazi y estuvo combatiendo con las tropas en Italia. Luego siguió trabajando como cantante famoso por toda Europa. Y es uno de los que mejor canta La muerte y la doncella de Schubert». Con historias como esta ha construido una pieza que relaciona a compositores, músicos y cantantes con la idea del mal. El pianista y realizador Alexis Delgado Burdalo ha sido el encargado de interpretar las composiciones, casi todas del repertorio romántico, con las que Blasco nos guía por «este viaje a los infiernos de la música para todos los que tenemos el mal de la música dentro».

Un botín manchado de sangre

Este análisis de la historia encuadra en la trayectoria de su obra en la que la política tiene un gran peso. El repaso al pasado lo ve en línea con uno de los pensamientos reflejados por Walter Benjamin en Tesis sobre la filosofía de la historia, «él siempre dice que nuestra cultura es un botín manchado de sangre, y es que la historia la hacen los vencedores y toda la cultura que hemos consumido como clásica es la que nos han dicho que tenía que ser».

Esa es la forma que ella ha elegido para «contar la historia a contrapelo, que diría Miguel de Unamuno, deteniéndonos en el recoveco y lo anecdótico de lo que no fue contado en su día. No se trata de empañar esas grandes composiciones musicales pero sí de verlas desde una perspectiva nueva, dentro de su contexto histórico que fue terrible». La ambivalencia de lo que presenta lo resume, de nuevo con una cita, en esta caso de María Zambrano: 'No hay infierno que no sea la entraña de algún cielo'.

Música y mal representa esa vuelta que la propia Blasco ha hecho a los escenarios como actriz. Si en 2017 ya participó en una lectura dentro del ciclo Poesía o Barbarie, dedicado a la violencia de género, reconoce que «hacía mucho tiempo que no actuaba y la experiencia fue muy gratificante gracias al equipo que me acompañó. Y, cuando ya te animas, sigues. Lo de la Música y mal no es tanto adaptar un rol pero sí. Y en Siglo mío, bestia mía estaré porque ha sido una petición de la directora que yo recojo encantada».

Blasco se apresura a puntualizar que su intención no es escribirse sus textos para asegurarse un trabajo, «los hay que decididamente nunca he pensado en interpretarlos. Concretamente, Siglo mío, bestia mía cuando lo escribí no lo pensé así, quizás por lo cercana que era la obra. Sin embargo, con el tiempo, es un texto que ha vuelto a mí y ahora sí me siento con fuerzas para afrontar el rol que escribí en ese momento». 

Hay otro factor del que ha sido consciente con la experiencia. «Algunos de mis textos salen solos [al interpretarlos] porque los entiendo muy bien pero el peligro que corres es que des por hecho muchas cosas y descubras menos». Tanto es así que asegura que «uno de los retos que me voy a poner ahora, al volver a actuar, es intentar descubrir los textos como si no supiera nada de ellos y jugar más para no caer en cerrarlos antes de tiempo porque el teatro es algo que tiene que estar muy presente. Tienes por un lado toda la información a priori y no tienes que investigar en las condiciones dadas ni cosas por el estilo pero sí que es verdad que al cerrarlo antes de tiempo descubras menos que un actor que no conoce el papel. Así que voy a ponerme en modo actriz cuando empiece con mis textos y a jugar con el resto del elenco que es lo que me apetece».

En su triple faceta de autora, directora y actriz, reconoce que cuando se pone a las órdenes de los demás «me dejo cada vez más dirigir». A diferencia, añade, de lo que es en la vida, donde se deja menos al considerarse «una mujer de carácter». «Soy mucho más obediente en el teatro que en la vida, así que la gente se sorprende al trabajar conmigo porque hago caso, en la vida soy mucho peor  —reitera—. ¿Sabes por qué? Porque cuando me encuentro con actores me gusta que confíen en mí y que se genere un buen ambiente de teatro. Y cuando eso no sucede, lo paso muy mal porque el teatro es el lugar de la magia y también el de la confianza para lanzarse a jugar y probar cosas». Por eso insiste en que «cuando tengo un director o directora delante me gusta confiar y suelo ser obediente».

El reto que se ha encontrado este año es el de dirigir en una lengua distinta a la propia. Ella preveía que iba a ser «complicado» aunque para reducir el impacto ha estado tomando clases de francés desde hace unos meses. «Cada vez me llaman más y es un país del que me gusta su cultura, así que estoy intentando avanzar al lugar que me está llamando para trabajar». Una acogida que casi se podría decir superior a la española, aunque ella duda de afirmarlo con contundencia. «Es cierto que voy más y en 2017 se hizo un seminontado y una lectura dramatizada, luego fue este semimontado y en Aviñón se volvía a ver Canícula porque el Teatro Nacional de Estrasburgo lo eligió para mostrar en el festival y la Comédie-Française la tuvo con un elenco de actores suyos». 

El paso por uno de los más prestigiosos teatros del mundo lo considera un lógico avance importante en su trayectoria. La suya fue elegida el pasado febrero entre más de cuatrocientas propuestas, de las que la única extranjera era esta, para integrarse en un ciclo de lecturas compuesto por nueve creaciones contemporáneas. «Y el público que asiste a las nueve votó Canícula como su cop de coeur», añade satisfecha.

La corazonada de una audiencia especializada supone un espaldarazo más en la fulgurante carrera de Blasco. «Tras ese éxito, pasó de nuevo por Aviñón y me están pidiendo obras nuevas. Así que sí, veo interés por mi teatro en Francia. Y aquí a veces cuesta porque lo ven todo muy difícil y confían poco en el espectador».

Ella vivió en sus propias carnes esa situación. En 2016 la eligieron para que montara su texto La armonía del silencio, con producción del Institut Valencià de Cultura. Y apenas acabó teniendo una decena de pases en las tres capitales de la Comunitat Valenciana. Eso sí, tuvo más en Madrid, donde llevaron el montaje al Español tras anunciarse como la ganadora del Nacional. «Tuvo poco recorrido y muy poca producción y muy poco de todo —concede— pero yo estoy muy agradecida de que confiaran en mí para darme una producción y para que fuera la primera alicantina que se hacía». Eso sí, continúa, «a veces los regalos pueden ser manzanas envenenadas, y todos sabemos esto. Salvar aquello fue verdaderamente complicado. Aún así estoy contenta porque fue al Español y allí cuajó». Al hacer balance, destaca que se trata de un montaje del que se siente feliz. 

Un trabajo del que también siente que le tocó pagar en determinada forma el abrir el paso de una producción alicantina hecha en la propia Alicante además desde el nuevo organismo creado esta legislatura por la Generalitat para sustituir al anterior CulturArts. «Espero que en el futuro pueda hacer una producción con un poquito más de apoyo, que todo esté más estructurado y que haya más gente trabajando aquí —señala— porque uno de los problemas al que nos enfrentábamos es que todos los técnicos venían de València y todo eso salía de mi producción, que ya era pequeñita. Era verdaderamente difícil montar. Imagino que las cosas están cambiando y que en el futuro el apoyo será más firme porque ya han visto que no iban desencaminados apoyándome». 

«Uno de los retos que me voy a poner ahora, al volver a actuar, es intentar descubrir los textos como si no supiera nada de ellos y jugar más»

El reconocimiento al que hace referencia fue patente cuando La armonía del silencio se estrenó en la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos y coincidió con el mencionado galardón. «En ese momento creo que debieron sentirse confirmados de que había que apoyar a los artistas alicantinos». Ahora, disfruta que Francia, uno de los polos de atracción del teatro europeo, tenga un mayor interés por sus textos, con lo cual reconoce sin ambages, que ella se siente «muy feliz». «Está funcionando muy bien así que lo que deseo para el año que viene es un montaje importante». Antes se refería a la falta de confianza de los productores y promotores en España ante determinadas propuestas, un miedo que no está tan presente en el mercado francófono. Que las suyas sean obras donde la política tenga un peso importante lo considera algo natural.

De la misma forma que define sus textos como algo «muy español», producto de una cultura y de una tradición. «Lo curioso es que a allí les parece muy francés y yo deduzco que tiene que ver con que es un teatro que lleva a una reflexión. No tienen miedo a pensar. Otro matiz es qué entenderíamos como teatro político. Teatro político no es meter a un refugiado a hablar sin más. Eso es teatro social. Y es diferente. El problema es que a veces lo hace gente con buenas intenciones pero poco profesional y se entiende que tiene que ir a salas alternativas. El teatro social tiene su cometido y tiene que haberlo pero un teatro político no es eso. Este induce a una reflexión y no tiene porqué dar cuenta de algo real, puede ser algo muy metafórico o algo muy poético». 

Blasco se apresura a puntualizar que su intención no es escribirse sus textos para asegurarse un trabajo, «los hay que decididamente nunca he pensado en interpretarlos. Concretamente, Siglo mío, bestia mía cuando lo escribí no lo pensé así, quizás por lo cercana que era la obra. Sin embargo, con el tiempo, es un texto que ha vuelto a mí y ahora sí me siento con fuerzas para afrontar el rol que escribí en ese momento». 

Hay otro factor del que ha sido consciente con la experiencia. «Algunos de mis textos salen solos [al interpretarlos] porque los entiendo muy bien pero el peligro que corres es que des por hecho muchas cosas y descubras menos». Tanto es así que asegura que «uno de los retos que me voy a poner ahora, al volver a actuar, es intentar descubrir los textos como si no supiera nada de ellos y jugar más para no caer en cerrarlos antes de tiempo porque el teatro es algo que tiene que estar muy presente. Tienes por un lado toda la información a priori y no tienes que investigar en las condiciones dadas ni cosas por el estilo pero sí que es verdad que al cerrarlo antes de tiempo descubras menos que un actor que no conoce el papel. Así que voy a ponerme en modo actriz cuando empiece con mis textos y a jugar con el resto del elenco que es lo que me apetece».

En su triple faceta de autora, directora y actriz, reconoce que cuando se pone a las órdenes de los demás «me dejo cada vez más dirigir». A diferencia, añade, de lo que es en la vida, donde se deja menos al considerarse «una mujer de carácter». «Soy mucho más obediente en el teatro que en la vida, así que la gente se sorprende al trabajar conmigo porque hago caso, en la vida soy mucho peor  —reitera—. ¿Sabes por qué? Porque cuando me encuentro con actores me gusta que confíen en mí y que se genere un buen ambiente de teatro. Y cuando eso no sucede, lo paso muy mal porque el teatro es el lugar de la magia y también el de la confianza para lanzarse a jugar y probar cosas». Por eso insiste en que «cuando tengo un director o directora delante me gusta confiar y suelo ser obediente».

El reto que se ha encontrado este año es el de dirigir en una lengua distinta a la propia. Ella preveía que iba a ser «complicado» aunque para reducir el impacto ha estado tomando clases de francés desde hace unos meses. «Cada vez me llaman más y es un país del que me gusta su cultura, así que estoy intentando avanzar al lugar que me está llamando para trabajar». Una acogida que casi se podría decir superior a la española, aunque ella duda de afirmarlo con contundencia. «Es cierto que voy más y en 2017 se hizo un seminontado y una lectura dramatizada, luego fue este semimontado y en Aviñón se volvía a ver Canícula porque el Teatro Nacional de Estrasburgo lo eligió para mostrar en el festival y la Comédie-Française la tuvo con un elenco de actores suyos». 

El paso por uno de los más prestigiosos teatros del mundo lo considera un lógico avance importante en su trayectoria. La suya fue elegida el pasado febrero entre más de cuatrocientas propuestas, de las que la única extranjera era esta, para integrarse en un ciclo de lecturas compuesto por nueve creaciones contemporáneas. «Y el público que asiste a las nueve votó Canícula como su cop de coeur», añade satisfecha.

La corazonada de una audiencia especializada supone un espaldarazo más en la fulgurante carrera de Blasco. «Tras ese éxito, pasó de nuevo por Aviñón y me están pidiendo obras nuevas. Así que sí, veo interés por mi teatro en Francia. Y aquí a veces cuesta porque lo ven todo muy difícil y confían poco en el espectador».

Ella vivió en sus propias carnes esa situación. En 2016 la eligieron para que montara su texto La armonía del silencio, con producción del Institut Valencià de Cultura. Y apenas acabó teniendo una decena de pases en las tres capitales de la Comunitat Valenciana. Eso sí, tuvo más en Madrid, donde llevaron el montaje al Español tras anunciarse como la ganadora del Nacional. «Tuvo poco recorrido y muy poca producción y muy poco de todo —concede— pero yo estoy muy agradecida de que confiaran en mí para darme una producción y para que fuera la primera alicantina que se hacía». Eso sí, continúa, «a veces los regalos pueden ser manzanas envenenadas, y todos sabemos esto. Salvar aquello fue verdaderamente complicado. Aún así estoy contenta porque fue al Español y allí cuajó». Al hacer balance, destaca que se trata de un montaje del que se siente feliz. 

Un trabajo del que también siente que le tocó pagar en determinada forma el abrir el paso de una producción alicantina hecha en la propia Alicante además desde el nuevo organismo creado esta legislatura por la Generalitat para sustituir al anterior CulturArts. «Espero que en el futuro pueda hacer una producción con un poquito más de apoyo, que todo esté más estructurado y que haya más gente trabajando aquí —señala— porque uno de los problemas al que nos enfrentábamos es que todos los técnicos venían de València y todo eso salía de mi producción, que ya era pequeñita. Era verdaderamente difícil montar. Imagino que las cosas están cambiando y que en el futuro el apoyo será más firme porque ya han visto que no iban desencaminados apoyándome». 

El reconocimiento al que hace referencia fue patente cuando La armonía del silencio se estrenó en la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos y coincidió con el mencionado galardón. «En ese momento creo que debieron sentirse confirmados de que había que apoyar a los artistas alicantinos». Ahora, disfruta que Francia, uno de los polos de atracción del teatro europeo, tenga un mayor interés por sus textos, con lo cual reconoce sin ambages, que ella se siente «muy feliz». «Está funcionando muy bien así que lo que deseo para el año que viene es un montaje importante». Antes se refería a la falta de confianza de los productores y promotores en España ante determinadas propuestas, un miedo que no está tan presente en el mercado francófono. Que las suyas sean obras donde la política tenga un peso importante lo considera algo natural. De la misma forma que define sus textos como algo «muy español», producto de una cultura y de una tradición.

«Lo curioso es que a allí les parece muy francés y yo deduzco que tiene que ver con que es un teatro que lleva a una reflexión. No tienen miedo a pensar. Otro matiz es qué entenderíamos como teatro político. Teatro político no es meter a un refugiado a hablar sin más. Eso es teatro social. Y es diferente. El problema es que a veces lo hace gente con buenas intenciones pero poco profesional y se entiende que tiene que ir a salas alternativas. El teatro social tiene su cometido y tiene que haberlo pero un teatro político no es eso. Este induce a una reflexión y no tiene porqué dar cuenta de algo real, puede ser algo muy metafórico o algo muy poético». 

Fábulas

Ella siente que se mueve justamente en esa línea, «en un teatro que pretende introducir más que una filosfía, un pensamiento a escena». Un trabajo hecho desde una perspectiva poética que la llevó a bautizar estos textos como fábulas políticas, es entonces cuando confiesa risueña que al llamarlas así había pensado que era original, «luego vi que Séneca ya las llamaba así en su momento. Siempre que miro algo veo que que alguien lo ha hecho antes que yo. No se puede ser original». Y esos esfuerzos por hacer un teatro de ideas es lo que cree que «casa tan bien» en el país vecino.

Lo que le molesta es que se extienda la idea de que el público español no esté preparado para obras de este tipo. «¡No nos cuesta! —protesta—. Cuando lo traen desde fuera lo acogemos con gozo, es que aquí vamos por detrás en todo. Si nos traen eso desde fuera hablaríamos de autores maravillosos como Wajdi Mouawad, por ejemplo. Mete tragedia, teatro político y de ideas en sus textos y, ahora mismo, aquí es top». De ahí que insista en su razonamiento de que la clave se encuentra en «que no le damos oportunidad a la gente de aquí; no nos fíamos, no consideramos lo nuestro como algo valioso. Ese es el problema de España, que es un país con muchos complejos a nivel cultural. Con muchos. Pero tiempo al tiempo, deduzco».

 Ese sentimiento de inferioridad se traduce en otro efecto que ella ha visto con anterioridad y que ahora siente en sus carnes. «Si te vas a Francia y luego vuelves... Le ha pasado a Angélica [Liddell], a Rodrigo [García] y la lástima es que algunos ya luego no quieren volver, como es el caso de Angélica porque se han sentido maltratados en su país y allí reciben la medalla del caballero de las Artes y las Letras».

Una posible solución a ese problema la encuentra en esa idea del tiempo que mencionaba antes. «Si se diera una oportunidad al programar y que no fueran dos o tres días... Déjalo y que esté un mes. La tarea del teatro público es poner dinero para este tipo no para el comercial. Creo que su cometido es hacer un teatro que sea patrimonio de todos. Y que los jóvenes vayan al teatro y aprendan cosas y tenga su parte pedagógica». 

En su caso, ella tendrá ahora tiempo para desarrollar su próximo proyecto, Marie. Es gracias a la beca Leonardo que le acaban de conceder como creadora cultural. Lleva ya tres años jugando con reformular la historia. Si en Música y mal lo hace a partir de hechos históricos, en este caso parte de Woyzeck, la ficción creada por Georg Büchner. De esta obra dice que «siempre se ha entendido como la representación de la tragedia del hombre contemporáneo que mata a su pareja porque todo el pueblo le desvela que ella le ha puesto los cuernos». Al decidir abordarla lo que pretendía era recuperar la historia de la mujer, para que se viera que era una víctima de la sociedad, no solo de su marido. «Quería hablar de la violencia de género y en qué medida somos responsables todos de estos asesinatos», explica. Y para hacerlo apuesta porque sea una una obra musical, «porque es un tema difícil y hay que buscar una forma novedosa para tratar un tema interesante». 

«Quería hablar de la violencia de género y en qué medida somos responsables todos de estos asesinatos»

Aquí Blasco reitera que su interés va por lo político y no lo social, «no me gusta la demagogia, me interesa que atienda a un entretenimiento. Para eso no soy nada brechtiana». Su apuesta por Marie refleja el trabajo hecho por aportar una mirada que denuncie el machismo. Y por ello recalca que «llevo años trabajando en esto. No es porque lo haga ahora por la moda, porque no soy de modas». La reflexión que se está produciendo en el conjunto de la sociedad sobre la violencia de las mujeres la ha llevado incluso a protestas en la calle, como en el reciente caso de la sentencia de La Manada. «La libertad de la mujer es importante. Quiero tener libertad y que mi hija la tenga y que si quiere ponerse la minifalda que nadie le tenga que decir nada por la calle ni tocarla si ella no consiente. Me parece que utilizar esas excusas para aprovecharse de una mujer o que si se queda hasta las tantas de la noche, como le pasó a la niña de los sanfermines, eso es una enfermedad de la sociedad. Ella es libre de ponerse lo que le dé la gana sin tener que soportar comentarios vejatorios».

Esa indignación la proyecta también hacia su propia profesión en otro ámbito, la invisibilidad laboral. «No se tiene en consideración a las mujeres de los 40 y 60 años —denuncia—, hay pocas mujeres mayores, desaparecen cuando dejan de ser jóvenes en los escenarios». Una situación que la enerva, más porque se encuentra que cuando hay un personaje femenino fuerte, «los quieren para las niñas de 25 años, que probablemente no están preparadas para ello». Blasco, con 35 años, señala que siempre le han gustado los personajes —masculinos y femeninos, puntualiza— que «tienen el bagaje de la experiencia, me gusta el discurso de gente que ya ha pasado por cosas. Me gusta esa franja de edad porque tengo la sensación de que las mujeres desaparecen mientras que en Francia las protagonistas tienen 40 y 50, aquí en España son de 18 y 25. Es curioso».

El eterno olvidado

Este año también se ha involucrado en la llamada flotilla de la libertad. En esta iniciativa que critica el bloqueo de Israel sobre Gaza participó como activista para darle visibilidad al proyecto. «No es una experiencia cómoda», señala. Frente a las horas de espera y los diversos problemas que se encontraron lo que más le impactó «es la bondad de las personas que dedican su tiempo y alma a romper el bloqueo de Israel, porque las condiciones son infrahumanas y hacemos la vista gorda porque no nos interesa y nunca nos metemos con el poderoso y lo que sucede es un genocidio, busca otra palabra y no hay». Otra de las cosas que la sorprendió fue que la mayoría de los integrantes de esta misión son israelís, que «conocen de primera mano el problema y que no están de acuerdo con lo que hacen con los palestinos». Ella critica con firmeza la dureza de las condiciones que provoca  «una tasa de suicidio infantil muy alta. Es realmente duro y no hay mucho eco. El pueblo palestino es el eterno olvidado, aparecen de vez en cuando en los medios pero siempre hay otro problema».

Más cercanos son otros problemas que ve, como «ese giro a la derecha que hay en toda Europa con esos discursos xenófobos y antiguos que vulneran a la mujer, como la ley de aborto que Casado quiere llevar si llega al poder. Espero que no llegue nunca al poder y no puedan pasar esas cosas». El nombramiento del presidente del Partido Popular «me parece peligroso porque se ve una clara tendencia tanto en España como el resto de Europa hacia la derecha extrema y eso me da miedo». Ante esta situación, espera que «la izquierda coja mas posiciones. Podemos e IU tienen que juntar fuerzas y negociar con el PSOE si queremos que la izquierda progrese y tome medidas que tengan que ver con el progreso». 

Clara en sus opiniones, un aspecto que remarca es que «el teatro debe ser político pero que no esté sujeto a ningún Gobierno». Al definir sus ideas, reitera, «mi política es obviamente muy a la izquierda pero hago un teatro político porque es para la polis; no me dedico a la política ni milito ni tengo carné y no estoy sujeta a ninguna política. Hay que denunciar lo mal hecho, tanto lo que ha hecho un partido de derechas y otro de izquierdas. He podido votar a un partido y si no me gusta, lo denuncio. Mi voto puede cambiar según cómo lo hagan y, como no soy militante, puedo tener ideas propias. No quiero que se me asocie a ningún partido político». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 17 de la edición de Alicante de la revista Plaza 

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