VALÈNCIA. Habitualmente, cuando uno se dispone a hablar de un documental o película con su director o directora lo hace partiendo de su premisa, del punto de partida del mismo. Sin embargo, en esta ocasión, toca saltarse las normas y abrir la conversación con el desenlace. Nos reunimos en la cafetería del Rialto con la chilena Lissette Orozco, que presenta en el contexto del Humans Fest El pacto de Adriana, un documental en el que investiga la vinculación de su tía con la dictadura de Pinochet, un pasado que se le presenta por sorpresa y que desvela la ‘otra’ vida de la ‘tía Chany’. Viaje al presente. Adriana Rivas, exagente de la DINA y exsecretaria de Manuel Contreras, es detenida en Australia. Este titular corresponde a una noticia de la CNN, publicada esta misma semana. Acusada de colaborar en siete secuestros entre 1974 y 1977, Rivas perteneció a la policía secreta del dictador Augusto Pinochet, llamada Dirección de Inteligencia Nacional, un organismo vinculado a numerosos casos de torturas, asesinatos y secuestros. Rodado en cinco años, El pacto de Adriana relata un viaje, un recorrido en el que Orozco pierde poco a poco la confianza en Chany, que en todo momento se declara inocente, una historia que habla de hacer justicia y de digerir el pasado del país.
“Pertenezco a la generación de los que no nos queremos seguir haciendo los tontos con nuestra historia. Podemos querer mucho a nuestro papá o nuestra tía, pero si es un genocida, tiene que pagar”, explica durante nuestra conversación. Si bien en un primer momento su papel se iba a reducir a la voz en off, Lissette Orozco se convierte en protagonista indiscutible de la cinta, en la que el espectador vive junto a ella cada nuevo hallazgo. Y con él, una distancia cada vez mayor de la que en su día fue su ejemplo a seguir. Son estas revelaciones las que le han llevado a romper los lazos con Rivas y a enfrentarse a las vergüenzas de su propia familia, un ejercicio que defiende como necesario para hacer justicia frente a un ‘borrón y cuenta nueva’ que no solo se da en Chile. En cierta medida, el documental funciona como un espejo que ella aplica a su propia familia y en el que cabe toda la sociedad, una cinta en la que el silencio, lo oculto, es tan importante como las conversaciones. “Tu tía nunca te lo va a decir”, le confiesa a Orozco uno de los miembros de la DINA, compañero de Adriana Rivas, tras asegurar haber sido testigo de su participación en torturas. Con medio mundo informando sobre su detención, hablamos con la sobrina de Rivas de pasado, presente y futuro.
-¿Cómo has gestionado estas últimas 48 horas, tras la detención de tu tía?
-Me desayuné esta noticia anteayer y no sabía como tenía que reaccionar, empecé a sentir cosas contradictorias. Por un lado, decía: buenísimo, se va a hacer justicia. Por otro, me la imaginaba en esa situación y me daba mucha pena. Empecé a hablar con mi familia, a preguntar, y todos tienen esa sensación de vergüenza, de tristeza... pero es cierto que desde 2014 le están pidiendo la extradición. Toda la prensa en mi país atribuyó la detención a la película y eso no está bien. A mi tía la tomaron detenida porque cometió crímenes contra la humanidad. La película informó sobre lo que estaba pasando.
-Esta cinta trata sobre la confianza, que se va perdiendo a lo largo de los cinco años de grabación. Desde el final del rodaje y hasta la detención, ¿qué ha pasado?
-Con respecto a mi tía, perdí la comunicación totalmente con ella después de que la película fue estrenada. Personalmente, siento que me he enriquecido mucho de la gente, era una película bastante casera, que buscaba al público normal. Una persona que no viene del mundo del cine entiende la película, le hace reflexionar sobre su propia familia, sobre la memoria histórica. Pero no solo en Chile. Terminé de mostrar la película en Taiwán y, cuando se prendió la luz, vi al público llorando. Me impresiona la reacción positiva de los jóvenes. La gente mayor a veces la va a ver con sospecha, piensa que voy a limpiar la imagen de mi tía. Sin embargo, la honestidad es la prioridad y la gente valora eso.
-¿Qué querías comunicar a ese público joven que, como tú, vive ese periodo con distancia?
-Quería contar la verdad de lo que viví, porque en Chile la forma de seguir avanzando es negando y tergiversando la historia. Eso es injusto con las nuevas generaciones. A veces [los jóvenes] se ponen a defender a los militares, afirmando que los desaparecidos no existen, que su papá les dijo que estaban en otros países... Ahí me di cuenta de que los jóvenes tenían una información que no era cierta, parecido a lo que me pasó a mí. Yo venía de una familia de derechas que no me decía la verdad. Al conocer la memoria histórica, no se vuelve a repetir. Negar la historia es peligroso.
-¿Cuál es el momento en el que se rompe esa confianza inicial con tu tía?
-Siento que cuando estaba grabando no estaba dimensionando lo que estaba haciendo. Fue cuando vi un primer corte de la película que dije: mi tía me está manipulando, mi tía me está mintiendo. Ahí decidí hacer la película que quería hacer y no la que debía hacer. Debía cuidar a mi tía, pero quería hacer justicia. En ese momento decido traicionar a mi tía para no traicionarme a mí misma.
-¿Ha visto ella la película?
-Antes de estrenarla en Berlín se la mandé. Le dije que conversáramos pero no quiso hablar más conmigo. Solo me mandó unos mensajes de audio con mucha rabia. No era la película que ella quería que yo hiciera.
-Si 'confianza' es una palabra clave en la cinta, también lo es 'responsabilidad'
-Sí, claro. Las decisiones finales que tomamos con la montajista tenían que ver con la responsabilidad política y social que teníamos. Podría haber hecho cualquier tipo de película, pero sentía que a tenía que educar a las 400 personas por sala de cine. El objetivo de un documentalista es hacer documentales para hacer transformaciones sociales.
-¿Fue consciente la decisión de situarte como protagonista o un proceso natural?
-Desde el principio sabía que la historia iba a ser contada en primera persona, pero no delante de cámara. Pensaba usar mi voz en off, grabar a mi tía con cierta distancia... pero recuerdo hacer el pitch de la historia en Buenos Aires y un miembro del jurado me preguntó por qué mi tía era la protagonista si el conflicto lo tenía yo. Tenía razón. Yo soy la que tiene una lucha, yo soy el personaje protagónico y mi tía antagónico.
-Sí hay una decisión consciente de no incluir a las víctimas en el documental.
-De hecho, grabé a las víctimas. Exploré por muchos lugares para saber desde cuál quería hacer la película. En un momento tuve la intención de juntar a mi tía, cuando reconociera las cosas, con familia de las víctimas y que hubiera una reconciliación. Esto existió en un guion utópico. La decisión final la tomamos cuando hicimos el último corte. Películas sobre las víctimas hay montones y se necesitan muchas más, pero esta iba sobre mi familia. Ahora nos toca pasarlo mal.
-Es una película que conecta también con otros países. En el caso de España con el franquismo, las fosas comunes...
-Cuando presenté el documental en Madrid se generó un debate sobre la exhumación del cuerpo de Franco. Hay distintas formas de avanzar: los de derechas quieren dar la vuelta a la hoja y mirar el futuro sin hacerse cargo de lo que hicieron; los de izquierda, quieren dialogar, enfrentar y que se haga justicia. Lo que se está haciendo en España, en Chile y otros países es que se niega la historia. Eso es peligroso.
-¿Ha servido este documental para cerrar heridas?
-No creo que el documental las cierre. Ayuda a entender la historia y que te duela, porque nunca se hace justicia. Esa es la única manera de curar las heridas.
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