VALÈNCIA. Hay veces en las que un documental puede reunir ciertas características que hacen que sea mejor que una película sobre el mismo tema. El caso de Our Godfather, de Mark Franchetti y Andrew Meier. Un documental realizado a partir de fotografías, imágenes de televisión reales y sobre todo los vídeos caseros de la familia de Tommaso Buscettta, el mafioso arrepentido que aportó la mayor parte de las pruebas del Maxiprocesso contra la mafia de 1986, el más importante que hubo después de la II Guerra Mundial. 3000 páginas de confesión.
El testimonio de primera persona que ofrece el documental es el de su hijo, sin dar la cara y aún bajo una identidad secreta. Durante muchos años, ha sido un trofeo perfecto para la mafia. Sigue escondiéndose consciente de que la Cosa Nostra nunca olvida. Cuando se reencuentran para la entrevista, su madre dice: "Dios bendiga América", por permitirle ir armado por la calle con sus leyes.
Esa mujer conoció a Buscetta en Brasil cuando tenía 20 años, el mafioso ya contaba con 42. Se encontraba allí eludiendo a la justicia italiana por asesinato. Según se recuerdan sus palabras: "tuve que matar para demostrar que era un hombre". Sin embargo, fue reconocido por la policía brasileña y detenido. Cumplió la condena y volvió a Brasil, pero su calvario comenzó cuando sus antiguos compañeros fueron a buscarlo para que se uniera a ellos en la guerra contra Salvatore "Toto" Riina. Un auténtico salvaje. La mafia había cambiado, con el tráfico de drogas "llegó más dinero, más codicia y menos honor".
En principio se negó, quería disfrutar su libertad después de años preso. Como respuesta, asesinaron a los dos hijos que tenía en Italia. Fueron torturados cruelmente y sus cuerpos disueltos en ácido.
Buscetta, en shock, entendió que había sido por su culpa. El juez Falcone intentó hablar con él y su respuesta fue: "Una noche entera no sería suficiente para mi respuesta y ahora estoy muy cansado". Había dado el primer paso para romper lo más sagrado, la omertà. Con su testimonio se emitieron cientos de órdenes judiciales. Al mismo tiempo, el punto de mira se posó sobre sus familiares. Siguieron asesinando a todo aquel que tuviera el apellido Buscetta.
En el Maxiprocesso su declaración fue histórica, sobre todo por los términos que empleó. Dijo que desde los 70 la mafia había subvertido sus ideales, que él no se arrepentía, que él no había roto el código de honor. "Yo defiendo a la verdadera mafia". Para los jueces y fiscales lo importante fue lo que vino a continuación.
Después fue enviado a Estados Unidos, allí también testificaría. Un gran favor para el gobierno italiano porque se vio desbordado a la hora de proteger la seguridad de su testigo. En Nueva York denunció que la heroína se llevaba desde Sicilia y con una red de pizzerías por todo el país se realizaba el lavado de dinero.
Volver a empezar y ser nadie
El final, para Buscetta, fue solo el principio de la nada. Esta es la mejor parte del documental, la segunda, cuando se entra en su vida íntima a partir de sus vídeos caseros. Lo que le quedaba de familia volvió a reunirse en Estados Unidos con una identidad falsa, empezaron en Florida, pero su adaptación no fue sencilla.
No dejó de ser siciliano ni por un segundo, temía que sus hijos se americanizasen y siempre estuvo detrás de ellos hablándoles en italiano y reuniéndoles a todos los domingos por decreto. No se aclimató. Tampoco podía soportar que su mujer fuese a trabajar y él se tuviese que quedar en casa. Tenía prohibido salir de noche y relacionarse con nadie de nacionalidad italiana.
Pronto empezó a sufrir problemas psicológicos. Especialmente al ver la tensión que generaba en su familia tenerse que mudar cada tres años. Pasaba desapercibido con su bigote latino allá donde estuviera, pero cada vez se volvió más reservado, oscuro e irascible. Pegaba a sus hijos. Los guardaespaldas americanos que le acompañaban día y noche lamentan en el documental: "En Estados Unidos las amenazas de este tipo se terminan disipando, pero una amenaza italiana es para siempre".
Su vida dio un giro cuando se detuvo en Italia a Riina. Se atrevió a volver y se instaló en Roma. Aquí hay un detalle que solo puede darse en un documental, en una película sería increíble. Decidió irse de crucero con su mujer y un paparazzi le descubrió a la primera. Sacó fotos de todos sus pasos en el barco y aparecieron en primera plana de las revistas. Todos, su mujer y sus hijos, fueron reconocidos y tuvieron que volver a Estados Unidos otra vez con identidades falsas.
Uno de sus hijos al final murió en un accidente de moto. El otro, el que aparece en este documental dando la entrevista exclusiva, se enroló en el ejército y sirvió en la guerra de Irak y en la de Afganistán. Su hija reconoce que todavía no se atreve a pronunciar su apellido real. Desde pequeña la adiestraron para que no se le ocurriera ni siquiera pensar en esa palabra. Finalmente, pagó su testimonio con la muerte de dos hijos, un hermano, un yerno y un sobrino, además de un descenso a los infiernos que tuvo como resultado que su familia fuese disfuncional y, tras su muerte, nunca más volviera a reunirse. Murió deseando haberlo hecho antes.