El escritor de Guadalajara se alza con el prestigioso Premio Ribera del Duero en su quinta edición gracias a una obra a caballo entre la novela y el libro de relatos publicada por Páginas de Espuma
VALÊNCIA. Cada oficio tienes sus gajes, como se suele decir, y el de escribir desde luego no es una excepción. Más allá de la leyenda, de la superstición y de las creencias populares, quien escribe no suele actuar como gran parte de la sociedad imagina, ni el proceso de escribir es como señala la idealización. Habrá por supuesto quien fume y beba whisky cada vez que se ponga ante un papel y un bolígrafo o una pantalla y un teclado, quien trabaje desde un despacho decorado a la inglesa y quien esboce futuras obras sentado a solas en un tugurio de mala muerte, no obstante, la realidad suele ser mucho más prosaica: más que robustos escritorios de roble y soledad, suele haber café, ropa de ir por casa, el bullicio de los quehaceres diarios, compañía familiar y las preocupaciones de las que casi todos hacemos gala. Antonio Ortuño, nacido en Zapopan, Jalisco, México, en mil novecientos setenta y seis, con varios libros de relatos, novelas y premios a sus espaldas, sabe bien en qué consiste todo esto. Haber sido finalista del Herralde de Anagrama o haber sido elegido como uno de los mejores escritores en español por la revista británica Granta en dos mil diez no le ha librado de todo aquello terrenal que tiene la escritura.
Un conjunto de sensaciones, situaciones y conclusiones obtenidas tras años de páginas completadas que vuelca ahora en La vaga ambición, libro de relatos ganador del V Premio Ribera del Duero publicado por la editorial especializada en el género del cuento Páginas de Espuma. Si bien el libro está constituido por relatos diferenciados, también es cierto que todos están vinculados entre sí; forman parte de un todo y de un orden. ¿Por qué entonces optar por el cuento y no por un sistema tradicional de episodios? Ortuño lo explica así: “El cuento me ofrecía una serie de ventajas muy grandes respecto a la novela. Yo entiendo la novela como un organismo literario que requiere un grado de congruencia muy alto. Desde luego que en la novela puedes -y debes- experimentar y que el tono quizás no vaya a ser unitario a lo largo del libro, pero sí tienen que haber ciertos factores de homogeneidad en ella y ciertos periodos en que la tensión es menor... Es una construcción distinta a esta. Todos los episodios que yo tenía en mente para el libro encajaban más con el relato; por la intensidad de la narración prefería que fuese una suerte de archipiélago, con islas bien determinadas que son cada uno de los relatos, más que una novela que me obligaría a otro tipo de estrategias. Quería que los cuentos tuviesen diferencias de lenguaje, de fraseo, de construcción, de manejo del tiempo. Eso sí, no es una novela en rebanadas: formalmente son cuentos muy distintos”.
Alejarse de la tenebra no suele ser fácil, allí suelen estar las oportunidades, enredadas entre la maleza. Sin embargo existen otros caminos que Ortuño ha sabido recorrer: “Tengo la fortuna de que la feria del libro de literatura en español más importante del mundo [la Feria Internacional del Libro de Guadalajara], se celebra en mi ciudad, además yo vivo muy cerca del recinto de la feria. He ido a todas sus ediciones, a las treinta y una. Tenía diez años cuando se hizo la primera y desde entonces no he fallado. La feria me ha permitido muchas cosas: además de escuchar a grandes autores en vivo, me ha servido para entregar manuscritos a los editores, platicar con ellos, tratar con otras personas del mundo literario de manera concentrada y profesional sin tener que andar haciéndome el encontradizo en los cócteles de la capital. La feria tiene un perfil de festival cultural pero también de industria editorial muy importante”.
En el libro, en el que existe la tragedia pero también el humor sarcástico, la ironía, la media sonrisa incisiva y afilada, acompañamos a un escritor a través de distintas etapas de su vida literaria, que van desde una reescritura infantil y libre del Quijote, al trabajo en un equipo de guionistas internacionales para una importante serie con aroma inconfundible a Juego de tronos. Sin ser una biografía, La vaga ambición tiene mucho de autobiográfico, por lo que como en la vida real, en sus historias no escasean las dificultades -tampoco los éxitos-. ¿Cuál ha sido el momento más duro en la trayectoria de Ortuño? “Desde luego publicar el primer libro siempre es muy cuesta arriba. Yo publiqué relativamente tarde, faltaban semanas para que cumpliese los treinta años y muchos amigos y colegas de la ciudad o de mi generación habían comenzado a publicar muy jóvenes: algunos tenían ya para entonces cuatro o cinco libros publicados, pero en la mayoría de ocasiones se trataba de publicaciones en editoriales minúsculas, o en fondos editoriales públicos que no tenían distribución. El libro salía de imprenta y se quedaba en una bodega, el autor acababa repartiendo libros de mano en mano y la verdad es que yo tenía claro que no quería eso. Había visto a muchos de mis amigos sufriendo porque su libro no se encontraba en ninguna parte y tenían que andar pidiendo ejemplares para mandarlos. Un amigo que trabajaba con una editorial independiente en Guadalajara se la pasaba dando vueltas por el interior del estado. Él decía: 'voy a ranchear'. Se refería ir de rancho en rancho con la maleta de libros: una lectura en el kiosko de aquí, otra allá. Uno siente a veces que de ranchear el estado a pasado a ranchear el país y a ranchear el mundo”.
De este rancheo de Ortuño nos llega ahora su ácida visión del ecosistema literario: “San Uberto, si no por otra cosa, tuvo siempre la fama de ser tierra de alacranes prietos, unos bichos renegridos y rebosantes de veneno. Justo como los poetas de la región”. No por nada el autor define la creación literaria de una forma tan particular como la que sigue: “escribir era la vaga ambición de guerrear contra mil enemigos y salir vivo”.