VALÈNCIA. Una vez acudí a un curso de verano impartido por Laura Freixas en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. El título del curso era Escribir a solas: el diario íntimo en el siglo XXI. Con ese título y con mi fascinación creciente por los diarios no había otra opción que acudir allí. Una de las primeras preguntas que se hicieron los ponentes era lo mismo que llevamos más de un año cuestionándonos en esta sección: ¿Para qué se escribe un diario íntimo? ¿Sirve para algo? ¿Para qué exactamente? Allí se dijo que si, en un inicio, el diario no se paga ni se publica, ni hace que nuestros amigos nos quieran más -es posible que, incluso, nos quieras menos-, ¿por qué desde el siglo XVII se siguen escribiendo diarios? La respuesta, por supuesto, es un enigma.
La profesora Anna Caballé -directora del curso que recibí en Santander y experta en estudios biográficos- publicó hace unos años el libro Pasé la mañana escribiendo. Allí recogía algunas de sus reflexiones a propósito de este género y de lo que significa el “espacio incombustible” que constituye un diario:
La lectura de un diario es como ver al trasluz la consistencia de una vida humana. Aparece ante nosotros descompuesta en partículas, grandes y pequeñas, apagadas y danzarinas, que reconocemos, sorprendidos, como propias. Y nos preguntamos por qué es así, por qué ha sido así, y no de otro modo.
En este mismo libro Caballé apuntaba una tesis que merece cierta consideración: existen notables diferencias entre los diarios escritos por hombres y los escritos por mujeres. Estas últimas, a diferencia de los hombres, no se interesan por crearse ningún personaje sino más bien en investigar en su yo, en un particularísima personalidad. Y Caballé se refería esencialmente a los diarios que van desde Santa Teresa de Jesús, pasando por los de Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite o Laura Freixas. De esta última acaba de publicar la editorial Errata Naturae el segundo volumen de sus diarios: Todos llevan máscara (1995-1996), cinco años después de publicar el primer volumen: La vida subterránea (1991-1994). Este primer libro comenzaba con una declaración de intenciones y de incertidumbres:
Hace muchos años que llevo un diario. Durante la adolescencia —y luego en algunos periodos tormentosos de la primera juventud—, lo hice sin saber muy bien por qué o para qué; por no saber, no sabía ni siquiera en qué lengua escribirlo: a veces lo redactaba en catalán, otras en castellano. Lo dejé, si mal no recuerdo, cuando, y porque, empecé a hacer seriamente lo que he querido hacer siempre: escribir literatura. A los diecinueve años elegí lengua, el castellano, y compuse mis primeros relatos. El diario quedó atrás, a modo de ejercicio o borrador.
De esta primera presentación llama la atención el significado que Freixas atribuye a la palabra literatura, como si los diarios no formaran parte de ella, como si los diarios no pudieran ser eminentemente literarios. Para Freixas el diario no falsea las historias que cuenta (o no debería) y, además, el diario se escribe en secreto y permite a su autor mostrarse como es y con las debilidades que tiene, unas que jamás mostraría en público. Sin embargo, la idea de ver publicadas sus reflexiones más íntimas le hacen dudar:
Ver estas páginas impresas, encuadernadas, con el sello de una editorial, me produce, lo con eso, cierta perplejidad. ¿Es esto mi diario o se trata de un libro?
En cualquier caso, si el diario que comienza en 1991 lo hace con una autora que marcha a París con su pareja, con su ferviente deseo de convertirse en escritora y de casarse y tener hijos, este segundo y reciente volumen comienza con la misma autora mucho más madura que comienza a corregir la que será su primera novela.
Jueves, 25 mayo, 1995
Lo que es curioso, al empezar una nueva novela, en este sentimiento de imposibilidad, de que es un proyecto fracasado de antemano, de que no lo conseguiré.
Ese desánimo parece acompañar a la autora ya desde pequeña:
Lunes, 5 de junio
He llorado a lágrima viva en la sesión, recordando que ya a los once años me reprochaba: ¿cómo es que teniendo ya once años no eres famosa?, y que sigo en las mismas a los treinta y siete.
Apenas diez días después llega el estallido del reconocimiento:
Hoy me siento famosa. Sale un artículo mío -por primera vez- en la sección de opinión de El País. ¿En qué consiste ser famosa? En pensar en todas aquellas personas que me conocen que lo habrán leído, y tendrán la sensación de que he llegado a algún sitio.