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Laura Ferrero: “Saber perder es importante”

31/01/2021 - 

VALÈNCIA. Se ha convertido en una de nuestras novelistas más leídas, la que está sabiendo conectar con una generación que salta entre crisis y depresión, que va de la incertidumbre a la melancolía. No son pocos los que ven en ella a una de las voces más certeras de nuestro tiempo tras libros de relatos como Piscinas vacías o la novela Qué vas a hacer el resto de tu vida. En un momento literario dominado por grandes novelas y ensayos, Ferrero propone volver al cuento -con su libro La gente no existe (Alfaguara)-, a la distancia corta para explicar temas de enorme profundidad como la culpa, el amor, las rupturas o la huida. Su escritura sigue cortando como siempre: exacta, filosa, conmovedora.

- ¿Cómo te sientes cuando comparan alguno de tus relatos con grandes nombres como Lucia Berlin, Alice Munro o Raymond Carver? ¿Son autores por los que sientas especial predilección?
- Estos que mencionas son grandísimos autores para mí, de los que he aprendido y sigo aprendiendo y disfrutando en la actualidad. Uno de los primeros relatos que leí en la vida fue Catedral, de Raymond Carver. Fue en la primera clase que tuve en la universidad y recuerdo aún la emoción de encontrar en aquel texto de Carver un universo entero que me acompaña hasta el día de hoy. 

- Contaba E.M. Forster que era incapaz de escribir personajes cuyas características no tuvieran que ver con personas reales. ¿Te sucede también a ti? ¿'Mi padre en Atocha' es un retrato de su propio padre?
- Depende del caso. Te diría que por lo general me resulta más fácil crear un personaje si tiene un correlato en la realidad porque ya te lo imaginas, pero justo eso mismo, que exista y tenga una forma determinada, es lo que complica acercarse a ese personaje de manera literaria. La mayoría de los personajes de La gente no existe son inventados. Pero tres de los relatos son manifiestamente autobiográficos y ahí me ciño sin florituras a la realidad, desde mi relato, claro. ‘Mi padre en Atocha’ es un retrato de mi padre a través de lo que atisbo yo de él. Es decir: es mi padre para mí, un padre que me recoge siempre en Atocha y de ahí, de una escena tan cotidiana, tan simple, como es la de esperar a una hija que llega en tren, hablo de nosotros.

- Hay otro relato que, siguiendo con el asunto de la paternidad, habla de la identidad y de cómo o hasta qué punto tiene sentido saber quienes son nuestros padres biológicos si somos hijos adoptivos. ¿Sigue siendo el asunto de la identidad y el origen los piedras angulares de cualquier ficción?
- En el relato al que haces referencia me planteo esa disyuntiva para la que personalmente aún no tengo respuesta: si es mejor saber o no ciertas cosas para las que quizás aún no estemos preparados. La información es poder, dicen, pero me pregunto si a veces no nos llega en un momento en que nos resulta contraproducente. Pero el tema de la identidad y los orígenes son para mí las piedras angulares de la existencia. Saber de dónde vienes explica muchas veces dónde estás yendo y por qué. Nos determinan tantas cosas en las que desgraciadamente no jugamos ningún papel…la infancia, por ejemplo.

- Me interesa mucho saber cómo se va componiendo un libro de relatos: cómo eliges el orden en el que aparecen y si en ese orden hay también una voluntad narrativa.
- Los relatos se escriben sin saber que se tiene la vocación de hacer un libro de relatos. Al menos así me ocurre a mí. Hasta que llega un punto en que escribes un relato (en este caso fue el que lleva por título ‘La gente no existe’) que apunta a una dirección, que sintetiza muchos de los temas que has ido abordando en los demás. Creo que, partir de entonces, surge la idea de libro. Cuando escribí el relato de ‘La gente no existe’ me di cuenta de que esa era la pregunta que me estaba haciendo de distintas maneras: cuándo y cuánto, del tiempo que estamos aquí, estamos vivos. Y qué nos hace estarlo y no estarlo.

- ¿Cómo capturas las historias para tus relatos y cómo trabajas los finales?
- Las historias surgen, eso es todo. A veces no tengo control sobre ellas y me embarga la sensación de que uno escribe algo para contar otra cosa distinta a la que alude el propio texto. Me inspira la cotidianidad: los gestos, una escena en un bar, el verso de un poema, algo que me resulta opaco. Lo que me pone en marcha es siempre la duda, esas grietas de la realidad, de alguna forma siento que escribir es acercarme a todo aquello que se me escapa. En este sentido, mis finales suelen ser abiertos porque me gusta que sean, más que algo cerrado, el inicio de otra historia que el lector tiene que continuar. La idea de final no existe en la vida, es una simple ilusión. Y así me gusta que sea también en estos relatos.

- El libro aborda en sus diferentes relatos la idea de los pequeños fracasos cotidianos e íntimos. Sin embargo, ahora vivimos un gran fracaso colectivo y global, una pandemia. Pero esos pequeños Apocalipsis cotidianos no han cesado. ¿Cómo se combinan ambos modos de vivir?
- La pandemia nos ha obligado a todos a hacernos esa gran pregunta: cómo continuar a partir de aquí, ha sido un antes y un después en cuanto a modos de vivir. Hemos aparcado la vida de antes y la hemos puesto en paréntesis, pero si hay algo que nos ha aportado es el poder valorar aún más esas pequeñas cosas que dábamos por sentado. Pero esta incertidumbre a nivel general, global, sumada a esos pequeños sinsabores, crea una mezcla difícil de digerir… vivimos envueltos en una especie de bruma que nos hace difícil ver.

- No sé si percibes que este es, probablemente, tu libro más amargo, más áspero y, al mismo tiempo, el que parece gozar de una mayor madurez y reposo.
- Con este libro me he enfrentado a temas bastante complejos, amargos, a preguntas que me hacía. Si hay algo que sí siento al respecto de estas historias es que he sido muy libre al escribirlas, que he tenido la sensación de estar hablando sin tapujos de las cosas que me interesan y me conmueven.

- ¿Escribiste algo del libro en el confinamiento?
- No, durante el confinamiento me vi incapaz de escribir nada, de leer tampoco. Me costaba mucho concentrarme, supongo que era ese peso de la incertidumbre. La primera semana del confinamiento se murió mi abuela por Covid y ‘Una trenza’, el relato incluido también en este libro, fue lo único que pude escribir a lo largo de esos meses. Es un no-obituario, esa carta que escribes a alguien que ya no puede contestarte, la ilusión de que las palabras te acerquen a una persona que se ha ido para poder, al menos, despedirte.

- ¿Crees, como apuntan algunas cifras, que el sector literario ha salido fortalecido en este año de crisis? ¿Crees que hemos vuelto a los libros como refugio?
- No sé si ha salido fortalecido, pero que haya sobrevivido ya me parece un milagro. Se habla mucho de eso, de que la literatura es viaje, refugio (y ciertamente lo es), pero nunca se menciona que para leer hay que disponer también un determinado ánimo que, por ejemplo, a mí, que habitualmente leo muchísimo, me ha faltado durante estos meses.

- Casi todos tus relatos -también tus otros libros- tienen una estructura y unas hechuras muy cinematográficas. ¿Hasta qué punto tu oficio de guionista impregna su obra literaria?
- El cine siempre ha sido una influencia importante para mí, y me ha ayudado a pensar la realidad. Mi acercamiento al mundo del guion es reciente, he empezado a trabajar como guionista hace poco más de un año, y me ha resultado muy estimulante enfrentarme a ese reto de contar historias de un modo tan distinto, recalando en tantos detalles que antes me pasaban desapercibidos.

- Por último, hay algo que decía Ricardo Piglia en torno a la pérdida en sus diarios: “Lo difícil no es perder algo, sino elegir el momento de la pérdida”. Y muchos de sus relatos y de sus libros abordar ese hecho: cómo perder algo. ¿Ha aprendido ya a cómo debemos hacerlo, a cómo perder algo del mejor modo posible?
- Ojalá pudiera decirte que sí, pero aquí sigo en busca de respuestas. Me gusta mucho esa frase de Piglia, también ese poema precioso de Elizabeth Bishop que nos insta a perder algo cada día para dominar el arte de perder. Pero nunca estamos preparados para la pérdida. Quizás lo único que podemos entender es que la pérdida siempre está ahí, bordeándonos, y que eso tiene que servirnos para valorar más lo que tenemos pero sin agarrarnos a lo que ya no nos sirve. Porque saber perder es importante, de la acumulación de cosas que no nos sirven solo surgen atascos innecesarios.