VALÈNCIA. Volvió Twin Peaks 27 años después y nos dejó boquiabiertos. Esto no es necesariamente un elogio, es un hecho: el desconcierto ha primado sobre cualquier otra reacción y, en general, no supimos muy bien qué hacer con ese relato inconexo, en el que David Lynch hizo lo que le dio la gana, sin atenerse a regla alguna, y nos llevó al límite de la paciencia (¡esa versión desesperantemente lela del agente Cooper!) mientras sospechábamos que a lo mejor no íbamos a ningún sitio. En cualquier caso, sea cual sea nuestra opinión sobre la serie, la sola existencia de esa tercera temporada es un triunfo de la libertad creativa y un hito, aunque solo sea por el inclasificable capítulo 8, que todos debemos aplaudir.
Siguió la inflación de superhéroes, a la que se han añadido este año, con mayor o menor fortuna, The punisher, The gifted, Powerless, Legion, Iron Fist, The defenders, Marvel’s Inhumans y The tick. Puede que hayan sido más, pero tampoco importa mucho. La propuesta que destaca entre todas, la más original y con más personalidad es, de lejos, Legion, con una apuesta visual y narrativa bastante arriesgada que es muy de agradecer. Y aunque no son superhéroes, tienen poderes, y a la espera de un capítulo especial de cierre que Netflix ha tenido a bien conceder tras las protestas de los fans, acabó Sense8, la personalísima y extravagante serie de las hermanas Wachowski que, sin duda, tiene algo especial y muy atractivo que supera con creces la ñoñería que a veces la atraviesa.
También finalizó en 2017 otra de las grandes series de los últimos años, Halt and catch fire, y lo hizo sin perder interés ni profundidad. Tampoco los perdieron The Americans, una de las mejores producciones actuales. La quinta temporada de esta familia de espías soviéticos durmientes en la América de Reagan no defraudó y siguió ofreciendo grandes momentos y enormes interpretaciones por parte de sus protagonistas, Keri Russell y Matthew Rhys.
Entre lo mejor del año, de los últimos años en realidad, está The Leftovers, arriesgada y controvertida serie que ha finalizado en su tercera temporada. Los Emmy y los Globos de Oro no le han hecho ni caso, ellos se lo pierden, a pesar de que contiene momentos de una intensidad emocional no conseguida en el resto de series, y algunas de las mejores interpretaciones que se han visto en el año, especialmente la de Carrie Coon, inolvidable y extraordinaria se mire por donde se mire.
En el terreno de la comedia hemos disfrutado de grandes series, como la última temporada de la muy aguda y desmitificadora Catastrophe y sus cuarentones protagonistas enfrentados a las servidumbres que imponen el matrimonio y la familia. Master of none, además de conseguir el primer Emmy de la historia para una mujer negra y lesbiana, demostró una enorme sutileza y una gran capacidad para plantear temas polémicos y necesarios con una aparente ligereza, mientras Love, la serie producida por Judd Apatow, continuó con su vuelta de tuerca a los clichés de la comedia romántica. Mom y Speechless, por su parte, desplegaron ironía y humor negro para tratar temas tan peliagudos como la discapacidad y el alcoholismo. Y en nuestro país, la webserie Paquita Salas demostró que construir una ficción es cuestión de talento y de tener algo que contar.
Juego de tronos reinó, como no podía ser de otra manera, ofreciendo un estándar de producción inimaginable hace unos años para una serie de televisión. Y así, a pesar de cierta decadencia en la narración, la acción, las batallas, la dirección artística, los efectos especiales y el diseño de producción nos dejaron estupefactas, convirtiendo a la serie en uno de los mayores espectáculos audiovisuales del momento. En nuestra casa, El ministerio del tiempo siguió siendo, con toda justicia, un fenómeno en las redes y una ficción inteligente y bella, que disfrutamos esperando que tenga la continuidad que se merece. Y hace poco llegó La zona, con una distopía catastrofista que amplía el territorio de la ficción nacional.
El cuerpo femenino fue el eje en torno al cual giraron los argumentos de tres de las mejores ficciones que hemos visto, El cuento de la criada, Mindhunter y The Deuce, evidenciando hasta qué punto es un campo de batalla cultural, social y político. El cuento de la criada, la cruel distopía basada en la novela de Margaret Atwood, para muchos la mejor serie del año, ofrece un relato terrorífico en el que las mujeres son esclavas de una dictadura heteropatriarcal, en un futuro nada lejano ni inverosímil. The Deuce, que nos devolvió a David Simon en plena forma, se centra en la prostitución y la industria del porno en los años setenta del siglo pasado, con una puesta en escena marca de la casa (ese tono documental y áspero), donde la exhibición de los cuerpos femeninos alcanza una condición indudablemente política y de denuncia. Por su parte, la producción de David Fincher Mindhunter, vuelve sobre una de las figuras recurrentes de nuestra cultura, el psicópata, y su perenne afición a violar, mutilar y matar mujeres. Lo hace sin necesidad de mostrar los cuerpos femeninos mutilados y violentados, salvo de forma casi subliminal en su magnífica cabecera. Ambientada en los años setenta, como la serie de David Simon, conforma con ella un buen díptico.
Basada también en una novela de Margaret Atwood a su vez inspirada en un caso real, la estupenda miniserie Alias Grace vuelve a incidir en algunos de los temas comentados, en una ficción centrada, como en Mindhunter, en la palabra y el diálogo. Por su parte, sin la calidad de las mencionadas, también Por 13 razones podría ser incluida en este grupo. La historia de la adolescente que se suicida tras sufrir acoso escolar, el reparto de responsabilidades en su entorno ante este hecho y el papel de las nuevas tecnologías y las redes sociales, pusieron sobre el tablero que la sociedad no percibe del mismo modo la vivencia de la sexualidad femenina y masculina. La serie levantó una enorme y absurda polémica, llegando a ser prohibida asombrosamente en algunos lugares al considerarse que alienta el suicidio adolescente, en una lectura ciertamente equivocada.
De formas bien diferentes, también Feud y Glow colocan el cuerpo femenino en el centro de la atención. La primera mostrando, a través de la historia real de la relación entre Bette Davis y Joan Crawford, maravillosamente interpretadas por Jessica Lange y Susan Sarandon, la crueldad de los modelos de belleza que la sociedad impone y lo que supone para una mujer en ese contexto envejecer. La segunda, también basada en hechos reales y una de las sorpresas más agradables de la temporada, cuenta la historia de un grupo de mujeres diversas que, por distintos motivos, se convierten en luchadoras profesionales en Los Ángeles en los años 80, aunque su lucha real es la de conseguir el respeto del público y de los hombres.
Y es que este ha sido un año en el que han triunfado claramente las ficciones protagonizadas por mujeres. Ahí tenemos Big little lies, serie producida e interpretada de forma brillante por Nicole Kidman y Reese Whiterspoon, que, junto con El cuento de la criada, está acaparando todos los premios y beneplácitos de público y crítica. El maltrato, la estrechez de los roles femeninos que la sociedad asigna, la maternidad o el peso de los estándares de belleza son algunas de las cuestiones que se plantean, mediante la descripción afilada de una pequeña comunidad de familias de clase media alta, emblemas del triunfo capitalista del sueño americano.
Y a principios de año tuvimos ración de Sherlock, tan entretenida y vibrante como siempre; disfrutamos, aunque menos que las otras, la tercera temporada de Fargo; descubrimos Buena conducta y su mundo descarado y ambiguo con Michelle Dockery y Juan Diego Botto; de Alemania llegó hace bien poco Babylon Berlin; la tercera y última temporada de la demoledora American Crime nos volvió a dejar sin aliento; Stranger Things repitió su fórmula, aunque no se puede decir que no nos entretuvo; The good fight (más mujeres al frente) cumplió sobradamente con las altas expectativas… Y gracias a todas estas series hemos sido felices en 2017.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos