VALÈNCIA. Imposible no tropezarse con alguna escena de cualquiera de sus series, porque se pasean por un montón de cadenas. Un rudo policía, un bombero o una paramédica de Chicago; un eficiente agente del FBI, una doctora del Gaffney Chicago Medical Center; o la sargento, ahora capitana, Olivia Benson. Es el mundo de Dick Wolf, el creador responsable de algunas de las series procedimentales (las conformadas por capítulos autoconclusivos, en las que se sigue un caso y se resuelve) más longevas y exitosas, y el rey de las franquicias, gracias a los spin-off (series derivadas de otras series). En estos momentos tiene tres franquicias de éxito en marcha: Ley y orden, las tres series sobre Chicago (Fire, P.D. y Med) y FBI.
En 1990 apareció la mítica Ley y orden, una serie de policías y tribunales algo diferente de lo habitual porque unía la acción policial con la judicial, siguiendo todos los pasos desde la comisión de un crimen hasta el juicio; el concepto procedimental nunca se ha visto representado de forma más exacta: sigamos el procedimiento de principio a fin. El tono austero y gris, un ir al grano sin perder tiempo en cada secuencia, un montaje seco y sin florituras, y cierto realismo, a veces con un tono documental, a la hora de mostrar las investigaciones, los ambientes y la aspereza del trabajo caracterizaban a la serie, que duró nada menos que 20 temporadas, hasta 2010. Esa sobriedad perdura en las series derivadas y hace que sea difícil encontrar en ellas grandes secuencias de acción, persecuciones espectaculares o explosiones de violencia, aunque algunos de los casos sean verdaderamente escabrosos y llamativos.
De Ley y orden han surgido siete spin-offs, no hay serie más fructífera, que han mantenido las características comentadas, pero también han desarrollado su propia personalidad. Destaca sobre todas Ley y orden: unidad de víctimas especiales, que va por su temporada 22 y tiene otras dos ya garantizadas. La serie se centra en crímenes de índole sexual y ha dado cabida a todo tipo de situaciones y denuncias, incluida la de un sistema que no garantiza protección a las víctimas. Y resulta muy interesante su evolución a la luz de las conquistas feministas y el surgimiento del #MeToo. Ahora la líder de la serie es la capitana Olivia Benson, personaje interpretado por Mariska Hargitay, que ha ganado un Globo de Oro y un Emmy por este papel, además de numerosas nominaciones.
Las diez temporadas de Ley y orden: acción criminal (2001-2011) todavía son recordadas, sobre todo, por el personaje y la interpretación de Vincent D’Onofrio. Aquí la variante venía dada por la personalidad del protagonista, un ejemplo de detective excéntrico, cuando este tipo de investigadores no eran legión, como ahora, que no hay serie que no tenga a su prota rarito de turno. Era un estilo Colombo (aunque mejor vestido) y sus preguntas extravagantes, capaz de pillar al culpable con el método deductivo y su gran inteligencia. Lo cierto es que la serie es una mezcla curiosa entre un tipo de personaje más bien novelesco y poco real que se mueve en ese ambiente realista y sobrio que comentábamos.
La franquicia se trasladó a Londres, siendo la primera serie dramática USA adaptada en Gran Bretaña, porque siempre es al revés, con el título Law & Order: UK (2009-2014), que aquí se tradujo por Londres: distrito criminal, quitándole la marca ‘Ley y orden’. Tuvo un total de 8 temporadas de 6, 7 u 8 capítulos como máximo, en vez de los veintitantos habituales, adaptándose así a los esquemas de la producción inglesa. Aunque no solo era una cuestión de producción: la imagen de la serie, el ritmo, el grano, la puesta en escena resultan inequívocamente británicos.
Del resto de spin-offs, solo dos no cuajaron y tuvieron una única temporada: Law & Order: Trial by Jury (2005-2006) y Law & Order: Los Angeles (2010-2011). Otra está concebida como temporada única y no procedimental: Ley y orden True Crime: El caso Menéndez (2017), con la gran Eddie Falco. Y la última se está rodando, Law & Order: Organized Crime, y supone la vuelta de uno de los protagonistas de Ley y orden: Unidad de Víctimas Especiales, el agente Elliot Stabler, interpretado por Christopher Meloni, al frente de otro grupo de investigadores. Esto es, un spin-off de otro spin-off. La franquicia parece no tener fin.
La otra gran franquicia de Wolf se centra en una ciudad, Chicago y amplia el grupo profesional de servidores de la ley, introduciendo bomberos y personal sanitario. Comenzó con Chicago Fire (2012), que ya va por nueve temporadas; siguió con Chicago P. D. (2014), con ocho temporadas más otras dos ya garantizadas; luego se unió Chicago Med (2015), que está ya en cinco temporadas y otras dos aseguradas; y, por último, apareció Chicago Justice (2017), la única que no prosperó quedándose en una temporada. Aunque cada una tiene su elenco propio, los personajes van y vienen de unas a otras de forma bastante orgánica.
Dadas las características de los grupos profesionales protagonistas y el ritmo, hay mucha más acción que en la franquicia Ley y orden, incluido el spin-off dedicado a los policías, Chicago P. D., cuyo grado de violencia es bastante grande. De hecho, el grupo de policías protagonista exhibe una brutalidad en el ejercicio de sus funciones muy llamativa y alejada del tono de Ley y orden, especialmente su rocoso protagonista, el jefe de la unidad Hank Voight, quien es capaz de torturar a los sospechosos o de matar a alguien a sangre fría.
Las tres series sobre Chicago resultan mucho menos interesantes que Ley y orden. Son convencionales y manidas, con mucha menos personalidad. También le sucede esto a FBI, la última franquicia de Wolf en llegar, con dos series de tres y dos temporadas respectivamente: FBI (2018) y FBI: Most wanted (2020). Son de esas que si has visto un capítulo los has visto todos. Pero…
Con la brutal oferta de series de las plataformas, parece que los procedimentales no tienen nada que decir, pero se siguen viendo muchísimo y en Estados Unidos copan las audiencias. Los tres Chicagos y los dos FBIs están entre los 20 programas más vistos de las cadenas generalistas en USA, y cada capítulo de estas series convoca entre 10 y 13 millones de espectadores frente a la pantalla. Conclusión rápida y sin matices: la audiencia necesita héroes, aunque sean tan rudos y violentos como Hank Voight.
Ley y orden y sus derivadas, y también en parte los Chicagos, no han escatimado en situaciones o puntos de vista incómodos o amargos. Es lógico, siendo como son series tan conscientes de la gravedad de lo que cuentan y tan severas en su planteamiento en el caso de las primeras. Es esa capacidad de las producciones de Hollywood para poner en cuestión instituciones, cargos públicos o leyes que no funcionan y denunciar la corrupción o la injusticia del sistema y que aquí tanto echamos en falta. Sin embargo, a pesar de la amargura o del desasosiego que a veces nos deja el visionado de algunos capítulos, lo cierto es que sigue prevaleciendo en ellos la fe en la ley y el orden.
Son series que nos cuentan el heroísmo de los defensores de la ley, sean policías o abogados. Eso nunca se pone en duda. Son abnegados defensores de la ley, íntegros, leales y nobles y, cuando se ven en la obligación de actuar de forma heterodoxa o se enfrentan a dilemas éticos (que son muchos en todas las series de la franquicia), se angustian, mortifican y buscan la redención; porque la redención es uno de los temas principales de los relatos procedentes de la industria de Hollywood.
Ese es el modo en el que Hollywood puede contar que el sistema funciona mal, pero que siempre va a haber héroes, más o menos cotidianos y a veces grises, como los personajes de las series de Dick Wolf. Profesionales cargados de integridad que, aún rodeados de corrupción o incompetencia y presionados por todas partes, serán capaces de arreglar la injusticia o perder el alma en el intento, aunque eso suponga enfrentarse al poder. Así que, aunque haya capítulos demoledores que nos dejan con un gran malestar, aumentado por esa forma abrupta de cerrarlos con la marca de la casa: dos acordes, chan chan y fundido a negro; el relato final y global acaba siendo consolador. Para entendernos, es todo lo que no sucede cuando acabamos de ver cualquier temporada de The Wire.