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CRÍTICA DE CINE 

'Las niñas': Entre cruces y bakalao

4/09/2020 - 

VALÈNCIA. 1992 se convirtió en un año crucial para la historia de nuestro país. Un año repleto de acontecimientos y de cambios. Los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla o la inauguración del AVE fueron algunos de los hitos que contribuyeron a ofrecer una visión moderna de España en un momento en el que parecían haber quedado atrás los fantasmas de la dictadura. O solo en apariencia.

Sin embargo, muchos de los valores que seguían dominando la sociedad española pertenecían a las antiguas estructuras de pensamiento retrógrado, de manera que, mientras de cara a la galería se daba una imagen de progreso, todavía se perpetuaba una educación intolerante, discriminatoria y racista.

Esta España repleta de contradicciones que parece moverse a dos velocidades distintas, es la que retrata Pilar Palomero en su ópera prima Las niñas, que acaba de alzarse con la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga.

Su protagonista, Celia (la debutante Andrea Fanzos), de doce años, es hija de una madre soltera (Natalia de Molina) que trabaja a todas horas para poder mantenerla. Estudia en un colegio de monjas y poco a poco se irá evidenciando el estigma que le acarrea no tener padre conocido y no formar parte de una familia ‘tradicional’.

Por una parte, Pilar Palomero nos introduce dentro del universo preadolescente de Celia a través de su grupo de amigas y todos los ritos iniciáticos que caracterizan esa edad: pintarse los labios por primera vez, dar una calada a un cigarrillo, ir a la discoteca light o jugar a ‘verdad / mentira’ con alcohol. Algunos de estos rituales tienen que ver con la mirada nostálgica hacia una época en la que se leía la Superpop, se contaban leyendas urbanas sobre el SIDA en plena campaña ‘Póntelo, pónselo’ y se veía en la tele a las Mamachicho o a Raffaella Carrà junto a Francisco Umbral mientras había que aprender a coser en la clase de Pretecnología y se hacían redacciones sobre Dios. No había Internet, la música se escuchaba en Walkman y se grababan casetes con las canciones favoritas. En la lista de reproducción de ‘Las niñas’ se escucha Héroes del Silencio, Niños del Brasil y, por supuesto, Chimo Bayo.

Al mismo tiempo que las niñas empiezan a abrirse al mundo que las rodea, recibirán toda clase de mensajes contradictorios que chocan con su espíritu de rebeldía natural y su confusión hormonal y que inevitablemente condicionarán su aprendizaje y su entrada a la madurez. Y es que, a pesar de la sensación de cambio, la educación y los valores continuaban siendo moralistas y puritanos y los discursos que se inculcaban, sexistas y excluyentes.

Las nociones de pecado y de culpa se encuentran presentes a lo largo de toda la película, así como la sensación paulatina de rechazo hacia Celia, que poco a poco se irá aislando del resto del grupo y solo sentirá el apoyo de otra niña huérfana, Brisa (Zoe Arnao), procedente de Barcelona y que tiene una mentalidad menos lastrada por el conservadurismo. La directora quería reflexionar en torno a la educación que ha recibido toda una generación y que ha condicionado su visión del mundo por culpa de los tabúes morales, llenándola de inseguridades y prejuicios. 

Palomero utiliza un formato cuatro tercios, de forma que la pantalla se reduce a un cuadrado donde se encuentran encerrados los personajes. Quería estar muy cerca de ellos, de sus rostros, en especial de los ojos de Celia para ir captando su sentimiento de extrañeza, de incomprensión, de rabia y de pena ante el mundo que la rodea, el de sus compañeras y el que tiene que ver con su ámbito doméstico, con una madre que no es capaz de sincerarse y contarle la verdad porque sigue sintiendo vergüenza tras haber sido repudiada por su familia.

‘Las niñas’ supone un viaje a un pasado demasiado cercano a través del que resulta inevitable reflexionar de qué manera ha evolucionado la sociedad española en los últimos veinte años. Es delicada a la hora de acercarse a sus personajes y sabe cómo retratar esos silencios que tanto significado tienen dentro de una narración compuesta de pequeños detalles en la que el miedo y la incomunicación irán dando paso a la necesidad de alzar la voz para reivindicar la propia identidad frente a la castración y la intolerancia, frente a la misoginia y el pensamiento reaccionario y abrir un espacio hacia la comprensión.

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