VALÈNCIA. No es habitual que la segunda temporada de una serie sea mejor que la primera, sobre todo cuando la primera ya era excelente. Sin embargo, este es el caso de Hierro, la serie de Pepe Coira (creador y guionista) y Jorge Coira (director) para Movistar+. Logra mantener todas las virtudes de la primera entrega, que eran muchas, y añadir algunas más, además del inmenso placer de reencontrarse con la jueza Montes y el escurridizo Díaz, interpretados por, aplausos en pie y larga ovación para ambos, Candela Peña y Darío Grandinetti.
Sin grandes aspavientos y sin perseguir la sorpresa, ni el giro enrevesado de guion, ni recurrir al morbo; sin plantear temas y argumentos en defensa de determinados valores ni pretender ilustrar tesis alguna; sin buscar la espectacularidad, Hierro se limita a ser una gran serie. Bueno, no se limita, más bien todo lo contrario, se crece. Una barbaridad. Es como una de esas sólidas y excelentes series de la BBC que te llenan por completo por el simple procedimiento de contar una buena historia y de hacerlo del mejor modo posible. Que tampoco es simple, leñe, me estoy haciendo un lío con algunas trampas del lenguaje, que conseguir la simplicidad es, paradójicamente, complejo. En fin, que Hierro ni se limita, ni es simple, ustedes ya me entienden.
La segunda temporada añade un nuevo caso, porque Hierro es un thriller, no lo olvidemos. En esta ocasión, la jueza ha de dirimir la custodia de unas niñas entre unos padres enfrentados a cara de perro, al tiempo que en la isla pasan algunas cosas bastante feas relacionadas con el deseo, por parte del padre de las niñas, de quedarse con la plantación de Díaz para construir un centro turístico. Es así como el oscuro empresario que tanto amamos en la primera temporada es incluido con toda fluidez y coherencia en la trama: no es cuestión de renunciar, ni los creadores ni los espectadores, a un personaje magnífico como el de Grandinetti, ni a sus escenas con la jueza, que son oro.
Pero las nuevas incorporaciones también nos han proporcionado grandes alegrías, por lo acertadamente construidos que están los personajes y por lo bien ajustados de sus intérpretes. Mención especial al padre de la familia en litigio y empresario sin escrúpulos, al que el actor hispanosueco Matías Varela, a quien hemos visto en Narcos, Raised by wolves o Los Borgia, clava en su rudeza, su violencia esforzadamente contenida y su rabia. También a la madre desesperada y blanco fácil de todos los prejuicios que interpreta Aroha Hafez, y las niñas confusas y más bien desamparadas con los rostros de Naira Lleó y Helena Sempere. Enrique Alcides resulta un villano verdaderamente convincente y reptiliano, así como Iris Díaz, como la nueva y eficiente inspectora de la policía.
Como en la primera temporada, la producción ha contado con intérpretes canarios. Es el caso de Hafez, Alcides, Díaz y casi todos los secundarios y episódicos, cuyo acento contribuye mucho al realismo que la serie desprende. Este es un camino emprendido por varias producciones españolas que no hace más que aumentar su calidad. Algunas de las mejores series actuales se alejan, por fin, de Madrid y del supuesto castellano neutro que solo dejaba el acento andaluz para los personajes graciosos y entrañables, y aprovechan lo local, tanto en lo que se refiere a los paisajes, como a los temas y la atmósfera, para crear historias de interés global. Ahí están Fariña, El día de mañana, La peste o Malaka, cuya veracidad no podamos más que aplaudir y disfrutar.
En el caso de Hierro, la veracidad es uno de sus grandes valores y afecta a todos los aspectos de la ficción. Por ejemplo, al modo en que se reflejan los procedimientos policiales y judiciales, que están bastante lejos del concepto de espectáculo y de los tópicos que hemos visto mil veces en series y películas, casi todas estadounidenses. Esto se parece más a los thrillers nórdicos o a los británicos tipo Line of Duty o Happy Valley. Ese tono, esa carga de realidad, es la que permite que se puedan tomar decisiones narrativas arriesgadas, como el hecho de cargarse a uno de los personajes más potentes justo en la mitad de la temporada, sin que eso implique la menor pérdida de interés o haga que decaiga el ritmo o la intensidad.
Uno de los aspectos que más contribuyen a esa verdad que Hierro desprende es, como ya comenté al analizar la primera temporada, la rima perfecta que se da entre el paisaje y la atmósfera de la isla con el tono de la serie: ese escenario natural agreste, difícil y bello solo a ratos es como los protagonistas y sus relaciones. Es imposible no creerse a esa jueza huraña y humanísima, dura y compasiva a la vez y capaz de exclamar con la naturalidad que Candela Peña imprime a todo lo que hace un "Cómo voy a estar segura si es la primera vez en mi vida que me intentan matar", tras sufrir un intento de asesinato, que te dan ganas de aplaudir por un lado y de abrazarla por otro. O el afilado instinto de supervivencia de ese lobo solitario que es Díaz y su capacidad para salir airoso de los muchos líos en los que se mete o le meten.
Esta segunda temporada solo tiene un problema: es la última. Y bien que lo sentimos, desearíamos tanto seguir un rato más con la jueza Montes y con Díaz. Incluso aunque no hubiera caso que resolver, solo por saber de ellos y de sus vidas, a ver qué tal les va y si han encontrado la calma que ansían. Sería precioso reencontrarles alguna vez.