Para este primer artículo de 2017 voy a salirme de mi patrón habitual. Quien sea frecuente lector de esta tribuna, sabrá que normalmente acostumbro a elegir alguna noticia destacada de la semana y comento mi opinión al respecto. Pero hoy no.
Esta vez quiero escribir sobre un tema algo aparcado, del que apenas se suele hablar ya. Es más, precisamente lo hago con la intención de que en este naciente año vuelva a los debates. Me refiero a la sanidad universal.
No mucha gente sabe que en 1996 Hillary Clinton (entonces primera dama) realizó un viaje oficial a Estonia con el objetivo de conocer y estudiar su sistema sanitario. Resulta que el pequeño país báltico ostentaba (y todavía mantiene a día de hoy) la menor tasa mundial de mortalidad en partos, algo que intrigó a la mujer del presidente americano.
A su vuelta, Hillary trató de impulsar una nueva sanidad para Estados Unidos que por primera vez diera cobertura a todos los ciudadanos, inspirada en el modelo estonio. No obstante, su propuesta se topó con el rechazo absoluto de un Congreso entonces dominado por los republicanos, y cayó para siempre en el olvido.
Finalmente su marido logró introducir en su segundo mandato presidencial algunas reformas bastante menos ambiciosas pero que dieron un cierto aumento a la cobertura sanitaria pública. Todavía se profundizó más con el actual Obama Car” (una ley que, por cierto, Donald Trump ya ha prometido que piensa liquidar en su primer día de presidente).
Pero aún con todos los avances acometidos por las últimas administraciones demócratas, todavía mueren al año 50.000 personas actualmente en EEUU por no tener un seguro médico o por falta de acceso a la sanidad, según datos de la OMS. Haciendo matemáticas, si Hillary hubiera conseguido hace 20 años lo que pretendió, ahora vivirían más de un millón de americanos más. Quien sabe, quizás le habrían venido bien esos votantes para las pasadas elecciones de noviembre.
En España afortunadamente no tenemos el deshumanizado y despiadado sistema sanitario americano. De hecho, durante algunos años tuvimos el orgullo de ser uno de los contadísimos países en el mundo en tener una sanidad completamente universal. Todos entrábamos en el sistema. Garantizábamos a ricos, pobres, españoles o extranjeros uno de los más capitales Derechos Humanos reconocidos por la Declaración de la ONU.
Pero luego llegó la crisis, y muchos comenzaron tristemente a culpar al gasto sanitario de la recesión, en vez de a los especuladores, corruptos o despilfarradores. Rajoy ganó las siguientes elecciones y vino con los primeros recortes en sanidad. Por si fuera poco, la ministra Ana Mato decidió dejar a los inmigrantes indocumentados sin tarjeta sanitaria.
Pero como España es definitivamente diferente, se da el caso de que aquí la sanidad es una competencia compartida que recae sobre todo enlas comunidades autónomas. Así pues, habemus el caos.
Andalucía se opuso desde el principio a quitar este derecho a los sin papeles. Algunas otras autonomías que cambiaron de gobierno en 2015,también se rebelaron. Entre ellas la Comunidad Valenciana. Incluso en alguna delas gobernadas por el PP, como en Madrid, han buscado una solución intermedia.
Como resultado de todo aquello, tenemos ahora un mapa peninsular en el que depende del lugar cumplimos en mayor o menor medida con este derecho humano.
Una situación bastante surrealista que casi solo concebimos en España. En la gran mayoría de países serios, la sanidad es una competencia nacional y, por tanto, todos los ciudadanos la disfrutan igual. No obstante, visto lo visto, los inmigrantes de la Comunidad Valenciana o Andalucía ya pueden hasta agradecer que en España esto no sea así.
Pero que duda cabe que la solución más lógica pasaría por quela sanidad española se convierta en competencia del gobierno central, y que éste garantice de nuevo su universalidad.
Así, de paso se acabarían también las absurdas situaciones que algunos hemos vivido, teniendo que afrontar auténticas odiseas burocráticas para que nos atienda un médico de la seguridad social, solo porque se nos ha ocurrido ponernos enfermos en una comunidad diferente a la que residimos.
Quiero terminar deseándoos a todos un feliz y sano 2017. Un año en el que espero que la sanidad universal ocupe un destacado lugar en nuestras reivindicaciones. En el que no les echemos la culpa de las colas y de las listas de espera a los inmigrantes, sino a los políticos. Y en el que tengamos un sistema sanitario que funcione mejor y pueda incorporar a todo el mundo.
Quien sabe. Quizás dentro de unos años necesitemos a toda esa gente viva, con buena salud y empadronada para que eviten que una especie de Donald Trump español se convierta en presidente.