VALÈNCIA. A los 24 años le pedí a mis padres 500 euros. “¿Para qué?”, me preguntaron. “Los necesito para avanzar a la SGAE el dinero de un concierto que voy a organizar”. Por supuesto (y no ha sido la última vez que un familiar me presta dinero por motivos romántico/musicales) me los dieron. Error de novato por mi parte. Pagué, ¡por adelantado!, el supuesto de vender todas las entradas que iba a sacar a la venta. Tiempo más tarde aprendí que a la Sociedad General de Autores y Editores se le puede abonar la pasta a posteriori y según la venta que hayas obtenido.
Recuerdo también aquella vez en que uno de los grupos que contacté me giró un contrato leonino y bastante abusivo. Bueno, a decir verdad, fue su agencia de management quien lo hizo. Firmé casi sin pensar, llevado a ciegas por la ilusión. Después, un abogado amigo (que los hay) me señaló que poco más que había firmado mi “sentencia de muerte”. Ya ven, sigo vivo. Por no decir que cuando empecé en todo esto desconocía el término “agencia de management” y, por supuesto, las atribuciones que tenía un manager o cualquiera de los agentes que intervienen en el proceso de contratación de una banda.
Son únicamente dos de las mil cagadas que he ido cometiendo de un tiempo a esta parte a la hora de ir avanzando en este apasionante y proceloso mundo de la música. A partir de ahí, y a base de meteduras de pata, fui forjando, bregando en las salas y medios de València, mi trayectoria como promotor e informador musical.
Y fue en 2011 que vi la luz en aquel anuncio: Postgrado Empresarial de la Industria de la Música impartido en la Universitat de València. ¡No me lo podía creer! La MÚSICA, ese ecosistema al que yo quería pertenecer se iba a enseñar en la universidad, y en mi ciudad. En realidad, la decisión la tenía casi tomada, pero recuerdo que llamé al periodista Eduardo Guillot para informarle ya que aparecía como docente en el programa. Me alentó, le estoy agradecido, y, ahora sí, no necesité nada más. Bueno sí, pedirle parte del dinero a mi mujer.
Nunca olvidaré las palabras de Vicente Martínez, codirector del postgrado: “la música ha generado, genera y generará muchísimo dinero. Ahora se trata de ver cómo coges tu parte del pastel para poder vivir de esto”. Y así es. ¿Os dais cuenta? Hay música en todas partes. Y no me refiero a los discos, a los conciertos, a los festivales, a las plataformas digitales… que también. Hay música en los centros comerciales, en los transportes, en la tele, en las salas de espera… en la vida. Tras la llegada de la era digital y el derrumbe de la industria tal y como la conocíamos, está menos claro identificar quién se está forrando ahora mismo con ello. En realidad, no nos engañemos, son los mismos con otra piel. En todo caso, no es el debate de este artículo.
Aquí hemos venido a hablar de los muchos profesionales que conforman esta tela de araña económica que va de los grandes monstruos internacionales a las pequeñas moscas locales. Pero, en todo caso, muchas personas intervienen en los procesos de trabajo de esta industria que, por desgracia, a lo largo de su corta historia ha sido tildada de poco profesional. Y créanme, Valencia nos sirve como campo de pruebas, para observar la falta de profesionalidad que ha rodeado a este negocio del tráfico de sonidos y sentimientos, tan necesario, casi como el respirar, para cualquier humano.
Por fortuna, y merced a postgrados como el que imparten la UV y Songsforever, las cosas están cambiando. Se abre por estos días, por cierto, la octava edición de este diploma dirigido tanto a iniciados como a profesionales del sector.
“Desde que comenzamos en 2011 y hasta ahora hemos formado a más de 200 profesionales”, me cuenta Vicente Martínez. Y sí, yo he sido uno de ellos. Fue en una iniciática edición por la que pasaron sugestivos docentes entre los que había periodistas, directores de festivales, expertos juristas, capos de sellos discográficos, empresarios. Y también rutilantes músicos como Loquillo (mítica su sesión en la que se tomó un güisqui y se fumó un cigarro que hizo saltar las alarmas del centro), Pau Donés, Josh Rouse, Alaska o Vetusta Morla por citar algunos. Aunque lo más valioso, sin duda, compartir aula con compañeros maravillosos; algunos de ellos son hoy grandes profesionales del sector musical.
Vamos con unos ejemplos con los que he contactado a raíz de estas líneas. Leticia Pérez de Ziriza, aka Ley dj: “Mucha gente sabe que quiere trabajar en el negocio de la música, pero ni saben cómo ni encuentran las herramientas necesarias”. Palabra de una exitosa profesional que está sabiendo llevar a la perfección su carrera artística. Gemma Palací, responsable de producción y contratación de BeMusic, es una de las promotoras más influyentes de Castellón: “es evidente que estamos ante una industria que genera mucho dinero, pero en la que hay mucho intrusismo laboral y debería estar más profesionalizada”. Luis Martínez es productor musical y técnico de directos de grupos como La Habitación Roja: “Lo que está claro es que los modelos de negocio cambian porque el mundo cambia. Todos debemos adaptarnos y formarnos si queremos seguir siendo profesionales entorno a la música”. Lydia Borja, parte del equipo de Produceme, una de las promotoras más potentes del país dice que “clases como esta te da una visión global de la industria y es una base para introducirse en el negocio e ir progresando en conocimientos y experiencia”.
José M. Nácher, codirector junto a Martínez del postgrado y profesor titular de la UV en el departamento de Economía Aplicada, nos da una visión más analítica del tema: “La industria de la música es uno de los yacimientos más claros de empleo y autoempleo para la UE. En la vieja Europa somos cultos y hemos de especializarnos en actividades de alto valor añadido y la composición, producción e interpretación de música registrada y en vivo es una de esas actividades. Además, los territorios q hacen de la música un activo de vida social promueven creatividad y productividad en todos los sectores. El discurso de la complejidad, la calidad y el pragmatismo son el sello distintivo de la educación superior, las ciencias y las humanidades”.
Mis padres y mi mujer nunca me han reclamado la pasta que les debo (y no es poca). Quiero pensar que están contentos, que en el fondo he sido su mejor inversión. Hoy sí, puedo decir que mi trabajo es la música.