VALÈNCIA. “Cuenca tiene un paseo de invierno: la estación. Todas las tardes se ve concurridísimo. Las mesas de los cafés y de los casinos se despueblan; grupos de muchachas abandonan sus casas después de comer. Van de paseo; a tomar el sol. No van al Parque, siempre tan solitario; tampoco van a las hoces, que son el encanto y el legítimo orgullo de la ciudad… Van a la estación. La estación se llena en seguida. Y paseo arriba, paseo abajo, hasta las cuatro de la tarde, hora en que llega el tren de Madrid. Nadie espera a nadie. Sólo aguardan a la Prensa madrileña”.
La estampa es de hace casi cien años. Fue publicada en La Libertad y reproducida por El Día de Cuenca el 2 de diciembre de 1924. Su autor era Rodolfo Llopis (Callosa d'En Sarrià, 1895 -Albi, 1983), político y pedagogo alicantino que llegó a ser secretario general del PSOE y presidente de la UGT en el exilio. La cita la recuperó en 2002 José Luis Muñoz para su artículo ‘Rodolfo Llopis, Periodista y Escritor de Provincia’, incluido dentro del monográfico dedicado a Llopis de la revista interuniversitaria de formación del profesorado.
Esta revista es un verso suelto, otra llama solitaria encendida a la memoria del prohombre alicantino, un tributo necesario a alguien a quien la oficialidad parece empeñada en obviar. A día de hoy se puede decir que la huella de Llopis se ha difuminado. En ocasiones parece prácticamente inexistente. Ni siquiera tiene calle en algunas de las ciudades que marcaron su vida o por las que tanto se ocupó, como por ejemplo València o Madrid.
Muy pocos lo saben pero gracias a personas como él hoy estas dos capitales tienen conexión directa ferroviaria a través de Cuenca. El tren había llegado a esta ciudad hacía sólo tres décadas. Fue en torno a 1915 que se empezó a hablar de establecer la línea que uniría Cuenca con Utiel y con ello se conseguiría también enlazar la primera ciudad del país con la tercera. Llopis fue uno de los impulsores de este movimiento, encaminado a unir el mar con el centro de España siguiendo el camino natural, el que marca el padre Júcar.
La línea fue autorizada en 1921, tal y como recordaba hace ahora ocho años un reportaje de El Día de Cuenca. Pero la línea València-Cuenca, o lo que es lo mismo, Madrid-València a través de Cuenca, no se inauguraría hasta el 25 de noviembre de 1947, en plena dictadura franquista, durante los años de hierro. Llopis no estaba en España para verlo. Había tenido que exiliarse. Y allí, en el exilio, precisamente ese mismo 1947, fue nombrado presidente del Gobierno de la República española durante unos meses hasta que le sucedió Álvaro de Albornoz.
Rodolfo Llopis sigue hoy vivo en la memoria de unos pocos especialistas como el historiador francés Bruno Vargas, especialistas que intentan que la sociedad recuerde a este personaje excepcional. Como un Guadiana, su nombre reaparece cíclicamente gracias al empeño de estas contadas personalidades que hacen por poner en valor una figura que con ahínco el franquismo intentó laminar y el interés partidista ha obviado. Este 28 de febrero el Aula de Cultura de Alicante de la Fundación Caja Mediterráneo acogerá a las 19.00 horas otro intento por recuperarle: el estreno del documental Rodolfo Llopis. La conducta del mestre.
El trabajo, de 90 minutos de duración, es obra del productor valenciano Francesc Picó, director y coguionista del filme, y del guionista Ferran Pérez. Montado por Joaquín Ojeda, en él se hace un recorrido por la vida y obra de este hombre único, al que las guerras internas del PSOE (perdió frente al PSOE nuevo que representaban entre otros Nicolás Redondo y Felipe González) y la tendencia natural de los españoles a la desmemoria han hecho que sea un ilustre desconocido para la mayoría de la sociedad, ignorancia que se puede medir por el número de calles dedicadas a su figura. En València, ya se ha dicho, ninguna.
La película es una de las primeras coproducciones de À punt, la nueva televisión pública valenciana, y es en sí mucho más que un homenaje a Llopis: es también un recordatorio, a la manera de metáfora, de decenas, centenares de personalidades que intentaron a principios del siglo XX convertir a España en una democracia moderna y avanzada, en un país más justo. De Toulouse a Alicante, recorre los lugares esenciales de la vida de este hombre “austero, honrado y cabal”, partiendo desde el homenaje que se le dispensó en la ciudad francesa con la inauguración de una calle dedicada a él. No deja de ser significativo que tenga casi más calles en ciudades francesas que españolas.
Donde más importante fue su legado es en el mundo de la docencia. Como director general de Enseñanza Primaria, durante el bienio progresista de la República, su etapa “no tiene tacha”, en palabras del propio Alfonso Guerra, uno de sus rivales políticos dentro del PSOE y uno de los testimonios laudatorios que aglutina el documental. Luchador incansable, pionero del europeísmo, Llopis creía que no podría haber justicia ni libertad sin educación, que “un pueblo que está educado puede alcanzar más fácilmente la democracia”, recuerda la pedagoga Adelina Sirvent. Inspirado por el laicismo francés que conoció en Auch, próximo a la Institución de Libre Enseñanza de Giner de los Ríos, Llopis estaba convencido de que el verdadero mal del país era la ignorancia y que, por lo tanto, sólo se conseguiría modernizar España mediante la culturización de la sociedad. Es por eso que, dice su hijo en el documental durante su visita a Cuenca, sería en esta ciudad donde empezó todo: su carrera pedagógica, su carrera política, periodística…
Como bien explica la pedagoga Clotilde Navarro, lo que se encontró el alicantino fue “una ciudad pobre, deprimida”, poco habitada, donde no había una gran preocupación por lo que es la escuela, más allá de formar ciudadanos “obedientes, dóciles y aplicados”. Elegido concejal, buscó la complicidad de otros maestros para emprender su plan de cambiar el país desde las raíces, la nación desde el mundo rural. Una estrategia a la que añadió su faceta periodística, que él entendía como sobre todo divulgativa.
Masón desde junio de 1923, tras la proclamación en septiembre de ese mismo año de la dictadura de Primo de Rivera y la supresión de los ayuntamientos, encontró en la logia un espacio para desarrollar sus actividades políticas. Forzado a la clandestinidad, fue lo que hoy llamaríamos activista social y encabezó movimientos como el que salvó las casas colgadas de Cuenca. Su hijo Rodolfo explica en el documental como le emociona verlas hoy en pie, un siglo después, convertidas en atracción turística e icono de la ciudad, algo que ha sido posible gracias a su padre. Proselitista del patrimonio conquense, Llopis impulsó la primera guía turística de la ciudad en la que contó con la colaboración de un escritor como Pío Baroja.
Sindicalista de base e internacionalista, su estancia en la Unión Soviética le hizo marcar distancias con la utopía bolchevique y quedarse sólo con lo que consideraba muy positivo: el empleo de ingentes fondos públicos en la educación. “Lo que le llama la atención es toda esa fuerza política que el estado ruso ha puesto para educar a las masas”, relata Vargas. “Pero ahora bien, no puede aceptar ese lema de ‘cueste lo que cueste hay que apoderarse de la conciencia de los niños’.” Llopis sólo concebía la educación en libertad. Para él el eje de la escuela no era el maestro, era el alumno. Y el fin estaba claro: la creación de individuos libres capaces de elegir sus destinos.
Ahora que la educación vuelve a estar en el epicentro del debate, la figura de Llopis se alza como un gigante que admonitorio marca un camino muy distinto al que fomentan tanto partidos recentralistas de nuevo cuño, caso de Ciudadanos, como formaciones regionalistas o independentistas, tan dadas a promulgar leyes y decretos. Llopis no quería adoctrinar en un sentido u otro como pretenden los políticos contemporáneos, no quería imponer, sino formar, personas con criterio propio. Llopis no quería atar en corto a los maestros, obligarles a seguir tal o cual tesis, sino darles herramientas para que ejercieran una educación lo más abierta posible. Se trataba a la postre de creer en la gente, una idea revolucionaria que muy pocas veces se ha aplicado.
La llegada de la II República le situó al frente de la Educación nacional. El título de un libro suyo, Hacia una escuela más humana, da una pista clara de cuáles fueron sus motivaciones. Impulsor de medidas como las cantinas escolares donde todos los niños podían comer gratis, unificador de los escalafones del profesorado, legalizó la enseñanza en otras lenguas aparte del castellano permitiendo la introducción del euskera, el valenciano o el gallego en las aulas, algo en lo que implicó a los gobiernos autonómicos… Para Llopis la educación no era un juego enfermizo de suma cero, sino un reto de suma positiva en el que cada aditamento enriquece al anterior, donde nada debía sustituir a nada. Como mascarón de proa de esa revolución, impulsó la creación de más de 7.000 nuevas escuelas en apenas dos años. Sin Ciegsa, sin sobrecostes y sin dinero negro.
El estallido de la Guerra Civil tras el golpe de Estado de Franco, Mola y compañía, supuso un abrupto final a su sueño. Fue en estos tristes días cuando se hace más patente su presencia en València, ciudad a la que acude como diputado y miembro del Gobierno, una vez se estableció en ella la capital de la República. La Lonja y el hemiciclo del Ayuntamiento son algunos de los espacios en los que se le veía desarrollar su labor.
El horror de la huida de Cataluña, sus esfuerzos para organizar la salida de miles de republicanos a borde del Stanbrook, su exilio en Francia, donde acogió a Largo Caballero en Albi, su participación en la Resistencia contra los nazis, la película muestra como Llopis reorganizaría el PSOE en el extranjero desde las bases, al margen de los altos dirigentes, y como mantendría el sueño del gobierno de la República. El fallido pacto con los monárquicos contra Franco, malogrado tras el acuerdo alcanzado por don Juan de Borbón con el dictador que reinstauraría la monarquía en España, le condenó al ostracismo.
Durante décadas tuvo que vivir en unas condiciones cercanas a la miseria, liderando un partido y un sindicato que tenía sus sedes en las zonas más pobres de París, Toulouse…, con despachos que eran una mesa y cuatro sillas. Estaba en política para servir, no para servirse. Su sacrificio se extendió a su vida personal, ya que apenas podía dedicar un día a la semana a su hijo para almorzar. Sus únicos lujos, los regalos navideños que les mandaban sus amigos de València y Alicante, cuando le remitían puros, turrones, mojama… y su gran satisfacción, cuando se encontraba con paisanos con los que podía hablar en su lengua, en valenciano.
Tras su enfrentamiento con la nueva generación, con la que no supo conectar más allá del respeto, y que culminó con la escisión del partido y el congreso de Suresnes que consagraría a Felipe González, tuvo un último momento de felicidad al poder regresar del exilio a la muerte del dictador. Fue recibido por centenares de socialistas anónimos en Alicante y Madrid. Su posterior derrota electoral, cuando no logró su acta como senador por Alicante en 1977 al frente del PSOE Histórico, y la convicción de que su tiempo había pasado, le hicieron regresar a Francia, a Albi, donde moriría en 1983, nueve meses después de que González lograra su primera mayoría absoluta. Yace en Francia, como Machado, como Picasso, como Azaña. El significado del nombre ‘Francia’ es tierra de hombres libres. Quizá no exista mejor sitio para acoger sus restos.
Guardián de las quintaesencias del socialismo, digno seguidor de Pablo Iglesias, el documental que se podrá ver en Alicante permitirá contemplar de nuevo en toda su dimensión a Llopis, un hombre íntegro que hizo de su vida su mejor ejemplo. En una de las grabaciones de su voz que se escuchan en la película se le oye decir: “La conducta vale más que todos los discursos que puedan pronunciar y todas las adhesiones que puedan hacer a ideas, si luego esas ideas no se encarnan con una conducta digna de las ideas”. Bien podría decir que ése fue su caso. Que hoy haya sido casi olvidado quizás no le importaría porque, como reza el poema de Vicent Andrés Estellés, en él lo único que importaba era la conciencia de no ser nada si no se es pueblo. Que hoy haya sido casi olvidado lo único que demuestra es la clase de sociedad en la que se ha convertido España.