Charla en Rambleta el 20 de junio

La fotografía valenciana frente al espejo: visiones del ahora que se conjugan en futuro

17/06/2019 - 

La fotografía nos posiciona en el tablero de juego, nos refleja, nos define, hilvana nuestras experiencias. Narra nuestras victorias y nuestras derrotas, nuestras grandezas y nuestras miserias. Explora en los rincones de la identidad e indaga en los anhelos más íntimos. Capta nuestros temores y esperanzas; pone el dedo en la llaga, pero también permite soñar con otros mundos. Puede ser infierno o fantasía; mostrar la realidad más cruda o la ensoñación total. Puede ser memoria, pero también futuro.

Con el objetivo de abordar los recovecos de la fotografía valenciana contemporánea, los claroscuros del oficio y las tendencias que ya se vislumbran en la lejanía, Rambleta reunirá el próximo 20 de junio a cuatro creadores que dando rienda suelta a sus narraciones a través de la imagen. Lo hará en ‘La última foto’, una charla matutina en la que participarán Laura Silleras, que ha dado un golpe en la mesa con su trabajo sobre El Cabanyal (su barrio de toda la vida), proyecto ganador de la beca Fragments y actualmente expuesto en el MuVIM; el fotógrafo de moda Héctor Pozuelo, que lleva la libertad artística como bandera irrenunciable; y los responsables Handshake, proyecto editorial centrado en la fotografía que tiene a Jaime Sebastián y Rubén Montesinos como capitanes. Distintas formas de entender la profesión, de jugar con la imagen, de adentrarse en ella y de percibir el mundo.

Por su capacidad para encapsular la vida, Montesinos considera que todas las fotografías “cuentan historias, incluso aunque no tengan esa intencionalidad. Son el retrato de un momento y, al final, todos los momentos están narrando algo”. Entra aquí en juego la sensibilidad del creador, esa capacidad para observar el mundo desde un prisma único y centelleante. Una circunstancia que, para Jaime, “va por delante de la técnica y los recursos. Cuando hay un buen profesional detrás, no importa tanto el material con el que cuentes”. “Sí, la sensibilidad marca la diferencia, Puedes hacer fotografías muy impactantes con un móvil, no te hace falta la cámara más puntera del mercado”, añade su compañero en Handshake. La mirada, (casi) todo está en la mirada.

No se trata, pues, de dejarse cegar por los avances tecnológicos, sino de buscar un camino personal, de configurar las pupilas con una identidad propia. “Siempre te preguntan cuál es la mejor cámara disponible y yo siempre contesto «la que mejor se adecúe a tus necesidades». No hay una mejor cámara, hay un mejor ojo- prosigue Rubén-. Y eso se está viendo con la tendencia de volver a lo analógico, una declaración de intenciones por parte de los autores: frente a la corriente masiva de imágenes en la que vivimos actualmente, apuestan por centrarse en el presente, en aquello que estamos experimentando en cada ocasión, y en el proceso creativo”.

Año 2019 de nuestra era. La población sobrevive asediada por estímulos visuales constantes, omnipresentes, todopoderosos. ¿Qué lugar encuentra la fotografía como práctica artística o documental en este escenario atiborrado de opciones a las que prestar atención de manera fugaz? ¿Es posible aún sumergirse en una instantánea, detenerse a mirar sin dejarse arrastrar por el ruido? “Es cierto que vivimos en una sociedad muy saturada de imágenes, pero tenemos la libertad de educar nuestra forma de consumirlas y cambiar nuestro comportamiento. Te puedes dejar llevar o puedes decidir tú mismo qué te interesa, qué quieres explorar e investigar”, apunta Jaime. “Estoy totalmente de acuerdo- añade vehemente Rubén-. Las redes sociales nos hacen estar rodeados de imágenes, el desafío es educar el ojo y saber buscar lo que quieres. Esto se puede aplicar tanto en nuestra actividad en Internet como en el día a día: visitando exposiciones, librerías…”.

La fotografía como goce

“Para mí lo esencial es disfrutar con la fotografía, pasármelo bien y que aquellos a los que estoy retratando también disfruten del momento y tengan un buen rato trabajando. De ahí siempre sale algo interesante”, apunta Héctor Pozuelo, quien reivindica la fotografía como goce y esparcimiento artístico. Por su condición de retratista, al final la toma de imágenes adquiere en el él la categoría de diálogo entre observador y observado: “sobre todo tienes que intentar que la otra persona se relaje, que sea ella misma y cuando vea las imágenes se sienta reconocida en ellas. Para ello, es imprescindible saber llevar bien las sesiones, dirigir sin dirigir”.

En ese sentido defiende que la fotografía de moda, las aguas en las que él se mueve, no debe basarse simplemente en mostrar una estética determinada, sino en “sacar el interior de cada uno, mostrar también la personalidad de los y las modelos, que no sean maniquíes a los que se da indicaciones, sino que constituyan también una parte creativa del proyecto y aporten sus ideas”. “Si quien que posa es muy introvertido intento realzar esa vertiente, si es más abierto y prefiere hacer el pino pues jugamos a eso e investigamos cómo sacarle partido. Al final, es un trabajo en el que debe primar la libertad y confianza para que hagan lo que quieran. Sobre eso yo me muevo y me adapto”, afirma. Una visión, la suya, que no siempre se da en este mundo de la imagen para marcas: “hay artistas que prefieren limitarse a dar órdenes y hacer que los demás obedezcan sin más, pero creo que, si llevas a cabo un trabajo en equipo, el resultado es mucho más humano y expresivo”, sentencia Pozuelo, quien ha prestado sus servicios a compañías como la londinense Lazy Oaf, la firma Kling o grandes compañías de ropa deportiva, Adidas o Nike son dos de ellas.

Cocinero de formación, Pozuelo señala que su experiencia en el mundo de la cocina le influye en su trabajo actual; “sobre todo en la capacidad organizativa y en la producción. Debes tenerlo todo preparado, pero has de improvisar porque no sabes lo que te van a pedir. La cocina me ha enseñado a tener recursos y ser resolutivo”·

El mañana es de papel

Hace apenas un año, Jaime Sebastián y Rubén Montesinos se embarcaron en la aventura de poner en marcha Handshake, un proyecto editorial colaborativo en el que la fotografía es ama y señora del lugar. “Ya teníamos experiencia con la autoedición de nuestros propios proyectos y deseábamos lanzar una plataforma con la que también pudiéramos abarcar y conocer los trabajos de los demás. Cuando haces un libro con otros aprendes mucho más que tú solo”, apunta Jaime. “Queríamos impregnarnos de los puntos de vista y los modos de hacer de otros profesionales. Nos parece una forma genial de seguir creciendo y aumentar nuestra creatividad”, sostiene Rubén. Entre los títulos publicados, se encuentran volúmenes como Everything’s Wrong But In The Right Place, Drag a line between these points, Thank You o A rainbow full of flowers.

Sus publicaciones se unen así al exuberante panorama de fotolibros que llevan proliferando en València (y en otros muchos puntos del globo terráqueo) desde hace un puñado de años. Así, como apunta Rubén, en la última década se ha vivido “un boom de estos volúmenes. Se entienden que son un medio tan importante o más como las exposiciones. Nosotros hemos nacido y crecido como autores en ese contexto, somos un reflejo de él”.

Acercarse a la imagen a través de las páginas, a través de la sucesión de celulosa revoluciona la relación entre las imágenes y quien las observa. Así lo cree Jaime: “Es una experiencia muy distinta: una vez has imprimido la fotografía, tu relación con ella cambia completamente, no solo por la forma de leerla sino también por la sensación de tenerlas de manera física. Eso influye muchísimo a la hora de decidir cómo quieres enfocar un proyecto”. En este sentido, Rubén apunta a las potencialidades del fotolibro en tanto que producto tangible: “prestamos mucha atención a la experiencia de lectura, a lo que supone recorrer cada volumen, que puedas tocarlo, notar la textura del papel, el ritmo al pasar de una imagen a otra… Todo eso afecta y es muy distinto al proceso de observar las instantáneas en una pantalla”.

Esta querencia por el papel no es ajena tampoco a Héctor Pozuelo, quien centra sus proyectos en cámaras analógicas como un canto de amor a la experiencia fotográfica en toda su inmensidad. “Trabajaba de decorador en un estudio de fotografía industrial. Mi jefe se negaba a pasarse a digital y ahí empecé a disparar yo y a cogerle el gusanillo. Todo era nuevo: una imagen tenía mucho grano, otra estaba sobreexpuesta… Ese no saber lo que iba a pasar me encantaba. No es como cuando haces fotos con una digital, que si no te sale bien la puedes repetir mil veces…”, apunta el creador, quien además trabaja en el laboratorio de revelado Malvarrosa Film Lab.

Además de la vertiente más técnica y ejecutora, Pozuelo pone también el acento en la experiencia casi mágica de revelar las fotografías: “cuando te llegan, semanas después de haberlas tomado y sin saber cómo habrán quedado, es una maravilla. Además, te permite recordar momentos de los que quizás ni te acordabas ya. Esa sensación engancha”. No en vano, subraya que está habiendo una vuelta a este universo, “cada vez hay más gente que me pregunta por cámaras analógicas, que quiere conocer distintos tipos de películas y acaba atrapado por el encanto de este mundo…Quizás no es algo que esté calando en el gran público, pero sí en los aficionados a la fotografía, muchos de los cuáles, además, rememoran así las primeras fotos que hicieron de niños”. Y es que, no hay nada que apele más a las entrañas del ser humano que un buen rito.

Además, en un canto de amor a la fotografía más espontánea, acaba de publicar Seventy-nine Polaroids (editado precisamente por Handshake), un libro confeccionado, por supuesto, a base de polaroids. “Cuando llevas tantos años trabajando, ya sabes más o menos el resultado que vas a tener con tu cámara. Incluso aunque no lo veas en la pantalla como con una digital, no hay mucho espacio para la sorpresa. En cambio, con el formato polaroid prácticamente no hay casi ningún control sobre la cámara: puedes determinar la composición y la luz que le da, pero poco más. El resultado es mucho más aleatorio y eso hace que crezca la ilusión de no saber qué va a salir”, apunta Pozuelo, para quien tomar este tipo de instantáneas constituye también una forma de “volver al juego de los principios de la fotografía. Es muy divertido. Como no te esperas nada, todo lo que sale está bien”. Dejarse sorprender por las minucias mantiene el alma viva, amigos.

El chup chup del puchero fotográfico valenciano

A base de precariedad, ganas y muchísimo empeño personal, la fotografía valenciana ha ido creando su propio ecosistema de tintes hogareños. Un caldo artístico en plena ebullición, ¡sopa visual para todos! “Se trata de un movimiento que no cesa, no paran de despertar propuestas e iniciativas. Vemos cómo en la ciudad se consolidan autores muy especiales, está el Photobook Club, también hay mucha gente dedicada la documentación para compartir el talento de los demás, ya sean jóvenes u otros con muchísimo renombre… Hay una revolución cultural en marcha y para nosotros es un placer formar parte de ella”, resume Rubén.

Además, Héctor Pozuelo señala también al componente humano, a los vínculos de compañerismo que se ha ido forjando entre los artistas locales. Una red de cuidados surgida también de la falta de recursos institucionales, de la ausencia de estructuras y financiación. Si el sistema no da respuestas, se impone optar por la horizontalidad como una tabla de salvación, como herramienta imprescindible para la supervivencia. “La escena fotográfica de la ciudad es muy sana, se basa en compartir conocimientos y en ayudarse unos a otros (pues todos estamos en una situación económica frágil). Creo que esas relaciones en otros círculos no se ven”. “Aquí hay mucha hermandad”, resume.

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