Algo ha tenido que pasar para que una serie que destacaba por su humor cruel ahora se parezca a las Matrimoniadas de José Luis Moreno y encima tenga menos gracia. Big Bang Theory afronta su undécima temporada con un evidente desgaste y falta de ideas
VALÈNCIA. Hasta que no se articuló el engendro de palabro de "friqui" no tomé conciencia de que tener inquietudes en esta vida era algo excepcional. Veamos un pequeño resumen de lo que sucedió en España en los últimos veinte años. Al principio un "friqui" cometía osadías como leer tebeos, libros de fantasía y ciencia ficción y ver películas antiguas o de serie B. También había especial fijación con los amantes de la cultura japonesa. Pronto el término empezó a englobar también la música. Coleccionista de discos de vinilo antiguos, "friqui" que te crió.
Sin embargo, la misma sociedad que creó el término llevaba una evolución tan sumamente saludable que "friqui" terminó expandiendo su significado para calificar a cualquier persona con una sola afición. Por ejemplo, podías llegar a escuchar: "Mi padre es un friqui de los crucigramas". Cuando ese pobre hombre se llevaba a la playa un cuaderno de autodefinidos que había adquirido en un kiosco.
La amplitud de calificativo creó la urgencia de otra palabra que pudiese distinguir entre un encofrador "friqui de los bocadillos de lomo con queso" y un "friqui del cine neorrealista del sudeste asiático". Así los españoles acuñaron "gafaspasta", con un tonito más despectivo que antes, para las siempre incómodas personas con interés en la cultura en cualquiera de sus múltiples facetas.
Pero de algún modo, en cierto momento de la década de los 2000, hubo una implosión en la mentalidad colectiva, qué sé yo, y llegó lo "hipster". Las gafas de pasta, que no eran otra cosa que las de pardillo de instituto americano, ampliaron su oferta incluyendo los modelos hasta los años 80. De repente, las masas se peleaban por ese tipo de gafas. Con los globos oculares con los que escribo estas líneas, he visto a gente llevar esas gafas con cristales sin graduar seulement pour le plaisir de llevarlas.
Entonces, justo en el pináculo de la burbuja, antes de que "hipster" pasase a ser algo peyorativo, toda la población tenía alguna afición presuntamente extravagante. La fiebre por preparar sushi en casa coincidía con el empacho de grupos indies, proliferaron los expertos en fútbol africano y hooligans de Islas Feroe que convivían con aficionados a las series suecas. Y si alguna persona se quedó sin adornar su personalidad, le echó cardamomo a puñados al gin-tonic y todo en orden.
La crisis puso fin a nuestros problemas con que cada uno haga lo que le dé la gana, la mayoría se convirtió a una especie de cristianismo catequista, y si surgió algo en esta línea fueron los hipsters ideológicos, pero todavía nadie se lo ha dicho.
En este histérico país, inmerso en un fenómeno de las aludidas magnitudes, llegó Big Bang Theory. Los protagonistas estaban salidos del molde auténtico. Se supone que era gente que se había refugiado en los estudios por la falta de habilidades sociales y no había llegado a desarrollar gustos de supuesta madurez, de modo que seguía inmerso en la fantasía y la cultura popular, más propia de adolescentes. Incluso de niños.
Su creador, Chuck Lorre, propuso que nos riéramos de estos personajes por medio de uno de los géneros de comedia más celebrados: la crueldad. Recogía el testigo de las ochenteras La revancha de los novatos y el delicado trato que le dio a la cuestión Kevin Smith con Clercks y todo lo que vino después. Tomando la medida entre ambos precedentes, se dedicaba, como decimos a ir a saco: A ridiculizarlos.
Tanto es así, que la serie no solo se mofaba de los problemas mentales de sus protagonistas, que en algunos casos parecían ejemplos evidentes andar frisando el retraso mental, sino que también le daba al racismo. Los estereotipos raciales estaban a la orden del día, con especial mención para los del Este de Europa, aunque sin mucho conocimiento. Memorable fue el capítulo en el que entraban en una web para "casarse con una mujer croata".
Pero la cosa también iba con ellos. Leonard es un estereotipo, chaval de Nueva Jersey con padres psicólogos. La madre de Sheldon, texana, es una caricatura redneck. Igual que el origen de Penny, de Nebraska, es solo objeto de mofa: Borracheras, caza, cerdos y desórdenes sexuales, parecen que es lo único que viene de ahí. Wolowitz es judío, vive dios que quedaba claro en cada comentario. Y lo de Raj Koothrappali con ser de la India era de juzgado de guardia.
Y esto nos hacía mucha gracia, porque somos todos bellísimas personas, pero por lo que sea nos gusta reírnos de la desgracia ajena. Es un fenómeno más viejo que la tos y que los nuevos catequistas o hipsters ideológicos no van a conseguir acabar con él, como mucho lo transformarán.
Sin embargo ¿Qué ha pasado? ¿Por qué un capítulo de La que se avecina, o nunca mejor traído, Escenas de matrimonio, la serie producida por José Luis Moreno emitida en Telecinco, tiene la misma gracia o mucha más que lo que está ofreciendo la última temporada de Big Bang Theory?
Parece que once temporadas son demasiadas. Mientras que la vigésimo primera temporada de South Park ha empezado arrasando y siendo cada vez más puto descojono con su parodia de los programas de reformas, la pérdida de empleos para trabajadores sin formación por culpa de la tecnología, el twitter de Trump y las campañas por las buenas causas, la undécima de Big Bang Theory tiene la chispa de un espectáculo de revista para ver sentado en mesa con lamparita y una copa de coñac.
Los personajes de Big Bang Theory están descritos a más no poder. Sus locuras están documentadas, ampliadas, explotadas y reiteradas hasta la nausea. Había que romper con la línea argumental de unos pobres desgraciados que siguen quedando para jugar al rol a los treinta y tantos en lugar de relacionarse con otras personas al aire libre, salir de marcha o disfrutar del sexo, porque no pueden o saben hacer otra cosa. Y la ruptura ha sido la peor posible.
Primero, por catequista. Es decir, no les podía ir mal. Les va bien. Y todo funciona, según el viejo sueño americano. Se emparejan todos, con sus trabajos estupendos, y se dedican a gestionar lo felices que son. Solo se han dejado a Raj, pero en el último capítulo se acostaba con una chica estupenda. El fracaso que tanto odian los estadounidenses se ha esfumado. ¡Les han salvado!
En este punto, los chistes de bebés y de aburrimiento de la vida en pareja no son como los de José Luis Moreno: son peores. Los trece millones que están viendo los últimos capítulos, en contraposición a los dieciocho de media de la temporada anterior, o los veinte de la novena, demuestran que mucha gente debe estar percibiendo el ocaso de la sitcom. No obstante, y hete aquí lo contradictorio, no me puedo desenganchar: la sigo viendo como un mandril.
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