VALÈNCIA. La obra de David Simon se puede resumir en un mensaje: entre el poder real y los ciudadanos hay un abismo con forma de laberinto en el que ay de aquél que pretenda aventurarse si no conoce sus atajos y puertas falsas. Sus series están circunscritas a Estados Unidos, pero muchos rasgos de su sistema se pueden ver en otros países. ¿Por qué no el nuestro? Show me a hero, por ejemplo, traía enseñanzas sobre los impulsos e instintos fascistas del pueblo soberano que eran perfectamente extrapolables a España. En lo referente a la Vivienda de Protección -así como centros de menores y de tratamiento de adicciones-, porque el caso que planteaba se ha presentado aquí muchas veces; en la defenestración de un político que solo puede ser califa, porque es universal. Los paralelismos eran muy fáciles e incluso obvios.
En esa miniserie, adaptación de un libro de Lisa Belkin, una periodista del New York Times, sobre el caso real de Nick Wasicsko, teníamos el antifascismo que necesitamos. Inteligente y cáustico. Sin embargo, con La conjura contra América, esta vez una adaptación de Philip Roth, Simon ha creído conveniente meterse con una historia de denuncia antifascista neta. Es decir, ambientada en los años 40 con los nazis de toda la vida, pero en Estados Unidos. Un what if sobre si se hubiesen iniciado persecuciones antisemitas en territorio estadounidense en el caso de haber perdido Franklin D. Roosevelt las elecciones.
En lo único importante que hay en esta columna, el entretenimiento, La conjura contra América no ha cumplido con las expectativas. Con profundidad y cocinada a fuego lento, como mandan los cánones de la casa, HBO, no ha bastado con una ucronía para contar la historia más veces jamás contada y que resulte interesante o reveladora. Los personajes más interesantes son los de los judíos que llegan a acuerdos con el poder, aceptando su condición de "problema" y políticas encaminadas a que se "integren".
La consecuencia de toda premisa falsa es siempre verdadera, de manera que partiendo de la hipótesis del nazismo en suelo americano, cualquier cosa que se hubiera contado Philip Roth en su novela de 2004 habría sido válida. El relato, lo digo sin haber tocado el libro, en su versión audiovisual, no obstante, es poco dado a las exageraciones. Es una historia de personajes que se centra sobre todo en los niños. Uno clave, el que se avergüenza de su padre por ser de la etnia equivocada. Ese padre, que, por el contrario, es un contumaz idealista que defiende su dignidad con mueca de desprecio, como aquel sindicalista de The Wire, perfiles típicos de personas que, nadando contracorriente, no dan su brazo a torcer, pero por momentos acaban desquiciadas. Gente capaz de aguar la fiesta alrededor señalando que el emperador va desnudo, pero que lo paga con el aislamiento social.
Los personajes que representan Winona Ryder y John Turturro, son judíos que, en la tesitura en la que se encuentran, no dudan de coger el ascensor social apretando el botón donde dice 'ir contra mi cultura, mis padres y mi origen'. Ese fenómeno no entiende de latitudes, es humano. Otra cosa es que haya unas sociedades, e incluso ciudades, donde suceda más que en otras. Aquí, los paralelismos con Trump, tan socorridos, son pertinentes. Aunque este proyecto comenzó a fraguarse en 2013, cuando Obama acababa de ser reelegido, Simon aceptó realizarlo solo en un momento en el que consideró que la historia era "profética" y sobre el momento actual.
En ese sentido, en Collider sí que tuvo unas declaraciones explicando lo que le motivó a rodar La conjura contra América que tenían bastante sentido. Dijo que nos encontramos en un momento crucial y que de nosotros depende lo que pase mañana. "La democracia y la libertad, la libertad que proporciona la democracia, nunca se ganan por completo. Es una lucha diaria. Todos los días tienes que matar algunas serpientes, y si dejas de matar serpientes y dejas de exigir tu propia libertad y tus propias libertades civiles, estas desaparecerán". Considera que las generaciones actuales se enfrentan a un desafío similar al que vivieron las de los años 30 y todo dependerá "de cómo nos comportemos y cómo votemos, de si tenemos capacidad para resistir y de lo que estemos dispuestos a tolerar y lo que no".
En esos aspectos sí que tiene algo de profundidad la serie. Lo cierto es que la política es algo cotidiano, del día a día. En los años 30 y 40, el nazismo o los fascismos no eran ese tentetieso al que hoy le pegamos tan a gusto, de manera ya litúrgica y rutinaria en manifestaciones artísticas y proclamas hechas con un molde. En su día, tenía brillo. Era patriota, lo que nos encanta, y tenía también su punto de izquierda. Las trampas al solitario se las hacía en cuestiones más difíciles de detectar. Hoy es igual. Mucho fascismo se presenta con su simbología tradicional, por supuesto, pero el verdadero fascismo que pueda llevarse a miles de personas por delante, vendrá envuelto en algo dulce y atractivo. Hipnótico. Si no lo está haciendo ya. Y del que lo señale se reirán. No encontrará recompensas ni podrá colgarse medallitas denunciando a aquel que basa sus objetivos políticos en la negación del "otro" hasta que llega a ser física. Esa es la tragedia del padre de La conjura contra América, que su propio hijo se avergüenza de él porque no quiere estar enfrente de la corriente política fuerte y dominante de su tiempo.