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crítica de cine

'La batalla de los sexos'. El partido de tenis que desafió las convenciones de género

3/11/2017 - 

VALÈNCIA. Corría el año 1973 cuando la tenista norteamericana Billy Jean King dio un golpe en la mesa y se atrevió a desafiar a la Federación Nacional de tenis americano para protestar contra la brecha salarial que diferenciaba a hombres y mujeres. El premio económico que recibían las vencedoras de los certámenes era cinco veces inferior al que obtenían sus homólogos masculinos. Sin embargo, se vendían el mismo número de entradas para ver los partidos de hombres y de mujeres. ¿Por qué esa discriminación? La respuesta fue rotunda: El tenis femenino era considerad de segunda categoría. Las mujeres no tenían ni la fuerza física, ni la técnica, ni el nivel de los hombres, por lo tanto, no podían ganar el mismo dinero.

Billy Jean King decidió dejar la Federación, a pesar de que era consciente de que este hecho podría acarrearle importantes consecuencias profesionales. Para seguir defendiendo los derechos de sus compañeras de profesión creo una liga de tenis femenina, la Women’s Tennis Association (WTA) que pronto adquirió una dimensión independiente y continúa activa en la actualidad. Consiguieron patrocinadores y crearon un circuito de partidos que comenzó a tener una aceptable aceptación popular.

Cuando ya se encontraban más o menos establecidas, apareció en escena un antiguo ex número uno del mundo y vieja gloria, llamado Bobby Riggs, de 55 años, en cuyo haber se encontraba haber ganado Wimbledon en 1939 y varios Grand Slams. Sin embargo, su currículum profesional había caído en declive por culpa de su afición al juego y a una cierta tendencia a la manipulación y al engaño. Y eso fue precisamente lo que intentó a través de la campaña publicitaria y televisiva que emprendió en contra de las mujeres. Su intención, aprovechar la coyuntura que se había creado alrededor de la separación de Billy Jean King de la Federación y ese clima de crispación, para promocionar su propia figura y sacarle un beneficio económico. A costa, claro está de autodenominarse “cerdo machista” y lanzar toda clase de barbaridades contra el género femenino. El reto que lanzó a Billy Jean King fue el siguiente: Jugar un partido mixto para demostrar en el terreno de juego y de forma práctica, que los hombres eran mejores que las mujeres en la pista de tenis. En definitiva, una humillación pública en toda regla.

Esto es lo que cuenta La batalla de los sexos, la nueva película de los responsables de Pequeña Miss Sunshine (2006), Valerie Faris y Jonathan Dayton, que se retrotraen a la década de los setenta, con todo el toque retro y nostálgico que esto supone, para en realidad revelar que buena parte de la lucha y las reivindicaciones que se hacían en aquel momento, son las mismas que se siguen haciendo en la actualidad. La discriminación laboral continúa estando presente, las mujeres siguen siendo en muchos aspectos consideradas de segunda categoría en sus puestos de trabajo y obligadas a hacer el trabajo sucio. Todo en aras de mantener esa sociedad heteropatriarcal, ese status quo que tanto miedo le da perder al género masculino.

En ese sentido, La batalla de los sexos es una película de pura tesis feminista. Ese partido entre Billy Jean King y Bobby Riggs transcendió completamente el deporte para instalarse en un lugar de lucha y reivindicación. Había mucho en juego, y Billy Jean King lo sabía. Por eso no se dejó amedrentar como su compañera, la australiana Margaret Court, que aceptó el reto de Riggs antes que ella y perdió de manera estrepitosa probablemente al sucumbir ante la presión del evento. Había que darle una lección no solo a Riggs, sino a todos aquellos que habían utilizado ese circo como una forma de desprestigiar a las mujeres, para intentar frenar de la manera más rastrera posible ese ascenso, esa rebelión contra las estructuras machistas que se había iniciado en la década anterior.

Los directores se encargan de contraponer las figuras de King y Riggs a través de la estupenda interpretación de Emma Stone y Steve Carell. Así, nos adentraremos en sus respectivas vidas familiares, introduciéndonos en su espacio más privado y accediendo a su intimidad, especialmente en la de Billy Jean King y el descubrimiento de su homosexualidad. El miedo a que descubrieran su incipiente relación con una joven (interpretada por Andrea Riseborough) la llevó a sumirse en una red de dudas y miedos que la perjudicaron a nivel profesional. Unos miedos que tenían que ver con el peso que sabía que tenía la sociedad retrógrada del momento en cuestiones de identidad y libertad sexual.

Así que la lucha de Billy Jean King fue doble, tanto en el terreno de juego como en el de su vida personal. Todavía ganaría dos Wimbledom más. En total consiguió seis. Y continuó con su labor activista para fomentar la igualdad de género. También fue una de las primeras deportistas de élite en salir del armario y en declarar abiertamente que era lesbiana, a pesar de que sus padres eran homófobos y de que su marido terminaría por intentar sacar beneficio económico de su separación.

Los directores tratan con mucho respecto los aspectos más delicados de la vida de Billy Jean King y saben cómo sacar partido a la tensión que se genera alrededor de cada uno de los sets metafóricos que juegan los personajes. El triunfo, la fama, la necesidad de luchar por los sueños, el sacrificio, la dedicación profesional, cómo encajar la vida personal dentro de esa vorágine de esfuerzo y entrega… son algunos de los temas que atraviesan una película tan apasionante como necesaria a la hora de demostrar lo poco que han cambiado las cosas, a pesar del paso del tiempo, y lo mucho que queda por hacer, en materia de igual de género.


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