VALÈNCIA. El 13 de junio de 1978, The Cramps actuaron para los pacientes del hospital mental de Napa, California. Un concierto legendario por muchos motivos, que ya ha cumplido 40 años. Dos días más tarde fallecía Nick Knox, batería de la banda en sus años de esplendor.
Suelo preguntarme el por qué, la razón por la cual visitar mi adolescencia me hace sentir tan bien. Con la infancia no me ocurre lo mismo, sólo tengo esa sensación con ese tramo de mi vida. Recordar nunca es sencillo, así que la conclusión es que el título de esta sección es una quimera. Los recuerdos sí que pueden esperar. Los recuerdos aparecen cuando quieren, van a la suya. No acuden a ti porque los llamas, acuden a ti porque ese día se sienten magnánimos, y como saben que los necesitas, pasan rozándote la piel, invisibles. Creo que me tomé demasiado literalmente aquel título de Talking Heads,’ Memories Can’t Wait’. Cómo no, si se trata de otra de las canciones de mi adolescencia.
Entre los 13 y los 17 años descubrí el camino que quería tomar. Aunque tampoco atisbaba a ver muchos más, aquella no fue una elección consciente. Simplemente pasó, nada más que eso. Descubrí el mundo al que pertenecía, el punto impreciso que le daba sentido a mi existencia. Esos años fueron un continuo aprendizaje. Me construí por dentro con canciones, lecturas, imágenes que me enseñaron a ser quien tenía que ser. Ese es el motivo por el cual, cuando escucho una canción de Blondie, veo un vídeo de Sex Pistols o me encuentro con Warhol congelado en blanco y negro para toda la eternidad, tengo esa indescriptible sensación de euforia. A pesar de los años transcurridos, de lo que me ha enseñado la vida, esa sensación es perenne. No muere nunca. No sé si es un don, una bendición o que solamente soy un imbécil que hace mucho tiempo que se perdió en sus propios pensamientos.
The Cramps están ligados a esa etapa de mi vida. Cuando podía saber que un grupo estaba hecho para mí solamente con ver una fotografía. Los Cramps estaban hechos para mí. No podía fallar. En junio de 1979 los vi por primera vez en el expositor de un quiosco en Ibiza, durante unas vacaciones con mi familia. Impaciente por descubrir rastros de todo aquello que me interesaba en una isla que se libró en gran medida de la represión de la dictadura. La mágica Ibiza, llena de hippies de los cuales yo desconfiaba entonces –la verdad es que ahora también-, y de repente, aquella portada del NME donde posaban lo cuatro miembros del grupo. Poison Ivy mirando desafiante a la cámara, el hierático Nick Knox observando algún improbable horizonte tras sus gafas oscuras, el demoniaco Bryan Gregory, y Lux Interior, apenas visible, el busto de pelo engominado asomando tras las melena de su adorada Ivy.
Poco después volví a darme de narices con ellos. Me esperaban en otro expositor, el del Quiosco Moderno de la Plaza del Ayuntamiento de València. En esta ocasión Poison Ivy ocupaba la portada del Melody Maker, sentada en un camerino, flanqueada por la increíble guitarra Flying-V con topos blancos de Bryan Gregory. Recorté y pegué todas aquellas fotos en una libreta en la que iba acumulando hallazgos. Imágenes y textos de todos los artistas que nada más descubrir ya me parecían fundamentales para seguir existiendo. Bryan Gregory con gafas de cristal espejado y un top de neopreno, dejando caer su flequillo canoso sobre la cara mientras toca la guitarra. Los Cramps pegados ahora a una hoja cuadriculada junto a Richard Hell, John Cale, Patti Smith, Jayne County, Devo… Construir un santuario, vivir en él. Seguir en él incluso cuando lo has abandonado. Llevarlo en tu interior. Ser eso.
Digo que junio es el mes de los Cramps porque su descubrimiento está asociado a él, el mes en el que cumplo años. Cuando era adolescente, los cumpleaños significaban mucho. Eran como un ascenso que me iba librando de la niñez y me iba aproximando a un futuro que me inquietaba porque no sabía si había lugar para mí en su interior. Por eso creía en los Cramps. Ocurrió que, cuando cumplí los 17 años, conseguí al fin, una copia de su primer álbum. Lo que escuché en Songs The Lord Taught Us era exactamente lo que quería escuchar. Nunca me había interesado mucho el rockabilly, pero si ellos lo hacían, entonces yo prestaría atención. Su música era tan depravada como ellos. Lóbrega, húmeda, monstruosa, pero llena de vida. Los Cramps eran personajes de una película de terror barata. Crearon algo original y eso les convierte en seres sagrados, lo mismo que los Ramones. Cualquier grupo que intente imitar a los Cramps o los Ramones y crea que lo consigue, no tiene el más mínimo interés para mí.
Un viernes por la noche caminaba por la Plaza del Ayuntamiento, los 17 años recién cumplidos, rumbo al Carmen. Habría quedado en algún bar de moda. Llevaba puestas mis gafas oscuras y en mi cabeza sonaba una y otra vez ‘Sunglasses After Dark’, que promulgaba uno de los diez mandamientos de mi propia religión: llevar gafas de sol en la oscuridad. Como Lou Reed. Songs The Lord Taught Us estaba lleno de canciones magnéticas. Eran una locura. Hablaban de zombies, platillos volantes y hombres lobo. De psicópatas que colocan los restos de sus víctimas dentro de su televisor. En ‘Mistery Plane’ Lux Interior cantaba “mi papá pilota un ovni”, y a mí eso me parecía la leche, porque lo decía en medio de un cortocircuito de guitarras, lo decía sobre un ritmo desvencijado que contagiaba las ganas de bailar como si bailar fuese una enfermedad venérea.
Escribo esto en junio, el mes del solsticio y de la llegada del verano, mes cuyo reverso sentimental está ligado a los Cramps. Hace unos días leí que Nick Knox había fallecido. Dejó de tocar en el grupo mucho antes de que dejaran de existir por la muerte de Lux Interior. Para mí siempre será uno de los cuatro pilares de aquel grupo que me lanzó un conjuro de vudú. El tiempo va borrando a las personas que en algún momento me ayudaron a ser quien estaba destinado a ser. Los recuerdos lo saben, y a veces se apiadan y vienen en mi ayuda. Saben que sin ellos no queda nada, absolutamente nada.