VALÈNCIA. Juan Gabriel ha sido el único artista capaz de enamorar con su “pluma” a un país tan homófobo como México. El cantautor consiguió que ese país, en el que “maricón” es uno de los peores insultos, aplaudiera fervorosamente sus amaneramientos y “joterías”. El llamado ‘Divo de Júarez’ solo tenía que mover un poco los hombros y actuar afectadamente para poner al público a sus pies con temas como ‘Querida’ y ‘Debo hacerlo’.
Alberto Aguilar, el verdadero nombre de Juan Gabriel, jamás salió del armario, como acostumbran hacerlo ahora las estrellas, porque como dijo en una conocida entrevista en la que le preguntaron por su orientación sexual: “Dicen que lo que se ve, no se pregunta, mijo”.
El triunfo de Prieto (de tez oscura) y feo- según los cánones dominantes y el racismo interiorizado en el país latinoamericano, tremendamente influido por su cercanía con Estados Unidos-, es tan atípico y rotundo, que el reputado cronista Carlos Monsiváis, le dedicó un capítulo titulado Instituciones, en su libro Escenas de pudor y liviandad.
El mismo intelectual recordó como incluso el expresidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, quien ha pasado a la historia por estar al frente del país durante la represión del movimiento social de 1968 y la matanza efectuada en Tlatelolco, usó fragmentos de la letra de ‘Se me olvidó otra vez’, en un discurso.
En “Juanga” se unieron el carisma, el enorme talento escénico y una narrativa personal, que contaba sus inicios como un niño pobre de provincia -abandonado en un orfanato por su madre- hasta su llegada al estrellato, que lo transformaron en un mito.
Juan Gabriel, que recorrió todos los géneros musicales, incluyendo las rancheras, es dueño de una carrera compositiva prolífica, que produjo himnos para cada sentimiento: ‘Yo no nací para amar’, ‘La Diferencia’ y ‘Caray’ dedicadas al desamor; ‘El Noa Noa’ para la fiesta y ‘Siempre en mi mente’ para enamorar.
Esta mezcla única consiguió que Juan Gabriel actuara en varias ocasiones ante un abarrotado Palacio de Bellas Artes, uno de los “templos” artísticos más emblemáticos del país, logrando disolver esa línea entre la “alta” y la “baja” cultura.
Defraudador, según Hacienda, el cantante tuvo líos en materia de impuestos tanto en Estados Unidos como en México, problemas a los que respondía candorosamente: “Pues el artista sabe cantar, pero no sabe contar”. Y es que el cantautor era experto en idear frases como la inolvidable “No me gusta enfermarme, porque se siente uno muy mal”, que lograban crear un personaje cercano y un tanto ingenuo, que se ganaba al instante la simpatía del público.
El poder del cantante se mantuvo aún después de su muerte ocurrida en el 2016. Nicolás Alvarado, ex director de TV UNAM, televisión de una de las máximas casas de estudio de la Ciudad de México, lo vivió, ya que tuvo que renunciar al cargo por las críticas recibidas tras la publicación de su columna “No me gusta ‘Juanga (lo que le viene guango)’”, aparecida poco después de su fallecimiento.
“Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”, escribió Alvarado en un diario nacional. México no le perdonó al periodista calificar a su ídolo de naco, el adjetivo que se usa peyorativamente para denominar el mal gusto, especialmente de las clases bajas o de los nuevos ricos.
España no fue inmune al encanto del Divo de Juárez, quien transformó a Rocío Durcal en la española más mexicana. Juntos crearon éxitos tan memorables como ‘Amor eterno’, ‘Déjame vivir’ y ‘Costumbres’. La amistad del par de artistas se rompió por causas que no quedaron claras, pero sus colaboraciones forman parte del legado de la música popular de ambos países.