VALÈNCIA. Cuando la memoria histórica va eclipsando a figuras como la de José María Morera, un tiempo da signos de haberse acabado. Nombres como el suyo iniciaron la renovación y el aperturismo del teatro español en una época clave sometida a la contundencia política. Una visión amplia que fue posible gracias a una generación que apostó por un nuevo modelo social antes que la mayoría, pero sabedores de ser poseedores de un tiempo que se venía encima. Morera formó parte de esa enmienda a la totalidad desde Madrid, pero también aquí aportó a la sociedad valenciana desde la gestión cultural con una mirada e ideas de las que todavía somos partícipes.
José María Morera nació en la calle Ruzafa en 1934 y ha fallecido este lunes en Ondara, la ciudad alicantina a la que se retiró hace unos años. Allí recibió un homenaje en 2015, sumado de una exposición el mismo año en el que la Generalitat Valenciana le otorgó la Distinción al Mérito Cultural. No acudió a ninguno de los dos actos ya que desde hacía tiempo tenía limitada su movilidad, pero no su capacidad intelectual con la cual aportó no pocos avances al teatro y la gestión cultural desde los años 70.
Morera fue un director de escena revolucionario que quiso recuperar a los autores y textos silenciados por el franquismo. Creía en un teatro innovador en una época de enquilosamiento para la disciplina. La idea que le acompañó en la gestión cultural desde la Administración desde finales de los 80. Nuria Espert formo parte de su compañía y trabajó con los mejores del momento: Adolfo Marsillach, Josep Maria Pou, José Sacristán o Emilio Gutiérrez Caba. Morera volcó todo su talento en los montajes de los años 70 tras haber abandonado el negocio familiar, la relojería Morera que ahora está en venta.
Quiso demostrar a su familia y a sí mismo que su agitación, la misma que le acompañó desde los movimientos universitarios del teatro, tenía sentido y objetivo. Con sus singularidades y su forma de ser afectiva, Morera obtuvo el éxito de la crítica. En 1966 ya había ganado el Premio de la Crítica de Barcelona y en 1981 lo haría con el de Madrid. Pero nada de esto, ni siquiera trabajar y dirigir con los mejores, hizo que la compañía sobreviviera. Se arruinó y volvió a València hacia finales de los 80.
Aquí encontró acomodo a través del gobierno socialista de la ciudad. Sustituyó a José Luis Forteza al frente de la dirección de la Mostra de Cinema del Mediterràni. Para la aventura se rodeó de un equipo de lo más interesante vinculado al mundo del cine en ese momento. Proyectó un programa en el que se homenajeaba a la actriz Jeanne Moreau y Bertrand Tavernier. Sobre el papel, la propuesta tenía empaque y servía para iniciar lo que él esperaba que fuera la recuperación de una Mostra que en el cambio de década no pasaba por su mejor momento.
Sin embargo, a Morera le atropelló el cambio de Gobierno local. Los nuevos mandatarios del Ejecutivo compuesto por concejales de Partido Popular y Unió Valenciana le cesan al negarse a cambiar los textos del programa. La llengua provoca su salida y el Partido Socialista le reubica en la Dirección General de promoción cultural.
Morera se enfrenta al nuevo reto con la misma ansia de cumplir con su cometido. Desde allí elabora un plan de recuperación de edificios históricos y, entre otros espacios, logra proteger el interior de la ciudad de València. El corazón que ahora rodea el anillo ciclista pasó a convertirse en BIC –hasta demostrarse lo contrario, caso por caso– algo que despierta la conocida como 'batalla del Carmen' a la que comparecieron vecinos, propietarios y promotores inmobiliarios.
Poco después reformula el IVAEM en Teatres de la Generalitat. Con su línea aperturista, en busca de una producción escénica y publicaciones hechas de aquí pero ambicionando su circulación en el Estado, no son pocos los agentes del teatro local que no toleran su estrategia. Se enfrenta con el sector en busca también de una dramaturgia abierta y plural, próxima a un teatro contemporáneo para el que impulsará una línea de financiación de publicaciones (al igual que hará más tarde Antoni Tordera).
En su mandato también amortigua la batalla por la reforma del Teatre Romà de Sagunt. El idea una potente estrategia para la ciudad como escenario, pero es la obra la que ocupa toda la atención y Morera asume la pelea política, judicial y teatral. Aunque su labor es la del impulso del Sagunt a Escena que ahora conocemos, la 'bronca del teatro' saguntino es también una situación de desgaste que agota su tiempo en la Generalitat. Antes habrá proyectado la primera temporada operística (en el Teatre Principal) con obras de Rossini y Mozart y producciones propias.
Por último se convertirá en el secretario del Consell Valencià de Cultura donde ejercerá las labores más ejecutivas. Todavía son años intensos hasta que la enfermedad de parkinson va relegándole en sus funciones. De su casa en Godella pasó a una vida apartada de la actividad cultural de la Administración en Ondara, donde ha vivido sus últimos años y ha fallecido. Morera dejó clara su idea firme de ser incinerado y lanzadas sus cenizas al mar.
Con él muere uno de los directores escénicos sin los que seguramente sería imposible entender el teatro en España durante las décadas de los 60, 70 y 80. Tanto o más interesante fue su labor como gestor cultural en la que destacó en su regreso a València. Muchas de sus iniciativas, algunas enumeradas aquí, todavía siguen vigentes en el escenario de la cultura valenciana.