crítica de cine

'In Fabric': la venganza de los maniquíes

22/01/2021 - 

VALÈNCIA. Tiene solo cuatro películas y se ha convertido en uno de los grandes cineastas de culto de la actualidad. En cada una de ellas nos ha sumergido en un universo que tiene sus propias reglas, a medio camino entre lo cotidiano y lo onírico, entre lo banal y lo fantástico. Es un cineasta exquisito en la forma, opulento y exuberante, un auténtico esteta, obsesivo como todos sus personajes, le gusta experimentar con la imagen, con el sonido y construye atmósferas tan sensuales como mórbidas, repletas de fetichismo y turbación, puras filigranas de delicadeza expresiva en ocasiones al borde del delirio.

El cine de Peter Strickland es morboso, hipnótico, su poesía es oscura, pesadillesca y tiene la capacidad de introducirnos en una especie de trance en el que el dolor y el placer se confunden.

Debutó con Katalin Varga (2009) una película de venganza rural rodada de forma independiente, fuera del sistema de producción inglés, en los Montes Cárpatos en la que ya se podían intuir algunos de sus rasgos de estilo: la mezcla genérica, las imágenes perturbadoras y la exploración de nuevos caminos entre el cine experimental y de vanguardia desde una perspectiva propia profundamente sensorial.

En Berberian Sound Studio (2009) homenajeó el giallo desde un punto de vista exclusivamente sonoro. Su protagonista, Gilroy (Toby Jones) era un ingeniero de sonido anodino que se veía atrapado por las imágenes perturbadoras de una película de terror que estaba montando. Nunca veremos esa cinta, pero sí nos abrirá un vórtice a su mente y sus demonios.

The Duke of Burgundy (2014) nació de la admiración de Strickland hacia al cine de Jesús Franco Quería hacer una sexplotation muy setentera, pero refinada y con un ambiente malsano, erótico y para ello nos introdujo en una mansión de reminiscencias góticas para contar la relación de dominación y sumisión entre dos mujeres que establecen un vínculo enfermizo. Un cuento de hadas perverso que plantea hasta qué punto puede llegar alguien a hacer realidad las fantasías de la persona a la que ama y qué es lo que pierde por el camino.

Después de haber participado en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián de 2018, ahora se estrena directamente en Movistar+ In Fabric una película de terror en forma de pesadilla consumista en la que el verdadero protagonista será un vestido rojo que desata una maldición en todo aquél que se lo pone.

No es la primera vez que los objetos cobran una importancia fundamental en el cine de Strickland, pero en esta ocasión no se trata solo de una cuestión de vista, tacto u olfato, o mero fetichismo, sino que el vestido adquiere vida propia dando rienda suelta a sus instintos asesinos.

El director contrapone la realidad gris y anodina de sus protagonistas, seres que parecen resignados a cargar con el peso de sus frustraciones encerrados en sus vidas minúsculas en sus pequeños apartamentos, con la barroca teatralidad de una casa de modas que acaba de empezar su periodo de rebajas y que cuenta con una plantilla de dependientas en cancán que hablan como hechiceras (porque realmente lo son) lanzando embrujos a sus clientes con una retórica engolada.

La película se divide en dos partes, la primera protagonizada por una mujer de mediana edad recién divorciada que trabaja en una sucursal, Sheila (Marianne Jean-Baptiste) y, en la segunda, encontramos a Reg Speaks (Leo Bill) un aburrido técnico de lavadoras a punto de casarse con su novia de toda la vida, Babs (Hayley Squires). Todos ellos encontrarán el vestido por casualidad, se lo probarán y les sentará como un guante, lo que reforzará su autoestima, les hará sentir más seguros y fuertes, pero solo será un espejismo. El vestido te da lo que quieres ver en tu reflejo. Pero en realidad, no solo se trata de una proyección de la imagen que cada uno intenta forjar, sino también de la materialización de sus deseos más profundos e inconfesables. ¿Se puede cambiar a través de la ropa? ¿Se puede dar una impresión u otra dependiendo de la manera que nos vestimos?

Sobre todas y otras muchas cuestiones reflexiona In Fabric. Por supuesto, también hay una mirada aviesa hacia el capitalismo, a la necesidad compulsiva de comprar. ¿Para qué? ¿Para utilizar lo que adquirimos como modo de escapar de nuestra realidad? ¿Cómo símbolo de poder, de expresión, de desahogo, de necesidad compulsiva? En cualquier caso, al otorgar al objeto en sí un mayor significado del que tiene, también se le dota de poder, y en este caso, el vestido se toma la justicia por su cuenta.

Strickland vuelve a dejarse llevar por la estética vintage de los setenta e introduce unas gotas de humor muy oscuro (incluso absurdo, esos dos empleados encarnados por Julian Barratt y Steve Oram) que van moldeando una narración que bascula entre el realismo más cotidiano hasta la explosión bizarra e incluso histérica, intercalando momento de profundo desconcierto que nos adentran en el subsuelo de la extrañeza, donde los maniquíes adoptan forma humana y están dispuestos a convertirnos en sus esclavos.

Además de su habitual y explosiva imaginación visual, Strickland confirma su interés por la columna sonora de la película. Si en Berberian Sound Studio contó con Broadcast para la música y en The Duke of Burgundy con Cat’s Eye, en esta ocasión ha cumplido el sueño de trabajar junto a Tim Gane y su nuevo proyecto después de Stereolab, Cavern of Anti-Matter que ofrece rotundas composiciones atmosféricas con tramos minimalistas con melodías de una deliciosa elegancia envenenada.

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