El fotógrafo de Benifaió Julián Llanosa ha capturado el estado actual de los llamados "templos del sonido". Espacios donde se divirtió durante años como adolescente, antes de encontrar su oficio. El relato visual muestra una Atlántida derruida sobre la que se sigue investigando y que él espera plasmar en un libro próximamente
VALÈNCIA. Estos meses se cumplen 40 años desde que Juan Santamaría, el padre fundacional del movimiento musical que derivó en la Ruta del Bakalao, llegase a la cabina de Oggi. Era 1978 y nadie esperaba que aquel vecino de Castellar importase hasta València sus años deambulando como dj –accidental y luego profesional– por Granada, Ibiza, Sitges, Ámsterdam, Londres o Glasgow. Él tampoco esperaba volver, pero tras una serie de veranos en la discoteca Cap3000 de Benidorm, acabó en su ciudad al mando de aquella sala discreta hasta esa fecha.
Santamaría acabó radicalmente con el lento y las rumbas, aunque quien exportó esto a un espacio mayor y lo apuntaló definitivamente sobre las artes performativas, la moda y el diseño fue Carlos Simó. De nuevo de manera accidental y en Barraca, Simó dispuso las bases para una revolución bailada y basada en el hedonismo. Una revolución interna, de la sociedad más inmediata (empezando por la rural), que alcanzaba cada fin de semana la modernidad que no le pertenecía a través de la música importada desde Londres de manera rudimentaria.
Los rudimentos de la importación dieron paso a la tienda de discos Zic Zac (una de las primeras de España enfocadas al dj) y de allí salió el término bacalao. Ni siquiera hacía referencia a la música electrónica y no lo hizo durante años. Sin embargo, de aquellos orígenes y raíces a los cuales nos hemos aproximado con los ensayos En éxtasis de Joan M. Oleauqe y ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia de Luis Costa apenas hay documentación. O, al menos, no como sí se generó en el cogollito de los medios de comunicación en los 80: Madrid.
Esa es una de las principales inquietudes de Julián Llanosa que durante los últimos años ha recorrido las discotecas de la Ruta del Bakalo. En gran medida, tratando de documentarse y entender aquello que vivió como adolescente. También para comprender porque aquella historia underground y que llegó a ser masiva –el mayor movimiento de clubbing a inicios de los 90– derivó en la nada misma.
Tras estudiar imagen y sonido en el IES La Marxadella de Torrent y más tarde en la Universidad CEU San Pablo, nunca había tenido una inquietud real por capturar estos lugares. Pero lo ha acabado haciendo en estos últimos años: “cuando era un adolescente, íbamos con las Vespinos a las discotecas más próximas como Barraca o Chocolate. Cuando había puente, los domingos noche íbamos a ACTV. Yo no era muy consciente de todo aquello, pero mis recuerdos no son para nada ni de muerte ni negativos”.
Al juicio de Llanosa, los años 92 y 93 fueron especialmente divertidos e intensos. En el 94 y en el 95 la masificación y la llegada de un buen número de turistas de la ruta “pervirtió” y “devaluó lo que estábamos viviendo”. Musicalmente también se alcanzaron algunos últimos picos de interés, como los del techno pinchado por Kike Jaén “en Don Julio (N.O.D.) o en Chocolate, pero siempre antes del 95 o 96”.
Llanosa acumula una gran cantidad de material fotográfico en torno a todos estos espacios con la voluntad de publicar un libro. En parte, influenciado tanto por Miguel Trillo (de quien comisarió una exposición) como por Ouka Leele, a quien acompañó en una gira por la Comunitat también como comisario. En las charlas de la fotógrafa de la Movida también comprendió que “la Valenciana es una Movida todavía por contar”. No obstante, pone en valor su trabajo al final de un audiovisual que trata de mostrar una parte de su archivo fotográfico.
Llanosa siempre toma las fotografías al amanecer de días nubosos. Los hace con tiempos de exposición de 15 á 20 segundos: “de alguna manera, necesito que el alma del lugar en ese momento se filtre durante ese tiempo”. Al trabajar de manera totalmente independiente se ha encontrado el rechazo para fotografiar algunos espacios. En otros se ha encontrado algo más que la puerta abierta: “en The Face, que hoy ya está derruida, me encontré gente sin casa viviendo dentro; en El Templo también”.
De hecho, asegura que El Templo es una de la discotecas que más la ha impresionado ver en avanzado estado de descomposición. Para los amantes de la fotografía de lugares abandonados, la Ruta es una especie de Atlántida dormida y real. Algunas de sus bibliotecas paganas, como Chocolate, se debaten entre la vida y la muerte. The Face ya no existe y basílicas colaterales como Arabesco también han desaparecido del mapa.
La Ruta sigue debatiéndose entre la mitología y una leyenda negra asentada y establecida. Los relatos internos sigue siendo igual de fascinantes y en el caso de Llanosa hay tanta intensidad con la parafernalia técnica con la que prepara las fotos como en recordar exactamente dónde se colocaba con sus amigos cuando iba: “nunca estábamos por el centro. Siempre en un rincón, para poder ver todo lo que sucedía”. Su investigación continúa y también se trata de centrar en los grupos de la que algunos llaman Movida Valenciana y que suenan en el vídeo.
En plena transformación reputacional de la Ruta, la fotógrafa valenciana Laia Lluch ha convertido la cotidianidad rutera que estaba en la memoria en un nuevo marco visual