VALÈNCIA. Hay series innovadoras, que nos desafían por su narración, por su forma, por su tono, y se lo agradecemos muchísimo. Nos gusta la innovación y el desafío. Pero también hay series que no pretenden descubrir nada, que se esfuerzan por contar bien, con solidez y ganas, historias conocidas. Y también se lo agradecemos. Nos gusta la repetición, de ahí la pervivencia de los géneros. Nos encanta pisar territorio conocido y saber los mimbres con los que está construido el relato; disfrutamos con los nuevos matices que pueda introducir y con las sorpresas que podamos encontrar. Si está bien hecha, una serie así proporciona un gran placer.
Y así es Hierro, la producción de Movistar+ que acaba de ganar los Premios Onda a la mejor serie y a la mejor actriz, la gran Candela Peña. No es que los Ondas nos parezcan particularmente especiales o representativos, que anda que no hay premios, pero es que nos da la excusa perfecta para hablar de una serie que ya tiene unos meses y estaba un poco (inmerecidamente) olvidada. Que ya sabemos que esto del consumo televisivo va a velocidad de vértigo y el vértigo no es un buen aliado para disfrutar de las cosas.
La serie está creada por Pepe Coira y Alfonso Blanco, y dirigida por Jorge Coira. El título procede del lugar donde sucede la acción, la isla de Hierro, y tiene todo el sentido. El paisaje es esencial para el desarrollo de la historia y para conferirle una atmósfera y un tono propios; está muy bien utilizado ese escenario natural agreste, difícil y bello solo a ratos. Además, la historia comienza cuando la jueza Candela Montes llega a la isla y su mirada forastera construye en gran medida nuestra percepción del lugar.
Pero hierro es una palabra con unas connotaciones muy concretas que también tienen aquí cabida. De hierro es la determinación de la jueza desterrada, por rebelde, a ejercer en el fin del mundo, la remota isla. También es de hierro el instinto de supervivencia de su coprotagonista, el oscuro empresario Antonio Díaz, interpretado con su excelencia habitual por Darío Grandinetti. Y también hay mucho óxido: el que crean algunas relaciones tóxicas, el desamor, la codicia, la violencia más o menos soterrada, la soledad, la insatisfacción.
Candela y Antonio son personajes complejos, con aristas, nada planos, que vamos descubriendo poco a poco. No son simpáticos, sino más bien ariscos cada uno en su estilo y no buscan nuestra empatía. No nos caen bien. Ya, ya, esto, a estas alturas es un cliché de muchos thrillers (y ahí están las series nórdicas como ejemplo perfecto y referente), pero mientras se haga bien, con personajes bien escritos e interpretados, no tenemos nada que objetar. Aquí Candela Peña y Darío Grandinetti los encarnan magníficamente y con total convicción, y verlos en acción es uno de los placeres de la serie. Así que, confirmada ya una segunda temporada, desde aquí la aplaudimos: sí, por favor, queremos más de Candela y Antonio.
Pero no están solos, y uno de los puntos fuertes de la serie es la composición de sus personajes, tanto los protagonistas como los secundarios. Como en Malaka o en Fariña, es un acierto haber contado con actores del terreno, poco conocidos y muy eficaces. Y como en las series citadas, el mantener el acento propio de la zona también es un acierto, que infunde realidad y verdad a la historia.
Como en todo buen thriller, la investigación policial de un asesinato es, en realidad, el punto de partida que permite explorar un microcosmos humano y sus emociones. Hay secretos, sentimientos reprimidos, deseos ocultos, malentendidos. Es una comunidad en la que todo el mundo se conoce, excepto la recién llegada. Este ha sido uno de los grandes valores del thriller o del relato policiaco, y el que le ha convertido en un género triunfante que jamás ha dejado de existir a lo largo de la historia del cine y de la televisión. Ahora es el género por antonomasia del mundo de las series. Un contenedor, en realidad, que permite todo tipo de variaciones y que no hace más que abrir caminos.
En el caso de Hierro, la insularidad lo favorece. Aunque está rodada en exteriores y abundan los planos que muestran el entorno natural, el horizonte y el mar, la sensación de encierro se impone. Es un lugar del que es difícil salir, donde las comunicaciones no son sencillas y el aislamiento resulta inevitable. Que allí llegue la solitaria Candela con su hijo y sus vidas ensimismadas y hacia adentro resulta del todo coherente. Su presencia y su mirada extraña y extrañada son determinantes para la creación del paisaje emocional en que se convierte la isla.
Y a mitad de serie, cuando parecía que teníamos claro por donde iba a discurrir la cosa, aparece, inesperadamente, un nuevo punto de vista: el del asesino. Pensábamos que seguiríamos en los ocho capítulos a la jueza y los policías en su investigación para descubrir todos juntos al final, ellos y nosotros, al culpable, pero, sorpresa, no es así. El público sabrá mucho antes que el equipo de investigación de quién se trata. Esta es una de esas variaciones sobre el modelo de las que hablábamos y que, si están bien hechas como es el caso, enriquecen la ficción y producen una gran satisfacción al público.
En definitiva, Hierro no ha venido a cambiar el mundo de las series ni a epatar ni a ser una rara avis, está aquí ofreciendo una historia interesante y bien contada, unos buenos personajes y una puesta en escena muy sólida. Es eso que se llama entretenimiento de calidad y que tanto cuesta de encontrar entre toda la hipérbole (¡la serie del año!, ¡el acontecimiento televisivo! ¡lo nunca visto! blablablá) que tanto lastra el mundo de las series.
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