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LAS SERIES Y LA VIDA 

‘Heridas abiertas’ y madres terribles: la familia es el infierno

1/09/2018 - 

VALÈNCIA. Estamos en el sur de Estados Unidos, en Missouri. Pero es un sur que ya conocemos. Lo hemos visto antes. Es el de Tennesse Williams y Un tranvía llamado deseo, el de El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, el de la serie True Detective. Calor pegajoso, violencia, bellas mansiones llenas de perversión, decadencia, cierta sensualidad mórbida, turbiedad, indolencia, secretos, desigualdad endémica.

Aquí es donde transcurre Heridas abiertas, Sharp Objects en su título original, la serie de HBO dirigida por Jean-Marc Vallée (Big Little Lies), basada en una novela de Gillian Flynn (la autora de Perdida), que ha participado como productora. Su primer capítulo fue memorable, por lo que mostraba y por lo que prometía. Dos muchachas adolescentes asesinadas en una pequeña localidad del sur de Estados Unidos, Wind Gap, y una periodista nacida allí, Camille, que vuelve para hacer un reportaje sobre el caso tras haberse alejado del pueblo, y su familia, durante años; años llenos de alcohol, daño autoinfligido y estancias en centros de rehabilitación que no han dado resultado. Pura autodestrucción.

Los siguientes capítulos continuan, lógicamente, la investigación pero, en realidad, lo que cuentan es lo que le sucede a Camille tras regresar a un lugar donde no quiere estar: quién es, por qué sufre tanto, cómo sobrevive a su pasado, se enfrenta al presente y cómo este le afecta. Como en muchos thrillers, parece que no importa tanto el caso como el mundo que le rodea: las complejas relaciones entre los habitantes del pueblo, los secretos y tensiones que allí tienen lugar, y, sobre todo, la protagonista, esa Camille, un grandísimo personaje, interpretado con su excelencia habitual por Amy Adams. En los episodios centrales esto se hace demasiado evidente y tal vez hay cierto desequilibrio. El crimen es la excusa para contar la historia de Camille y el modo en que se enfrenta o no a sus demonios mientras no hace más que encontrar motivos para seguir a la deriva, bebiendo y autolesionándose. Pero el final de la serie, los dos últimos capítulos, engarzan de forma soberbia ambas líneas, el caso y la vida de Camille, para ofrecer lo que solo podemos calificar como un gran final, no tan inesperado como parece y, desde luego, de una enorme coherencia.

Wind Gap es un pueblo fundado en el lugar donde una adolescente embarazada fue violada, torturada y asesinada por los soldados del norte durante la guerra de Secesión y que, con su sacrificio, salvó a su marido. La violencia siempre en el origen de todo. Y una mujer muerta. Es un mal antiguo. También el relato, el de la serie, arranca con una niña asesinada. Y las primeras imágenes tras los títulos de crédito muestran el pueblo desde la mirada de otra adolescente, una Camille de catorce años que recorre la localidad patinando, mientras es soñada por la Camille actual. Cuando la periodista entre en el pueblo con su coche, volveremos a recorrer el lugar desde su mirada, ahora adulta, bien distinta tras lo vivido y sufrido.

La Camille adolescente era una muchacha rebelde, que no se sometía a los dictados de la tradición ni de las formas de la cortesía sureña, ni estaba dispuesta a ser la hija y la mujer que los demás querían. La serie confronta ambas miradas, la Camille adolescente y la Camille adulta, porque lo que ha de hacer es entender su pasado sometiéndose a un doloroso proceso de conocimiento y lucidez. En su piso, la Camille adulta tiene un cartel en la pared con la imagen de la escritora feminista Gloria Steinem y su famosa frase: "Somos las mujeres contra las que nuestros padres nos prevenían. Y estamos orgullosas de ello". Camille cumple con creces la primera parte. La segunda es la que debe alcanzar, está muy lejos.

Esta confrontación entre visiones adultas y adolescentes no acaba ahí y no solo porque las asesinadas sean niñas. La mirada adolescente de Camille se desdobla en otra, la de Amma (su hermanastra) y sus amigas que, como la Camille del pasado, recorren la zona patinando y también desafían las expectativas de la comunidad respecto de ellas. “El asesino no mata niñas guais”, dice Amma. Efectivamente, las víctimas son las que se salen de las normas, las rebeldes, las inquietas, las marimachos, las que no se conforman con el vestido vaporoso y el lazo en el pelo. Como la propia Camille, que años atrás huyó de esa imagen.

Y en el origen de tanto mal, la familia. Padres ausentes, bien porque no están, o bien porque estando pasan, como Alan, el padrastro de Camille y padre de Amma, o padres autoritarios, como el de la primera muchacha asesinada. Y madres terribles. Pocos personajes tan odiosos desde el principio como el de Adora, la madre de la protagonista, gracias, en gran parte, a una interpretación memorable de la gran Patricia Clarkson, siempre evitando el peligro de la sobreactuación que un personaje así conlleva. Adora es la reina del pueblo, la más rica, la más bella y la más elegante, la envidia de unas y el objeto de deseo de otros. Sinuosa, escurridiza, sobreprotectora, asfixiante, es como una araña que crea a su alrededor una atmósfera malsana y una sensualidad turbia y enfermiza. Sin duda, las escenas entre ella y Camille, o entre las tres mujeres de la familia, Adora, Camille y Amma, están entre lo mejor de la serie y crean, desde el primer capítulo, un vivo malestar.

En una entrevista con The Guardian, Gillian Flynn responde a ciertas acusaciones de misoginia en sus novelas y plantea que los personajes femeninos tienen derecho a ser malvados: “¿Es el feminismo solo girl power, empoderamiento y ser la mejor versión de ti misma? Para mí, es también la capacidad que tienen las mujeres para ser malas, porque me frustra la idea de que las mujeres son inherentemente buenas”. Heridas abiertas es una clara demostración de este planteamiento y resulta de un enorme interés. El patriarcado (recordemos la leyenda de la fundación de la ciudad y otros episodios de violencia sexual que suceden en la serie), crea monstruos no solo masculinos. Es un mundo que exige que las mujeres sean de una determinada manera, véase a tal efecto a las amigas de infancia de Camille, perfectas cumplidoras del rol establecido y perfectas frustradas también. O donde la que no cumple es apartada y atacada, como la propia Camille, las víctimas o el personaje de Elizabeth Perkins, algo así como la extravagante del pueblo, siempre sola, siempre en un rincón, siempre al margen. Un mundo que, en última instancia, deriva en brutales procesos autodestructivos como el de la protagonista.

OJO SPOILERS

En este sentido, la serie está en las antípodas de la defensa de la sororidad de Big Little Lies. Aquí, en Heridas abiertas, que al final resulte ser una asesina y no un asesino es una muy interesante vuelta de tuerca, que evita caminos trillados y que da una nueva dimensión al modo en que se ejerce la violencia sobre las mujeres. Lo mismo sucede con su visión de una maternidad destructiva y enfermiza, que en vez de dar vida la quita y que, sin embargo, pasa por ser perfecta cara a la comunidad.

FIN DE LOS SPOILERS


Heridas abiertas formaría un buen tándem con Top of the lake, la serie de Jane Campion. Aunque tienen grandes diferencias y es posible que Campion no estuviera de acuerdo, ambas se constituyen como sendos tratados sobre el dolor y el reto de intentar ser una mujer libre. Ambas, también, expresan la carga que a veces supone, para su propietaria, pero también para la comunidad, el cuerpo femenino. Mostrarlo, ocultarlo, atacarlo, destruirlo, embellecerlo. El cuerpo de Camille, marcado cruelmente y tapado casi en su totalidad, nos desafía y pone en evidencia que, en nuestra sociedad, es un campo de batalla tanto individual como colectivo.

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