La editorial Alfons El Magnànim publica un pormenorizado estudio sobre las películas protagonizadas por el famoso mago adolescente. Su autor, el psicólogo y profesor del EASDi Luis Ángel Abad, recurre al análisis cinematográfico, la semiótica y el psicoanálisis para sacar a flote conclusiones inéditas sobre la intencionalidad política y moralizadora de la saga. Un estudio audaz, subversivo y (seguramente) polémico
“El mundo moderno opera con la razón. Menos cuando la sociedad se convierte en audiencia y abre su corazón ilusionado ante una pantalla”.
Harry Potter y la cultura de la vigilancia
VALÈNCIA. El psicólogo y profesor del EASDi Luis Ángel Abad dedicó varios años a analizar, plano a plano, las veinte horas de metraje que componen la saga cinematográfica de Harry Potter, compuesta a su vez por ocho títulos, estrenados entre 2001 y 2011. Estudió cada frame y cada línea de diálogo del derecho y del revés; desmontándolos como una matrioska en todos sus detalles formales, juegos metafóricos y significados ocultos y subliminales. Un trabajo exhaustivo, cuyos frutos han quedado plasmados en el ensayo Harry Potter y la Cultura de la Vigilancia. Del rebelde moral al héroe subvencionado, que acaba de ver la luz en la editorial Alfons El Magnànim, dentro de la colección Fonaments que dirige Román de la Calle.
Hablamos de un libro audaz en sus conclusiones y radical desde su mismo planteamiento, ya que su objetivo es destripar las intenciones propagandísticas de las películas basadas en las novelas de la novelista británica J. K. Rowling, y poner en solfa el supuesto carácter rebelde que se le atribuye al protagonista a partir del quinto título de la sala. Para lograrlo, el autor recurre a las herramientas habituales del análisis cinematográfico, pero también a las que son propias de otros campos del pensamiento, como el psicoanálisis, la sociopolítica o la semiótica. A lo largo de más de 300 páginas, el autor saca a flote alusiones veladas de índole sexual, moral y religioso halladas en el subtexto de las películas, especialmente en tres de ellas: Harry Potter y la Orden del Fénix, Harry Potter y el secreto del Príncipe y Harry Potter y las Reliquias de la Muerte II.
“Yo no era aficionado a las películas de Harry Potter, pero fui a ver La Orden del Fénix y me quedé muy sorprendido", explica a Culturplaza Luis Ángel Abad. Me parecía que manejaba un esquema argumental muy paradójico, donde se defendía que el Mal había vuelto y que había la necesidad de combatirlo, ya que esta vez tenía un arma que antes no tenía. Sin embargo, este argumento era sostenido por Harry Potter contra la opinión contraria del Presidente de su Gobierno mágico, por lo que se producía una paradoja. Al comparar el argumento de La Orden del Fénix como una metáfora del mundo real, Harry Potter se ponía al margen de la ley por sostener una opinión análoga a la que tenía el Presidente Bush en ese momento, al punto en que su decisión de dar un paso al frente y dirigir una especie de milicia popular, convertía al Ejército de Dumbledore en una célula de la Orden del Fénix, que estaba comandada por el enemigo nº1 del Mundo Mágico. Total, que Harry se convertía en una especie de "terrorista" por defender una tesis básicamente análoga al relato oficial que motivó la escalada militar en Oriente Medio tras el 11-S, incluyendo el casus belli de las armas de destrucción masiva que luego se demostró falso. Luego, otra cosa que me chocaba es que esa película dotaba a Harry Potter del prestigio del rebelde. A mí me había interesado el modelo del rebelde por mi tesis doctoral sobre cultura del rock, pero no lo asociaba con alguien como Harry Potter que, al final, es la quintaesencia del estudiante ejemplar. Yo en ese tiempo hacía todos los años unos cursos para la Universitat de València y planteé un curso analizando la película y comparándola con Rebelde sin causa, porque de hecho, lo que hace La Orden del Fénix es dotar de una causa al joven rebelde. Al año siguiente se estrenó El Misterio del Príncipe y me encontré con una peli aún más sorprendente y extraña que la anterior, llena de anomalías narrativas, y en espera de que terminara la serie me pareció que ahí podía haber un libro”.
Efectivamente, el punto de partida del análisis llevado a cabo por Abad es la observación de una serie de soluciones cinematográficas de difícil justificación técnica, a menos que se observen desde un punto de vista metanarrativo. El protagonismo innecesario de un adulto sentado con un cojín blanco tapando la entrepierna en el centro de un plano fijo (cuando la acción central de la escena discurre en un lateral); una reiterada y ambigua alusión a secretos que “salen del armario”; una escena de varios minutos dedicada a un intercambio de pastelitos aparentemente trivial o referencias escatológicas sin aparente función narrativa dentro de la historia.
La respuesta de Abad ante estos elementos es clara: nada es casual; todo sirve a un propósito. Recuerda en este punto el principio dramático del arma de Chéjov, que postula “la necesidad irreemplazable de que cada elemento mostrado en la narración sea constituyente de la misma, debiendo ser eliminado en caso contrario”. Solo que, en las películas de Harry Potter, dichos elementos -el cojín, los pastelitos, las frases ambiguas- no se supeditan a la narración superficial, sino a otra subliminal, que discurre en el manto freático de nuestra conciencia.
“Mientras los mitos clásicos exponen las transgresiones [morales, sexuales o religiosas] de forma abierta para ilustrar la conducta sancionable, nuestra cultura es más proclive a proteger a los menores de temas especialmente sensibles. En las películas que nos ocupan -razona el autor-, esto no impide alojar contenidos moralmente problemáticos a lo largo de las historias que cuentan. Para abordar este aspecto, lo hacen de forma velada a través de planteamientos freudianos. Este aspecto psicoanalítico es la razón por la que el libro está dividido en tres partes (La Cosa Potter, Ciudadano Potter y Super Potter), cada una de ellas dedicada a las divisiones que componen el aparato psíquico freudiano [Ello, Yo y Superyo]”.
“Las superproducciones de Hollywood gozan de un diseño pensado al milímetro. Destinadas a un consumo millonario, son inversiones carísimas que precisan satisfacer el interés de su audiencia para asegurar su amortización. Para ello, el cine de grandes estudios ejecuta una rigurosísima planificación en cada paso de la producción. Intentando abortar posibles errores de factura técnica, a través de sofisticados mecanismos de control de calidad. Toda una serie de criterios dotan al producto de un pragmatismo narrativo destinado a evitar precisamente errores técnicos”.
Harry Potter es un icono global poderosamente establecido en el imaginario de nuestra época, y como tal, el alcance y la capacidad de penetración de sus mensajes es inmenso. Así lo entiende Luis Ángel Abad, para quien la saga cinematográfica -no así las novelas, que no entran en su estudio- es en resumidas cuentas una justificación de la “razón de Estado”. No de un Estado cualquiera, sino de un Estado liberal, dotado de justificación moral para utilizar cualquier medio a su alcance, sin limitación moral ni restricción legal, si con ello se garantiza la preservación del poder, erigido paradójicamente como único garante de los valores democráticos que protegen a los súbditos ciudadanos.
Así pues, Abad identifica en estas películas multitud de escenas en las que los héroes protagonistas utilizan la manipulación, la mentira o la tortura como medio necesario para salvar al mundo de las artes oscuras. Pongamos por ejemplo la escena de la gruta que aparece en El Misterio del Príncipe, en la que Harry “aprende la técnica del interrogatorio”, que le exige mostrarse implacable incluso ante las súplicas más patéticas de su amigo y mentor Dumbledore, al que le obliga a beber un veneno mortal, como medio inevitable para arrancarle una verdad imprescindible. “Harry Potter y Dumbledore son la última iteración del sacrificio de Isaac a manos de Abraham”, apunta Abad.
La escuela de Hogwarts, por su parte, funcionaría como una “alegoría institucional referida al buen Estado”. “Es un lugar aislado y endogámico, dominado por una sola autoridad que prevalece sobre una masa homogeneizada por uniformes estudiantiles. Dirigida a través de actividades jerarquizadas dentro de un único plan racional, deliberadamente creado para la propia preservación de ese statu quo”. En este marco, Dumbledore podría entenderse como Dios Padre, en tanto figura patriarcal del Estado.
En cuanto a la relación entre los muggles [ser humano sin habilidades mágicas] y el mundo mágico, el autor aporta también una interesante interpretación sociopolítica. “El mundo de Harry Potter establece una relación totalmente subordinada del mundo muggle, que yo lo contemplo como metáfora de la sociedad civil, respecto del mundo mágico; hasta el punto en que los muggles no saben ni pueden saber que el mundo existe, les protege y que su orden cotidiano está asegurado por una instancia institucional cuyo poder no emana de ellos. Esto para mí describe una situación radical de despotismo ilustrado, que no se corrige por el hecho de que a Harry Potter le recorra cierta reivindicación de que los muggles también pueden ser magos contra el interés de preservar el mundo mágico a gente de clase aristocrática definida directamente por lazos de sangre”.
Harry, barnizado con el aura romántica de héroe rebelde, acaba siendo funcionario al término de la misma. “Pero no un funcionario cualquiera, sino alguien llamado a revolucionar el orden político institucional del mundo mágico, siendo jefe de la inteligencia del mundo mágico a los 26 años, y terminando como "ministro de interior" en este 2020. Por tanto, el prestigio de la rebeldía que se asocia tópicamente a los jóvenes desde los años cincuenta, es redirigida aquí a un terreno donde se celebra un reformismo político desde dentro de las instituciones, y sin ningún papel del mundo muggle como metáfora de la sociedad civil”.
“Mi compromiso como investigador es con el fenómeno que tomo como objeto de estudio, que en este caso es la información cinematográfica -nos contesta Abad-. Es decir, un físico no puede llegar a la conclusión de que la tierra es redonda por el funcionamiento de la gravedad, y estar obligado a responder a la pregunta de qué pasa entonces con la impresión de que la tierra es plana. O a que en un ambiente teocrático te digan por ejemplo, ¿por qué haría Dios esto? ¿Es que acaso quiere engañarme? No obstante, al final de mi investigación surge esta imagen del joven rebelde como protagonista de historias alineadas con los relatos sostenidos por el poder hegemónico de las épocas en que han sido producidas. Es decir, la función de este cine es propagandístico, para producir consenso y facilitar conformidad. El cine ha sido usado propagandísticamente desde la Primera Guerra Mundial”.
Aunque el ensayo del que hablamos se centra exclusivamente en el análisis de las películas, es inevitable preguntarse si, más allá de su mayor o menor fidelidad argumental, la saga cinematográfica llega a quebrar la esencia ideológica o ética que imprimió Rowling a sus novelas. (Recordemos que a la escritora británica siempre se le ha asociado un pensamiento más bien de izquierdas).
“Este libro no entra en el análisis de las novelas. Cuando comparo puntualmente el cine y las novelas es para demostrar que hay un cambio que puede denotar una intencionalidad. Pero, más allá de identificar a Harry Potter con las derechas o las izquierdas (que, en fin, vamos a dejar ese temita y el de que el espíritu de esa obra esté contra la economía de mercado, que me da la risa), en términos políticos lo fundamental para mí es cómo se justifica la idea de Estado liberal a través de su personificación alegórica en Dumbledore, y de Hogwarts como Estado dentro del Estado, constituido en reserva de las esencias supuestamente democráticas. Todo esto me parece que acerca el espíritu de la obra más hacia el tradicionalismo o el conservadurismo que hacia el pensamiento de izquierdas. Y de hecho, Harry Potter termina siendo un genio revolucionario del Cuerpo de Aurores. Es decir, de los Servicios de Inteligencia del Mundo Mágico. Tal cual. Explicado así en la wiki de Harry Potter, y una de las razones por las que el libro se refiere a la cultura de la vigilancia”.
“Si tuviera que resumir en una palabra mi forma de trabajo hablaría de "bricolaje", en el sentido que lo usa Levi-Strauss en El Pensamiento salvaje y por cómo lo adapta Dick Hebdige en Subcultura, el sentido del estilo al estudio del punk y las subculturas juveniles. Esta es una de las razones por las que considero que he escrito un ensayo punk. Es decir, he tenido que ir realizando adaptaciones y combinaciones sobre la marcha, porque el punto de partida era un curso académico basado en analizar planos cinematográficos de una serie de películas abigarradas de todo tipo de temas e información. Y además quería que tuviera un tono divulgativo, que se pudiera seguir sólo con el uso de la lógica. Las categorías y los modelos establecidos respecto al ensayo no favorecen la transmisión de conocimiento respecto a la circulación de ideología en los medios de masas, sino que la obstaculizan y la interrumpen. Para poder trabajar el aspecto ideológico del cine que consumen las mayorías hay que saltarse normas, cometer incorrecciones, asumir el manejo de deficiencias con respecto a la ortodoxia, echarle imaginación para abrir caminos propios”.