Una semana llevamos con noticias, artículos de opinión y palabras dedicadas a los atentados islamistas de Barcelona. La macabra lotería nos ha tocado en España, quizá ha llegado el momento de reaccionar
VALÈNCIA. Tras unos años de atentados en los países de nuestro entorno más próximo, especialmente en Francia y Bélgica, el terror se adueñó de las calles de Barcelona y los españoles hemos sentido un poco más de cerca la brutal amenaza que supone esta batalla. Sí, batalla que parece que nuestros políticos quieren negar, condenándonos a ser víctimas inocentes y encima adocenadas. Los atentados deberían servir para que la inmensa mayoría de españoles recapacitáramos un poco y pensáramos que ¡ha llegado el momento!
¿El momento de qué? El momento de empezar a leer, escuchar y ver la cantidad de información de la que disponemos y donde se explica lo que significa el islam, su cultura, la yihad, su forma de entender la vida y su modelo de sociedad radicalmente distinto al nuestro. Multitud de ejemplos escenifican la práctica imposibilidad de adecuarse a nuestra cultura política y social, ya no diré religiosa. Siendo ésta última mucho más importante de lo que algunos creen. Porque la religión, pese a tanto ‘ateo practicante’, impregna casi todas las esferas de nuestra vida: calendarios laborales y festivos, celebraciones familiares, costumbres, fiestas populares y por supuesto nuestro patrimonio cultural, artístico y arquitectónico que va íntimamente unido a nuestra fisonomía urbana y atractivo turístico. En definitiva, llevamos décadas de envenenamiento y burda manipulación haciendo creer que la arcadia feliz es posible y la realidad constata que no. Por ello a lo largo de la historia una y otra civilización se han sucedido a través de guerras, conquistas y reconquistas.
Ha llegado el momento de decir la verdad, de ser sinceros primero con nosotros y luego con los demás. Estos días he leído varías columnas que reconocen que ‘tenemos miedo’, por supuesto. Y cuánto más cerca es el atentado, más temor (así somos los humanos). Y nuestra tolerancia es su mayor aliado para aniquilarnos; y la burocracia legislativa que impone esta vieja (y antaño ilustre) Europa es el terreno fértil para que se produzcan auténticas injusticias como las que estos días leemos en la prensa: alguno de los terroristas recibía ayudas estatales infinitamente superiores al salario de muchos trabajadores que además pagan cientos de impuestos.
Ha llegado el momento de echar por la borda las eternas palabras huecas y ridículas que siempre escuchamos cuando asesinan a inocentes –esas que en España llevamos décadas oyendo tras los atentados de la ETA–. Claro que cada atentado altera nuestro modo de vida, claro que se cancelan viajes, se cambian planes y se piensa todo mucho más. No somos más fuertes ni mejores por concentrarnos a las puertas de los edificios públicos con cara ce circunstancias. Se supone que lo somos (o deberíamos serlo) por la unidad entorno a nuestra nación (España), nuestra cultura (judeocristiana), nuestra religión (católica), nuestro sistema de convivencia (democracia) y nuestra forma de Estado (monarquía parlamentaria). Todo ello es lo que nos une y lo que nos debería reforzar para sentirnos mejores y superiores al sectarismo terrorista y las culturas retrógradas que someten al ser humano.
Ha llegado el momento de entender que el relativismo es el cáncer más extendido en nuestra sociedad, que lo generan políticos y líderes de opinión y lo suministra la inmensa mayoría de medios de comunicación que estos días publican informaciones que claman al cielo, dulcificando la imagen de los terroristas o evitando la información veraz sobre un peligro real que está en nuestras calles y pueblos. “No puede ser que nos convoquen sólo a rezar por las víctimas, hay que hacer algo más”, así se dirigió a los fieles un cura madrileño al acabar la misa para agitar conciencias que los políticos quieren mantener adormecidas, anuladas a la crítica y la razón.
“Si un perro se abalanza contra mí, le pego un tiro antes de que me muerda.”, la frase parece bastante lógica pero en estos tiempos ridículos de buenismo absurdo, infantilismo y ecopacifismo tendría miles de interpretaciones negativas. Esa es la consecuencia del relativismo cultural. La cita es de Churchill y el perro al que se refiere era Hitler a quién rápidamente señaló como un peligro y pese a todo la política británica con Chamberlain al frente jugaba a la contemporización y el pseudo pacifismo en la década de los 30, ¿les suena de algo?