¡Nunca compren un cuadro italiano sin la aprobación de Berenson!, recomendaba Duveen, el célebre anticuario, a sus clientes, en los buenos tiempos, allá por los años veinte. La feliz sociedad entre el marchante y el historiador del arte en virtud de la cual el primero se encargaba de los negocios y el segundo, el gran historiador del Renacimiento Italiano, de emitir los certificados de autenticidad de las obras, sin embargo, tenía fecha de caducidad. Un primer aviso se produjo cuando un matrimonio de coleccionistas le compró a Duveen un cuadro como de Sandro Botticelli. Berenson desacreditó al anticuario, afirmando que no se trataba de una obra de este autor, por lo que se vio en la necesidad de deshacer la venta y devolver la cantidad entregada. No obstante el día fatal llegó con presunto Giorgione titulado “Adoración de los pastores”. Berenson conocía bien la obra desde hacía años y siempre afirmó que se trataba de un Tiziano de juventud. El historiador no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. La obra de Tiziano es muy abundante puesto que vivió hasta una edad inverosímil para la época, al contrario que Giorgione que vivió apenas treinta años por lo que su catálogo es mucho más reducido y, por tanto, más valioso y codiciado. A penas hay “Giorgiones”. Cuando la operación estaba prácticamente cerrada con el multimillonario norteamericano Mellon por una cifra altísima para la época, el cuadro no obtuvo el respaldo en forma de certificado por parte de Berenson, lo que dio al traste con la operación. Fue la gota que colmó el vaso, y la relación entre ambos nunca se recompuso.
La de la atribución de las obras de arte, en ciertos artistas y obras no es una ciencia exacta, y más cuando falta documentación de la época que la respalde, muchas veces perdida. Es un ámbito de debate y polémica. Existen dudas que, como una espada de Damocles, penden durante lustros sobre una obra. Un caso cercano es el del magnífico Triptico de los Improperios, que se encuentra en nuestro Museo de Bellas Artes y que se debate in eternis entre la autoría del Bosco o una obra de su taller. En otros casos una atribución indubitada y clásica ha suscitado dudas tras un análisis con procedimientos modernos, para decaer su atribución inicial. Uno de los casos más sonados fue el del popular Coloso de Francisco de Goya, una obra que siempre se había incluido en el catálogo del pintor de Fuendetodos y que un examen detallado la ha adjudicado con toda probabilidad al pintor valenciano Asensio Juliá. Esto último, es decir, “degradar” la autoría de un cuadro inicialmente asignado a un genio para atribuirla a un buen pintor es todo un ejercicio de credibilidad de un museo como la pinacoteca española.
Mientras las grandes cifras se las lleva el arte contemporáneo, las noticias más morbosas las dan los grandes maestros antiguos. Y es la aparición de obras desconocidas o que se creían perdidas las que, cuando salen, acaparan los medios de comunicación. En cuestión de nuevas atribuciones, últimamente Velázquez se lleva la palma. Circunstancia de la que se lamenta el especialista en la obra del eximio pintor, el norteamericano Jonathan Brown que entiende que en los últimos tiempos están saliendo a la luz demasiados “Velázquez” de dudosa atribución. Recuerdo una entrevista a Manuela Mena, jefa del departamento de pintura del siglo XVIII del museo del Prado en la que decía que en los últimos años habían llegado al museo hasta ocho mil solicitudes de certificación de presuntas obras de Francisco de Goya de las cuales únicamente se había certificado como tales tres o cuatro.
Por lo que a Velázquez se refiere, el próximo martes se va a celebrar una subasta en una sala madrileña que ha despertado un enorme interés. Y ello es debido a su lote número 41. Un cuadro de pequeño formato titulado “Retrato de niña o joven Inmaculada”. Su autor, Diego Velázquez. Los expertos están bastante de acuerdo en adjudicar la obra al genio sevillano y a la etapa que vivió en la ciudad andaluza. Los rumores no se han hecho esperar: parece ser que el estado va a intentar su compra y que el precio de salida va a partir de la nada desdeñable cifra de seis millones de euros. Atraídos como abejas a un panal, acudirán a la sala representantes de museos internacionales y coleccionistas extranjeros. El estado tiene un “as” en la manga para hacer más factible su adjudicación y este es la declaración de la obra como inexportable por el Ministerio de Cultura. Esto, en caso de producirse, se anunciará con carácter previo a iniciar las pujas, y si se declara así varios de los presentes abandonarán la sala con caras largas y algunos teléfonos con prefijos extranjeros colgarán sus llamadas. Que la obra no pueda salir de España reduce las posibilidades de que se alcancen cifras astronómicas puesto que los compradores españoles no tienen el músculo financiero del último multimillonario chino, el coleccionista norteamericano o los museos extranjeros. Habrá que estar a lo que suceda la tarde del martes.
Siguiendo con Velázquez, hace tres semanas se presentó en el Museo de Bellas Artes de Valencia una obra que, se asegura, sale de la mano del pintor. Se trata de un óleo sobre lienzo de pequeño formato llamado Perfil de dama. La apariencia es la de una obra del ámbito de Tiziano. Según la especialista en Velázquez, Carmen Garrido, se trata de un “borrión” (boceto o apunte), que pintó el artista español durante su estancia en Italia. La atribución es menos evidente que el cuadro anterior en el que la mano del genio rezuma por los cuatro costados. En el caso del Velázquez valenciano la atribución vendría por el empleo de ciertos materiales, la técnica empleada y la cita de un cuadro “perfil de una dama” atribuido a Velázquez, en un catálogo de una antigua colección. Para añadir más literatura al asunto, el cuadro salió a la venta en una casa de subastas de París hace un par de años catalogado como un anónimo de la Escuela Veneciana del siglo XVII, con un valor estimado entre los 400 y 600 euros, aunque finalmente una guerra de pujas hizo que su precio alcanzará los 4300 cuando sonó el golpe de martillo. Estos siempre son asuntos delicados para las instituciones museísticas cuyo prestigio depende en buena parte de que las obras que exhiben no tengan tacha de autenticidad, así que esperemos que el pequeño estudio custodiado por nuestro museo tenga las bendiciones correspondientes.
En ocasiones me solicitan que me manifieste sobre una obra que ha venido presidiendo el salón de la casa y que generación tras generación han atribuido a un gran pintor y siempre digo que yo no tengo ninguna autoridad científica para que mi certificado se pueda hacer valer. Sería poco profesional por mi parte emitir un certificado de un Velázquez. A lo sumo puedo no descartar su autoría si la pieza tiene la época y la suprema calidad que requiere algo así, o contrariamente descartarla, precisamente, por lo contrario. Pero no descartar es decir poco. Quienes dan las bendiciones a obras nunca catalogadas de grandes maestros son personas que se pueden contar con los dedos de una mano y algunos museos que albergan un fondo de piezas importante de ese pintor y de su período.
Los nombres que suelen sonar en ese mundo de las atribuciones son el de Manuela Mena como autoridad en la figura de Goya, Peter Cherry o Jonathan Brown en el caso de Velázquez y el Siglo de Oro español, Mina Gregori para Caravaggio. Respecto de la obra de Joaquín Sorolla, su bisnieta Blanca Pons Sorolla es la guardiana de las esencias de su obra y los certificados que emite son los que hoy en día van a misa. De hecho una obra que no tenga su bendición es difícil que tenga acceso al mercado.